04 noviembre 2015

Pasolini en Medellín

Pier Paolo Pasolini fue asesinado el 2 de noviembre de 1975, hace cuarenta años.  Yo estudiaba cine en París y estuve en la Cinemateca Francesa unas semanas después cuando su amigo Bernardo Bertolucci, otro gran cineasta italiano, llegó para presentar en estreno mundial la película que Pasolini había dejado casi terminada: Salo o los 120 días de Sodoma y Gomorra. Ver esa parábola sobre el fascismo fue una de las experiencias más difíciles que muchos cinéfilos hemos vivido. 

Si ahora la película es fuerte, lo era más aún hace cuatro décadas. Cuando terminó la proyección, un silencio profundo invadió la sala de la Cinemateca Francesa en el Palais de Chaillot (donde todavía tenía su sede en esos años). Ningún aplauso, por respeto, por dolor. Simplemente estábamos todos abatidos frente a una obra magníficamente violenta y reflexiva. Cada quien se levantó de su butaca y salió cabizbajo de la sala.

Esto viene a mi memoria no solamente por el aniversario de la muerte del cineasta y poeta italiano, sino porque la casualidad hizo que hace un par de semanas en Colombia conocí a un grupo de profesionales jóvenes que le rinde con su trabajo tributo a Pasolini: el colectivo “Pasolini en Medellín”. No solo Pasolini es un referente para ellos, también lo es Jean Rouch (con quien tuve oportunidad de estudiar en París) y el enigmático Chris Marker.

Pasolini, el de los suburbios de Roma, el de los jóvenes marginales, revive en Medellín, renace en las comunas donde la frontera entre la vida y el abismo es tenue. Comunas donde la única manera de redimirse es a través de expresiones artísticas. Los niños y jóvenes que participan en el proyecto educativo y cultural de Pasolini en Medellín se alejan con cada taller de creación artística, de la posibilidad de incorporarse a los grupos ilegales que operan todavía en algunas de las comunas que rodean la ciudad.

Tuvimos una larga conversación con tres integrantes del grupo: César Tapias (sociólogo) y Diego Gómez (antropólogo y poeta) mientras el tercero Germán Arango (mejor conocido como “Lukas Perro”, también antropólogo) lucía sus habilidades culinarias preparando un delicioso almuerzo. Sobre la importancia de cocinar como ejercicio de socialidad, diré algo más adelante.

Pasolini en Medellín comenzó su actividad en 2003, por iniciativa de un grupo de estudiantes de la Universidad de Antioquia que se interesaba en la antropología visual y quería interrogar a los jóvenes de las comunas lo que pensaban sobre su entorno social. El nombre vino después como homenaje a Pasolini, cuyas primeras obras literarias (Muchachos de la calle, 1955) y cinematográficas (Accattone, 1961) eran inspiradoras para el trabajo de antropología dialógica. Es más, en sus inicios el grupo solía mostrar en los barrios las películas de Pasolini.

El grupo utiliza la metodología de “transferencia de medios”, para llevar adelante procesos de aprendizaje en técnicas y conceptos audiovisuales y etnográficos que buscan convertir a los jóvenes participantes en “antropólogos visuales nativos”. La idea es que esos jóvenes observen con una mirada renovada su propio territorio (barrio, comuna o vereda) para pensar de manera crítica las identidades locales y los imaginarios de la ciudad.

Meses atrás, en mayo, tres corporaciones culturales de Medellín publicaron un manual conjunto sobre Metodologías en diálogo de saberes (2015), donde Ciudad Comuna, Con-Vivamos y Pasolini en Medellín describen los fundamentos filosóficos de su trabajo.

Para Pasolini, la “Clave RE” (REmirar, REver, REsignificar y REpensar) es la metodología “para la apropiación social de los medios”, mientras que “Lo dialógico” se orienta a la “apropiación social del territorio”. Cada una de estas dos vertientes incluye prácticas y procesos tan interesantes como la “Cocina de guiones”, los “Marcos de cartón”, las “Cartografías” y los “Recorridos” (entre otros), que permiten generar procesos de comunicación participativa.  

“Nuestro trabajo se enfoca en la formación y producción audiovisual con jóvenes y niños desde un enfoque participativo y reflexivo con el objetivo de fomentar en los participantes la lectura crítica de los contextos sociales y la emergencia de estéticas y narrativas locales que permitan a los jóvenes y niños de la ciudad contarse, y resignificar sus experiencias para resistir desde el arte a la presión del conflicto armado o de otras problemáticas sociales”, señalan.

La “Cocina de guiones” es particularmente atractiva, una metáfora y “una estrategia de aprendizaje y de apropiación audiovisual” para cocinar imágenes mientras se elaboran alimentos para el grupo (como lo hizo para nosotros el amigo “Lukas Perro”): “Cocinar involucra saborear de manera colectiva, para equiparar la palabra con el alimento; para fortalecer el encuentro y el diálogo, elementos determinantes en la fase de composición de las reproducciones audiovisuales”.

Con los colegas que me acompañaban (Amparo Cadavid y José Luis Aguirre), pudimos visualizar una decena de ejemplos del trabajo realizado, una muestra pequeña pero representativa entre más de un centenar de cortometrajes, documentales y clips musicales realizados hasta la fecha.

Una parte importante del trabajo con jóvenes es a través de la música hip-hop, que como se sabe está muy vinculada a la violencia. Juan Pepito (2009), es uno de los videos que caracteriza a esa generación. Tanto la música como las palabras de la canción fueron creadas por el grupo barrial Ojos de asfalto de la Zona 8 y son excelentes. Muestran una clara conciencia de los desafíos de los jóvenes para no resbalar en la violencia que garantiza poder y dinero .

Pasolini en Medellín se presenta como un proyecto participativo, donde los propios jóvenes “cocinan” los guiones y producen las películas. Sin embargo, como expresé y reconocieron los amigos de Pasolini, el proceso de participación corre el riesgo de  desvanecerse debido a las presiones de los financiadores para lograr resultados con mayor calidad técnica.

La posibilidad que ha tenido la corporación Pasolini de acceder a nuevas fuentes de financiamiento hace que las decisiones (cámara, sonido, dirección) estén cada vez más bajo el control de Pasolini y no de los grupos con los que trabaja. Si bien esto redunda favorablemente en la calidad, afecta el proceso participativo que constituía (al menos en el enunciado) la parte más estimulante de la experiencia. 


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El guión es al cine lo que la oruga a la mariposa.
Jean-Claude Carriere