Algunos colegas discrepan conmigo, pero a
mi me gustó Norte estrecho, de Omar
Villarroel. Creo que es una película
digna, honesta, bien hecha, que no le
pide a nadie conmiseración ni apoyo por ser una producción nacional. Si fuera
una película china o africana, me hubiera sentido igualmente satisfecho de
verla, porque de lo que se trata es de la relación que uno establece con una
obra de arte, de aquella alegría estética (de la que hablaba Sartre) en la
relación que establece cada persona con una obra de arte.
Más allá del ojo crítico que suele ser
mucho más exigente con las producciones nacionales que con las extranjeras, el
principal filtro -personal e íntimo- para apreciar toda obra de arte son los
sentidos. Uno siente o no siente. Yo sí
sentí Norte estrecho. La película me hizo pensar en situaciones de
vida que son importantes y que a veces, desde perspectivas demasiado
intelectuales, tendemos a rechazar.
Siempre somos más críticos con lo
nuestro. No usamos los mismos ojos para una cantidad de porquerías que vemos en
las salas comerciales o en la televisión. Un gusanito celoso nos hace ver las
producciones bolivianas con ojos de inquisidores. Es cierto que hay algunas que
no se salvan ni con la mirada más benigna, pero no es el caso de Norte estrecho (2014).
A este largometraje no le falta ni le
sobra nada, pues no pretende otra cosa que narrar correctamente las historias
en paralelo de varios inmigrantes latinoamericanos en Estados Unidos: a) joven
argentino que tiene su novia en Buenos Aires, b) mamá mexicana que con su
trabajo de empleada doméstica apoya a su hijo universitario que estudia en
México, c) un camba que dejó a su hija atrás en Bolivia con una prima, y d) el
boliviano dueño de un locutorio de video conferencias, cuya familia quedó en
Cochabamba, y que es el eje del film ya que todas las historias convergen en el
locutorio.
Escuché decir “ya estamos hartos de
películas con historias paralelas” como la emblemática Amores Perros del mexicano González Iñárritu. Es cierto que desde
entonces hay muchas películas que han utilizado ese recurso narrativo, pero eso
no lo hace malo. Si de repetición de recursos narrativos se tratara, tanto en
el cine como en la literatura, tendríamos que descartar el 80% de las obras,
porque no se puede pretender que cada obra cinematográfica o literaria sea
fundadora de una corriente. De hecho, si Norte
estrecho en lugar de narrar varias historias en paralelo hubiera optado por
cualquier otro estilo narrativo, sería también, a los ojos de los más exigente,
una repetición.
¿Cuantas formas narrativas podemos
distinguir en la cinematografía mundial? ¿Cuántas se repiten en decenas y
cientos de películas sin que a nadie se le mueva un pelo? En el cine
contemporáneo es difícil descubrir narrativas novedosas, sin precedentes, por
ello algunos cineastas acuden con éxito a representaciones asociadas a
narrativas “prestadas” de otras artes, como es el caso de Shirley (2013) de Gustav Deutsch, que reproduce milimétricamente 13
cuadros de Edward Hopper, o inspiradas en el propio cine de antaño como es el
caso de Medea (2014) de Lars von
Trier, que imita el estilo de Carl Dreyer en La pasión de Juana de Arco (1928).
Conozco amigos que han salido fascinados
de la película argentina Historias
salvajes, una colección de seis cortos sin conexión entre sí, pero le dan duro
a Norte estrecho porque es una
colección de historias que se conectan a través del personaje de Jorge (Luis
Bredow), el dueño del locutorio.
La película de Omar Villarroel me pareció
bien narrada, bien interpretada, bien fotografiada, bien ambientada. Es
verosímil y plantea los dramas personales de los inmigrantes en Estados Unidos
sin maniqueísmo ni miserabilismo. Es un film sobre relaciones humanas, tanto en
la distancia mediada por la tecnología, como en el día a día de la convivencia
con otros migrantes o con ciudadanos gringos (que también son migrantes, pero
más antiguos, lo cual con frecuencia olvidan).
Para apreciar Norte estrecho hay que despojarse de una manera de ver cine que ha
contaminado a nuestros espectadores dependientes, fundamentalmente por los
contenidos de la televisión que son avasalladores. Si tuviéramos mayor sensibilidad y ojo
crítico, veríamos en Norte estrecho
el juego de espejos que nos proporciona la narrativa de las pantallas a través
de las cuales se encuentran o se engañan los personajes. Ese análisis enriquece
mucho la reflexión sobre la identidad, la distancia, la solidaridad o el
desencanto.
Para algunos en Norte estrecho “no pasa nada”, es decir, nada extraordinario o nada
que no sepamos de antemano, pero esa opinión tiene mucho que ver también con el
tipo de cine al que estamos acostumbrados, un cine con mucho movimiento, con
escenas espectaculares, con momentos extremos de clímax que saturan la pantalla
y estremecen a los espectadores, incapaces de mantener una distancia
crítica. En La película de Villarroel
hay un sentido de lo cotidiano, del diario vivir y el diario evolucionar de los
personajes, que podemos asociar más con el cine europeo que con el cine de
Estados Unidos.
Una vez más pude apreciar la maravillosa
capacidad de Luis Bredow en el papel protagonista. Luis es un actor que puede
interpretar personajes muy diferentes y encarnarlos con una naturalidad que asombra,
sin que jamás se exceda en algún rasgo del personaje, lo cual podría suceder
por su trayectoria teatral.
No creo que el cine boliviano viva su
peor momento, como afirman algunos. Si bien es cierto que entre la abundante
producción nacional hay muchas películas mediocres (ya sea por la incapacidad
de sus autores o por ambiciones sobredimensionadas que terminan en chascos
ridículos), debemos reconocer que hay una mayor diversidad de géneros
cinematográficos que la que hubo décadas atrás, y que se han producido a veces
con pocos recursos películas muy bien narradas, como El ascensor (2009) de Tomás Bascopé.
Es cierto que nos falta, para empezar,
una política de Estado. No creo que haya un solo gobierno en América Latina,
que ignore al séptimo arte de manera tan flagrante, como el boliviano, a pesar
de vanagloriarse de tener las arcas de Estado llenas de dinero. Con una
acertada política de Estado el cine ecuatoriano se ha levantado en apenas diez
años. Nosotros seguimos en un limbo de indecisiones. Claramente no es una
prioridad.
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El exiliado mira hacia el pasado, lamiéndose las heridas;
el inmigrante mira hacia el futuro,
dispuesto a aprovechar las oportunidades a su alcance.
—Isabel Allende