Hace quince años publiqué sobre el Teatro
Trono en uno de mis libros, Haciendo
Olas: comunicación participativa para el cambio social, porque me pareció un ejemplo inspirador y un
hermoso esfuerzo para darle a la ciudad de El Alto un espíritu de ciudadanía,
de comunidad y de convivencia de las que todavía carece.
Iván Nogales y Mela Márquez, en la Cinemateca Boliviana |
Semanas atrás estuve en el estreno en
la Cinemateca Boliviana de la película Movimientos
espectaculares (2014) de Mateo Hinojosa, precisamente sobre el teatro
Trono. Por ello esta es una oportunidad para comentar esta obra cinematográfica
que muestra que el grupo fundado y cultivado como una plantita delicada por
Iván Nogales no solamente sigue en pie y luchando por el oxígeno del arte, sino
que además lo hace con vigor y honestidad para mostrar los logros y también los
obstáculos que se enfrentan en ese arduo camino.
Era hora de contar parte de la historia del
Teatro Trono en un documental, pero además de que se hiciera en un proceso
participativo como el que lleva adelante el grupo de Nogales, un hombre humilde
porque “se borra” detrás de sus actores y detrás de sus proyectos culturales.
Para muestra un botón: en el hermoso cartel de Movimientos espectaculares aparece su nombre sin prominencia mezclado
entre los nombres de otros miembros del grupo.
Cartel de Movimientos espectaculares |
El titulo del film puede parecer ajeno a
su contenido (aunque es metafórico), no así una frase que aparece discretamente
en algunas de las imágenes promocionales que he visto: “Nadie quieto”, es
decir, nadie debe permanecer indiferente.
Aunque la dirección del documental la
asumió Mateo Hinojosa, todo el proceso de producción es resultado de una
colaboración sin fronteras, donde el guión se hizo colectivamente y se adaptó
según las circunstancias de la filmación, cuya primera etapa transcurrió en
2010 y la segunda en 2012. El financiamiento mediante la modalidad de crowdfunding (se traduce como micro-mecenazgo)
va parejo con ese espíritu colaborativo.
La música incluye canciones de Luzmila
Carpio, de Jesús Durán, Arawi y de Jean-Pierre Magnet además de temas
originales interpretados por los jóvenes actores de Teatro Trono. Destacan las secuencias
animadas diseñadas por Alejandro Salazar (Al-Azar) y realizadas con el apoyo de
artistas venezolanos y norteamericanos.
Mucho terreno ha recorrido el Teatro
Trono, que ya no es el mismo sobre el que escribí hace tantos años porque
Nogales se ha ocupado de renovar constantemente el núcleo de actores y el
repertorio de obras.
Todo comenzó en 1989 como resultado de
una experiencia de trabajo con niños de la calle. Al principio el grupo
trabajaba en el marco de un programa estatal, pero muy pronto ganó
independencia y autonomía para continuar desarrollando actividades culturales
para niños y jóvenes de la ciudad de El Alto. En pocos años consolidaron COMPA
y el Teatro Trono, proyectos en los que los niños y jóvenes asumían las
responsabilidades de gestión. A través del tiempo el grupo ha sido capaz de
ofrecer a la población una gama de actividades culturales: biblioteca,
películas, muestras de arte y por supuesto obras de teatro que han sido
representadas no solamente para la audiencia de los barrios populares de El
Alto, sino también en festivales y eventos culturales nacionales.
Los jóvenes actores del Teatro Trono no
desmayan en su intento de llevar sus obras a poblaciones que no tienen memoria,
por ejemplo, de los acontecimientos políticos que vivió El Alto (y el país) el
año 2003: la llamada “guerra del gas”. En 118 minutos el documental trata de
recobrar esa memoria, no a través de imágenes de violencia, sino de
interpretaciones dramáticas de quienes eran apenas niños cuando los hechos
sucedieron. Son los hijos de la guerra del gas los que aquí se expresan, pero
no se trata solamente de un acto político, sino de una reivindicación del mestizaje
y del migrante alteño que asoma su cultura itinerante sobre la ciudad de La
Paz.
El itinerario del grupo de teatro por
varios lugares de Bolivia para representar sus obras sobre la plataforma de un
camión tiene un valor testimonial inmenso porque lo que nos muestra no es una trayectoria
triunfalista, sino una de esfuerzo, compromiso y dedicación que con frecuencia
se topa con la apatía de la propia gente.
“El circo de la politiquería” que los
jóvenes del Teatro Trono representan para apoyar las reivindicaciones de la
memoria se topa curiosamente con la indiferencia de quienes no entienden el valor
de la expresión artística. Son particularmente duras las escenas filmadas cerca
de la Plaza Murillo en La Paz, donde los jóvenes actores tratan de adherirse a
una marcha de las víctimas de octubre de 2003 pero son aceptados a
regañadientes, su arte no logra crear empatía, los rostros duros e inflexibles
de los manifestantes no se ablandan con esta forma de expresión y de lucha.
Las intervenciones ambulantes del teatro
callejero se enfrentan no solamente a la desmemoria y a la apatía, sino a ese
carácter sombrío y cerrado de los migrantes. A pesar del dolor que los jóvenes
actores logran hacer suyo para convertir en expresión creativa la memoria de
hechos que no vivieron, tienen que vencer todavía el obstáculo de la falta de
complicidad de un público poco participativo. Como afirma el propio director de
Teatro Trono en una entrevista, para mucha gente este es un teatro invisible, porque
no lo quiere ver.
En el Teatro Trono y en Movimientos espectaculares no me atrae
tanto las obras terminadas como el proceso creativo de inclusión social que se
desarrolla gracias al compromiso de quienes participan.
El grupo cultural trasciende las
fronteras del teatro y demuestra que se puede hacer resistencia política y cultural
de una manera propositiva, positiva y no destructiva. A diferencia de otros
movimientos sociales de El Alto, Compa y el Teatro Trono tienen desde siempre
una propuesta de política cultural. Más allá de los estallidos heroicos que
duran menos que una llamarada de petate, el trabajo de Teatro Trono lleva
años construyendo ciudadanía. Iniciativas
como esta pueden salvar a El Alto de su destino de ciudad de migrantes
indiferentes e individualistas.
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En una pequeña o gran
ciudad o pueblo,
un gran teatro es el
signo visible de cultura.
—Laurence Olivier