(Publicado en Página Siete el domingo 26 de junio de 2022)
El jueves 9 de junio, en la première de su película “Manto de gemas”, que obtuvo el premio Oso de Plata en el Festival de Berlín (uno de los tres festivales más importantes del mundo, junto a Cannes y Venecia), la realizadora Natalia López Gallardo dijo en la Cinemateca Boliviana algo central para abordar su propuesta creativa: “Construí una vasija que se va a llenar con la subjetividad de los espectadores”.
Lo anterior significa que la obra no solamente admite, sino que promueve interpretaciones diversas para hacer pensar a cada quien con su propia cabeza. Al final, podríamos decir que no interesa lo que la propia directora diga de su obra, puesto que ella misma celebra la posibilidad de que cada espectador desarrolle su propia explicación. Cada quien con su cristal, su lectura y su dolor.
Nailea Norvind interpreta a Isabel
Boliviana de nacimiento y mexicana por adopción desde hace 23 años, Natalia López subraya que no quiere narrar una historia, sino transmitir sensaciones y explorar la sicología colectiva del miedo: “Muy rápidamente me di cuenta de que no quería hacer una película sobre narcotráfico, ni sobre la violencia como la hemos visto de muchas maneras. Tampoco quería hacer un manifiesto político y social sobre lo que está sucediendo en México. No es mi campo de proyección. Desde el inicio sabía que quería acercarme a lo que está pasando en la sociedad, en los grupos de personas. ¿Por qué no hay un proyecto en común? ¿Por qué la gente tiene miedo y desconfianza? Esa era mi búsqueda, pero quise acercarme a quienes están más afectados por la violencia y la inseguridad. Rápidamente me di cuenta de que no quería retratar algo sobre lo que ya hay grandes documentales y análisis políticos y sociales. Quería acercarme a una dimensión más psicológica. ¿Qué tenemos en nuestras cabezas después de haber visto por años y años estas imágenes y las caras de las personas que ya no están? ¿Qué es lo que guardamos los mexicanos? ¿Cómo es nuestra herida? ¿Hay una herida? ¿Cómo se va a manifestar esto en las próximas generaciones? ¿Por qué un pueblo así de pronto le corta la cabeza al prójimo? Quería hablar de esa herida que tenemos todos.”
Y añade en la misma entrevista: “… siento que el cine es una experiencia más que una herramienta para describir una historia y dar información sobre algo. El cine puede ir muchísimo mas allá y transmitir una experiencia que está más ligada al cuerpo. El cuerpo es el que vive en el presente”.
A pesar de esa mirada de autora, es inevitable que el espectador y los medios que han comentado la obra, reconozcan en ella la cruda violencia que atraviesa a México frente a la incapacidad de sucesivos gobiernos de lidiar con los problemas. El miedo colectivo existe, pero no hay sicología colectiva que pueda remediarlo. Aunque en palabras de la directora la película pretende dejar un horizonte de esperanza, veo ese horizonte cerrado, tanto por la ambigüedad de la política mexicana, como por la resignación de los personajes, jodidos para siempre. Lo que queda son las lecciones que cada uno puede sacar de lo que ve en la pantalla: la mayoría hará una lectura de los hechos que se muestran, otra parte de los espectadores se adentrará en la trama sicológica, y una minoría apreciará la propuesta creativa no convencional. Pero la atmósfera que enmarca los hechos violentos será siempre, en todas las interpretaciones, un referente imposible de soslayar. Eso es México y cada vez más, es el resto de América Latina y del mundo. El narcotráfico, la trata de personas, los secuestros y tráficos de toda suerte, tienden a “normalizarse” en el imaginario colectivo, con apoyo del propio mundo del audiovisual: música popular, series de TV, películas, etc.
En una zona rural devastada por el narcotráfico, los desaparecidos y la muerte, tres mujeres se vinculan por dramas personales que son producto de la violencia endémica. Isabel (Nailea Norvind), de clase media acomodada, se instala con sus hijos en una casona familiar en el campo. Quisiera ayudar a María (Antonia Olivares), su empleada doméstica, a buscar a una hermana desaparecida, probablemente en un afán de encontrarse a sí misma antes que buscar a la mujer secuestrada. La tercera mujer que destaca es Roberta (Aída Roa), comandante de la policía local, cuyo hijo Adán (Juan Daniel García Treviño) es miembro de una banda criminal de secuestradores donde, paradojas de la vida, también “trabaja” María vigilando a personas secuestradas.
En un momento de clímax dramático Isabel es también secuestrada y liberada después, desnuda. Su desnudez no es solamente física: la experiencia la ha despojado de la coraza defensiva que creía tener por su condición social. Su paternalismo (o maternalismo) no le ha permitido entender nada, mientras que María, víctima y cómplice al mismo tiempo, es más fuerte que ella. Todo esto sucede en esa tierra vacía y desolada donde no existe Estado ni ley, donde los desaparecidos se multiplican por centenares sin que haya esperanza de encontrarlos, ni siquiera sus huesos.
Juan Daniel García Treviño interpreta a Adán
Durante la presentación de su obra y en entrevistas Natalia López ha mencionado que le preocupa el cine contemporáneo por su uniformidad conceptual y expresiva: “Una misma película o serie le gusta a un niño o a un adulto mayor, eso es sospechoso”. No estoy seguro de que sea un parámetro para separar el cine “bueno” del “malo” (habría que definir ambos términos), porque caeríamos en un prejuicio similar de quienes afirman que hay obras de cine que solo se hacen para complacer a los jurados de festivales europeos. Creo que el debate es más profundo que eso.
El diario Milenio de México, bajo el título “'Manto de gemas' cubre de gloria a México en Berlinale”, reporta una charla que Natalia López Gallardo sostuvo con el presidente del jurado, M. Night Shyamalan: “él me decía, después de la premiación, que pusieron lineamientos claros para la selección de las películas”. “Tenía que ver con qué tanto había cumplido el cineasta con el lenguaje que planteaba, qué tanto el tono de una película es consistente, creo que lo que vieron fue una consistencia en todos los elementos que conforman el todo. Hablaron mucho de la forma de narrar y que era arriesgada y lograda, entonces creo que eso fue lo que vieron”. No cabe duda que el exigente jurado del festival valoró ante todo la estética y la manera de contar.
Antonia Olivares interpreta a María
Hay, ciertamente, una expresión no convencional sobre todo en la fotografía y en la edición. Imágenes deconstruídas a propósito, planos desenfocados o fragmentados donde no se ven las cabezas de quienes hablan, diálogos superpuestos, etc. La obra es un modelo para armar, como una novela de Cortázar. El estilo visual expresionista no es nuevo en el cine ni en la literatura, pero es el que la realizadora ha elegido para que el espectador se concentre más en las percepciones y sentimientos de los personajes, y menos en la temática del filme.
Los bolivianos somos campeones en apropiarnos del éxito de los que triunfan en el exterior. “Manto de gemas” es una película mexicana, con algo de coproducción argentina, y no tiene de boliviana más que el lugar de nacimiento de Natalia López Gallardo, a quien probablemente no le hubiera ido tan bien en Bolivia. La película es una prueba de ello. Los créditos del final muestran que si bien en términos mexicanos la producción puede considerarse una inversión modesta, en términos bolivianos sería una superproducción por el tiempo y los recursos invertidos.