27 noviembre 2014

Luz y movimiento en Ramírez Villamizar

Que nadie es profeta en su tierra es cierto las más de las veces, pero hay excepciones. Hay países y hay ciudades que honran a las mujeres y hombres que han destacado en alguna disciplina, y al honrarlos se honran a sí mismos como lugares memoriosos y agradecidos. Hay otros donde solamente el oportunismo de última hora es celebrado. 



Esto me viene a la cabeza luego de visitar en la pequeña ciudad de Pamplona, en Colombia, el Museo de Arte Moderno Ramírez Villamizar, que reúne una colección importante de los trabajos donados por este gran escultor, además de obras de otros artistas colombianos: Negret, Rayo, Roda, entre otros.

El museo está alojado en una hermosa casa colonial de dos pisos sobre el Parque Águeda, un amplio espacio en el centro mismo de Pamplona. Como otras casas de la colonia conserva la altura generosa de sus techos, la organización de los ambientes alrededor de un patio interior sobre el que ofrece amplias galerías de columnas de madera. La portada de la casa y amplitud del zaguán que da a la calle permite adivinar que allí entraban carros tirados por caballos

La casa aún conserva en algunos de sus ambientes restos de pinturas murales de autores anónimos, entre las que destaca un San Cristóbal en el descanso de la escalera principal. Al pie del magnolio ubicado en esta casona reposan las cenizas del maestro Ramírez Villamizar.

Las 40 obras de Ramírez Villamizar ocupan los espacios más importantes del museo, que cuenta en su colección con trabajos de más de 80 artistas, aunque no todos en exhibición. Las esculturas del artista son representativas de épocas diferentes de su trayectoria entre 1945 y 1990: pintura figurativa, abstracción lírica, expresionismo, cubismo y abstracción geométrica (a la que pertenece la mayoría de sus obras), pues comienza a trabajar en esta forma de expresión hacia 1959.

Aunque no soy muy afecto a la escultura abstracta, la obra de Ramírez Villamizar me gustó.  Sus obras en metal, pesadas por el material de que están hechas, tienen sin embargo una propiedad de levedad que las hace flotar en el aire. Hay obras que son como espejos, que parecen moverse cuando uno las observa desde diferentes ángulos. No hay una sola que ofrezca un solo punto de vista, pareciera que todas se mueven delante de quien las observa.

Aunque la combinación de colores no es una característica común a las obras expuesta, hay una en particular que combina el negro con amarillo y rojo, que me sorprendió. Se trata de una gran escultura cuyo ángulo de inclinación sugiere que está en delicado equilibro, y es como si contuviera en sus formas rectas y sus ángulos movimientos perpetuos, según un plan mágico calculado por el artista.

Miro las fotos que tomé y son evidentemente planas, un solo ángulo de apreciación, mientras que cuando uno rodea las esculturas las siente vivas, reflejando luz, transformándose delante de uno. Este es uno de esos casos donde la fotografía es claramente insuficiente para describir una obra de arte.

Marta Traba, especialista en arte que falleció el año 1983 en un accidente de aviación,  escribió que Ramírez Villamizar “no ha permitido que nada irracional ni pasional se infiltrara en sus obras, pero estas no corresponden a una definición mental estrecha, ni pertenecen a una geometría plana reconocible: las rectas aceptan las curvas, grandes planos admiten terminaciones imprevistas, formas cerradas se emparientan con formas abiertas. La estructura lógica aparentemente impersonal y desapasionada de sus relieves, va pareja a una fantasía geométrica o a una geometría fantástica –como queramos llamarla, que en cada obra presenta una solución inesperada”.

Un dato triste: los ciudadanos de Pamplona no conocen esta joya de museo, aunque está situado sobre el parque principal.  El vigilante que atiende a la entrada nos informó que no más de seis o siete personas por semana, visitan el museo. Un verdadero desperdicio. Y el precio de la entrada es tan barato, que no alcanza probablemente ni para cubrir los gastos mínimos de mantenimiento.

La trayectoria del artista es más o menos típica de aquellos que hicieron su obra a mediados del siglo pasado y tuvieron la oportunidad de exponer sus ideas y su arte frente a las corrientes en boga en las grandes ciudades europeas. Nacido en Pamplona el 23 de agosto de 1922, murió ese mismo día del año 2004, como si fuera otro de sus cálculos premeditados.

Durante su juventud, luego de estudiar Arte y Decoración en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Colombia, en Bogotá, comenzó como acuarelista en un estilo figurativo, pero pronto abandonó la acuarela y empezó a trabajar con óleo. Sus vivencias en París de 1950 a1952 le permitió conocer la obra de artistas como Picasso, Brancusi y Vasarely, que lo influenciaron. La abstracción geométrica de la postguerra y en especial la obra de Vasarely hicieron que se volcara hacia la escultura.

A lo largo de las décadas siguientes hizo largas estadías en París y en Nueva York, pero cada vez regresaba a Colombia para empaparse de la realidad cultural y política de su país. Su escultura evoluciona y adquiere movimiento durante su estadía en Nueva York a principios de los años 1960, trabaja intensamente el volumen en sus tres dimensiones y el movimiento interno y externo de sus esculturas, reduciendo su gama cromática a blanco, negro y rojo.

Cuando en 1974 regresa definitivamente a Colombia y se instala en Bogotá, es un artista ya reconocido internacionalmente y en su propio país. Realiza varias obras públicas y participa en eventos internacionales como la Bienal de Venecia en 1976 donde presenta obras con volúmenes inclinados, en equilibrio.

El museo de Pamplona es una oportunidad única para conocer y reconocer la obra de este artista colombiano.

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No dejo que la geometría domine mi obra. Creo que la expresión y la sensibilidad tienen que dominar los materiales. Lo que primero debe tener una obra de arte es poesía; sin poesía, sin misterio sería apenas geometría, y esta, sola, no es arte.
Eduardo Ramírez Villamizar