Pier Paolo Pasolini fue asesinado el 2 de
noviembre de 1975, hace cuarenta años.
Yo estudiaba cine en París y estuve en la Cinemateca Francesa unas
semanas después cuando su amigo Bernardo Bertolucci, otro gran cineasta
italiano, llegó para presentar en estreno mundial la película que Pasolini
había dejado casi terminada: Salo o los
120 días de Sodoma y Gomorra. Ver esa parábola sobre el fascismo fue una de
las experiencias más difíciles que muchos cinéfilos hemos vivido.
Si ahora la película es fuerte, lo era
más aún hace cuatro décadas. Cuando terminó la proyección, un silencio profundo
invadió la sala de la Cinemateca Francesa en el Palais de Chaillot (donde
todavía tenía su sede en esos años). Ningún aplauso, por respeto, por dolor.
Simplemente estábamos todos abatidos frente a una obra magníficamente violenta
y reflexiva. Cada quien se levantó de su butaca y salió cabizbajo de la sala.
Esto viene a mi memoria no solamente por el
aniversario de la muerte del cineasta y poeta italiano, sino porque la casualidad
hizo que hace un par de semanas en Colombia conocí a un grupo de profesionales jóvenes
que le rinde con su trabajo tributo a Pasolini: el colectivo “Pasolini en
Medellín”. No solo Pasolini es un referente para ellos, también lo es Jean
Rouch (con quien tuve oportunidad de estudiar en París) y el enigmático Chris
Marker.
Pasolini, el de los suburbios de Roma, el
de los jóvenes marginales, revive en Medellín, renace en las comunas donde la
frontera entre la vida y el abismo es tenue. Comunas donde la única manera de
redimirse es a través de expresiones artísticas. Los niños y jóvenes que
participan en el proyecto educativo y cultural de Pasolini en Medellín se alejan
con cada taller de creación artística, de la posibilidad de incorporarse a los
grupos ilegales que operan todavía en algunas de las comunas que rodean la
ciudad.
Tuvimos una larga conversación con tres
integrantes del grupo: César Tapias (sociólogo) y Diego Gómez (antropólogo y poeta)
mientras el tercero Germán Arango (mejor conocido como “Lukas Perro”, también
antropólogo) lucía sus habilidades culinarias preparando un delicioso almuerzo.
Sobre la importancia de cocinar como ejercicio de socialidad, diré algo más
adelante.

El grupo utiliza la metodología de
“transferencia de medios”, para llevar adelante procesos de aprendizaje en
técnicas y conceptos audiovisuales y etnográficos que buscan convertir a los
jóvenes participantes en “antropólogos visuales nativos”. La idea es que esos
jóvenes observen con una mirada renovada su propio territorio (barrio, comuna o
vereda) para pensar de manera crítica las identidades locales y los imaginarios
de la ciudad.
Meses atrás, en mayo, tres corporaciones
culturales de Medellín publicaron un manual conjunto sobre Metodologías en diálogo de saberes (2015), donde Ciudad Comuna,
Con-Vivamos y Pasolini en Medellín describen los fundamentos filosóficos de su
trabajo.
Para Pasolini, la “Clave RE” (REmirar,
REver, REsignificar y REpensar) es la metodología “para la apropiación social
de los medios”, mientras que “Lo dialógico” se orienta a la “apropiación social
del territorio”. Cada una de estas dos vertientes incluye prácticas y procesos
tan interesantes como la “Cocina de guiones”, los “Marcos de cartón”, las
“Cartografías” y los “Recorridos” (entre otros), que permiten generar procesos
de comunicación participativa.
“Nuestro trabajo se enfoca en la
formación y producción audiovisual con jóvenes y niños desde un enfoque
participativo y reflexivo con el objetivo de fomentar en los participantes la
lectura crítica de los contextos sociales y la emergencia de estéticas y
narrativas locales que permitan a los jóvenes y niños de la ciudad contarse, y
resignificar sus experiencias para resistir desde el arte a la presión del
conflicto armado o de otras problemáticas sociales”, señalan.
La “Cocina de guiones” es particularmente
atractiva, una metáfora y “una estrategia de aprendizaje y de apropiación
audiovisual” para cocinar imágenes
mientras se elaboran alimentos para el grupo (como lo hizo para nosotros el
amigo “Lukas Perro”): “Cocinar involucra saborear de manera colectiva, para
equiparar la palabra con el alimento; para fortalecer el encuentro y el
diálogo, elementos determinantes en la fase de composición de las
reproducciones audiovisuales”.
Con los colegas que me acompañaban
(Amparo Cadavid y José Luis Aguirre), pudimos visualizar una decena de ejemplos
del trabajo realizado, una muestra pequeña pero representativa entre más de un
centenar de cortometrajes, documentales y clips musicales realizados hasta la
fecha.
Una parte importante del trabajo con
jóvenes es a través de la música hip-hop, que como se sabe está muy vinculada a
la violencia. Juan Pepito (2009), es uno de los videos que
caracteriza a esa generación. Tanto la música como las palabras de la canción
fueron creadas por el grupo barrial Ojos de asfalto de la Zona 8 y son excelentes.
Muestran una clara conciencia de los desafíos de los jóvenes para no resbalar
en la violencia que garantiza poder y dinero .
Pasolini en Medellín se presenta como un
proyecto participativo, donde los propios jóvenes “cocinan” los guiones y producen
las películas. Sin embargo, como expresé y reconocieron los amigos de Pasolini,
el proceso de participación corre el riesgo de desvanecerse debido a las presiones de los
financiadores para lograr resultados con mayor calidad técnica.
La posibilidad que ha tenido la
corporación Pasolini de acceder a nuevas fuentes de financiamiento hace que las
decisiones (cámara, sonido, dirección) estén cada vez más bajo el control de Pasolini
y no de los grupos con los que trabaja. Si bien esto redunda favorablemente en
la calidad, afecta el proceso participativo que constituía (al menos en el
enunciado) la parte más estimulante de la experiencia.
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El guión es al cine lo que la oruga a la mariposa.
—Jean-Claude
Carriere