De los actos intempestivos que Humberto
Ríos cometió a lo largo de su vida, tengo que reprocharle el último: irse sin
que hayamos terminado nuestra conversación. No es justo.
Humberto "Negro" Ríos, en México, marzo de 2012 |
El Negro me decía: “Tú y yo somos los
únicos bolivianos graduados en el IDHEC”, y lo decía con orgullo, más por lo de
boliviano que por haber estudiado en el Institut de Hautes Etudes Cinématographiques, en
París, que era entonces la escuela de cine más prestigiosa en Europa.
Teníamos varias cosas en común con el
Negro Ríos: ambos bolivianos, cineastas, graduados en la misma escuela en
París, exiliados en México en los mismos años… Por ello en nuestras
trayectorias había un diálogo permanente que mantuvimos a lo largo de décadas,
a pesar de los años que nos separaban.
El Negro estuvo en París desde 1955 hasta
1960, años en los que estudió en el IDHEC y tuvo participación política. Se
tuvo que ir de Francia cuando una parte de la célula Jainson, de la cual formaba
parte cuando militaba contra la guerra de Argelia, había sido detenida. Regresó
a Buenos Aires, a su casa “que era aún la Argentina”.
Aunque pasaba como cineasta argentino
siempre se encargaba de precisar, al menos conmigo, que era boliviano, que
había nacido en Sucre. Cuando volvió a su ciudad natal luego de muchos años
estaba eufórico. El 18 de julio de 2010 me escribió desde Sucre: “Ayer reconocí
la Catedral, el seminario que fuera hospital de campaña en la Guerra del Chaco
y en donde me operaron de mis oídos por primera vez. No sé qué se hizo del cine
en el que teníamos un palco familiar ni del mercado en donde tomaba api morado antes del cine del domingo.
Pero el resto sigue casi igual y lo más rico fue recuperar mis sabores picantes”.
Cuando leyó el artículo donde narro mi
encuentro en México con Luis Buñuel y recuerdo
que éste me dijo que yo era el único cineasta boliviano que había conocido en
su vida, me escribió para decirme que él también había conocido a Buñuel pero
no se había identificado como boliviano.
A raíz de eso intercambiamos varios correos donde me habla de su
múltiple identidad nacional:
“No me presenté ni como boliviano ni como
argentino, simplemente como refugiado... A mí me dan como boliviano o como
argentino, según quien lea sobre mí. Unos lo hacen desde que hago cine, otros
desde que nací. Por ejemplo en el Annuaire d’élèves de l'IDHEC, figuro como nacido
en Bolivia, pero así mismo hablan de mi como argentino. Lo que vos no sabés y
ahora te lo cuento, es que cuando fui Jurado en el Festival de Leipzig (ya vivía
en el DF) en 1979, el Cónsul mexicano vino a saludarme al Festival, pues yo representaba a México.
“Nunca, en ningún lado, ni en ningún
momento autoridad alguna boliviana vino a saludarme, ni aún cuando presenté Al grito de este pueblo, filmada en Bolivia
y con la cual recorrí Europa (España, Francia, Suecia, Dinamarca, Holanda,
Italia, Checoslovaquia, Yugoslavia, Bulgaria, etc). En algunos artículos
periodísticos figuro como cineasta argentino-boliviano. Y no negué, ni niego,
ni negaré nunca mi nacimiento. De los errores u olvidos de otros, no me hago
cargo. Tengo documentos argentinos, sí, como tuve mexicanos y aún guardo mi
pasaporte boliviano, emitido en 1936, año en el que mi familia me llevó a
Argentina. Recién en 1970 regresé a Bolivia a filmar el documental, pero no
pude ir a Sucre, ciudad de mi niñez.”
En 1971, cuando se produjo el golpe del
Coronel Hugo Bánzer Suarez, el Negro fue de los primeros en documentarlo. Hizo
el film Al grito de este pueblo (a un clic de distancia), junto
a Hebe Serebrisky y Jorge Hönig. En mi Historia
del cine en Bolivia (1982) le dediqué unos párrafos:
“Los cineastas filmaron las jornadas de
agosto de 1971 cuando se produjo el golpe militar de derecha. La película comienza con una revisión
histórica, que abarca referencias sucintas a la cultura de Tiwanaku, a la
Colonia, a la Guerra del Chaco, a las masacres de trabajadores mineros a lo
largo de este siglo, etc. Se hace una
reconstitución de la vida cotidiana del minero, e incluyendo referencias a la
masacre de San Juan. Se entrevista a Domitila
de Chungara, aunque sin mencionar su nombre. Como muchas de las películas realizadas
por cineastas que no vivían en Bolivia, la de Humberto Ríos peca por una
desviación foquista que no contribuye
a dar una visión correcta de la realidad política del país. Una vez más, el eje está dado por una entrevista con el Chato Peredo, que en su análisis no logra explicar, por ejemplo, el
sacrificio de decenas de jóvenes universitarios en Teoponte.
“La película incluye también entrevistas
con el sacerdote Mauricio Lefevre (asesinado al poco tiempo), con Juan Lechín
en la Asamblea Popular, y con Simón Reyes. Las imágenes más importantes son las
del 19 de agosto de 1971, similares a las de la película La hora de los Generales.
Los mineros llegan en camiones empuñando dinamitas, para manifestar su
repudio hacia el golpe fascista que se ha originado en Santa Cruz. Se produce
una manifestación, los discursos, y poco después los combates. Estas sí son imágenes inéditas, de un valor
histórico. El pueblo se arma como puede,
la gente corre transportando a los heridos, los aviones sobrevuelan la ciudad
de La Paz. Luego, la Universidad es ocupada por los militares, Bánzer jura a la
Presidencia, Gutiérrez y Paz Estenssoro se dirigen a la militancia de sus
partidos. A pesar del montaje caprichoso,
a pesar del análisis foquista, no
cabe duda de que se trata de una película muy válida desde el punto de vista
histórico-documental.”
El Negro mantuvo amistad con innumerables
intelectuales y políticos bolivianos a los que conoció en el exilio chileno: Hernán
Siles Zuazo, René Zavaleta, Marcelo Quiroga Santa Cruz, Tota Arce, Mario
Arrieta, Simón Reyes, Antonio y Chato Peredo, y otros a los que menciona en la
correspondencia que intercambiamos. El 30 de junio del 2012, al enterarse de la
muerte de Antonio Peredo por una nota de mi blog, me escribió un sentido
mensaje: “Dolor y más dolor por esta noticia. No es posible creerla. No tengo
deseos de creerla”. Y recordó que había interrumpido en Santiago de Chile una
partida de ajedrez entre los dos hermanos Peredo para entrevistar al Chato sobre la guerrilla de Teoponte.
Pocos meses más tarde, el 20 de octubre
del mismo año escribió a propósito de la muerte de nuestro común amigo Octavio
Getino: “¿Qué cantidad de tiempo tendré que remontar para encontrarme de nuevo
con el rostro juvenil, casi adolescente de Octavio Getino?”
En años recientes el Negro abría su
memoria como un libro en las cartas que enviaba por correo electrónico. Son
cartas que atesoro por venir de él y también porque ofrecen informaciones muy
precisas sobre su vida y su trayectoria por muchos países. Luego de dos o tres
largos párrafos autobiográficos solía terminar abruptamente: “Bueno, ahora sí,
me voy a la cama”, o “Hermano, me voy a almorzar”.
Alfonso Gumucio, Negro Ríos, Ruy Guerra, en los Estudios Churubusco |
Compartimos una parte del exilio en
México a principios de la década de 1980 y estuvimos involucrados en el documental
que él y Adolfo García Videla hicieron sobre la filmación del largometraje La cándida Eréndira y su abuela la desalmada,
dirigida por Ruy Guerra, basada en el relato de García Márquez, con Irene Papas
y Claudia Ohana en los papeles principales. Luis Lupone y yo éramos asistentes
en esos documental. Hace unos meses me envío una foto memoriosa en la que
aparecemos conversando con Ruy Guerra.
Recuerdo el viaje que hicimos el Negro y
yo en su auto, de Ciudad de México a Jalapa, Veracruz, para participar en una
de las filmaciones del largometraje. A
lo largo del camino escuchábamos emocionados un casete que le habían enviado de
Buenos Aires, con el primer concierto de Mercedes Sosa y León Gieco después de
la caída de la dictadura militar. Desde entonces me estremezco cada vez que
escucho esa hermosa versión de “Solo le pido a Dios, que la vida no me sea
indiferente…”
Las escenas de interiores de la película
de Rui Guerra se filmaron en los inmensos estudios Churubusco, y allí, en el
set donde también fotografié a Irene Papas muy metida en su papel de la abuela
desalmada que devoraba con las manos una torta envenenada, hice un retrato del
Negro en el mismo decorado. El retrato le gustó y me gustó, de modo que lo
incluí en mi exposición “Retrato hablado” que se exhibió en el Espacio Portales
en La Paz en febrero de 1990, y semanas más tarde en el Salón Gíldaro Antezana
de Cochabamba. Mostré 50 retratos de escritores, artistas, gente de cine y de
la política, y cada foto iba acompañada de un breve texto (de ahí el título de
la muestra).
Sobre el Negro escribí en esa ocasión:
El Negro en el set de filmación de La cándida Eréndira... |
“Nacido en Bolivia, argentino de
adopción, exiliado en México, el Negro Ríos es un cineasta
especializado en películas documentales. Estudió cine en París, y al regresar a
Buenos Aires realizó Eloy, su primer
largometraje de ficción. Su sangre
boliviana lo atrajo al país en 1971, durante el periodo de la Asamblea Popular,
para hacer un documental titulado Al
grito de este pueblo. Como muchos
cineastas, Humberto Ríos tiene más proyectos que posibilidades económicas de
realizarlos. "Las perspectivas son
buenas, el optimismo cauto y las ilusiones, como siempre, grandes", me
dijo cierta vez que preparaba su retorno a Argentina, luego de diez años de
exilio. Junto a Adolfo López Videla,
otro cineasta argentino, realizó en México una película documental titulada Del Viento y del Fuego sobre el proceso
de filmación de La cándida Eréndira y su
abuela desalmada, del brasileño Ruy Guerra.
En uno de los decorados de esa gran producción hice este retrato”.
Al cabo del exilio regresó a Argentina y
yo a Bolivia. Solíamos vernos en casa de Octavio Getino y Susana Velleggia en
Buenos Aires, pero después de la muerte de Octavio nos vimos en algún café de
la calle Corrientes.
En Guadalajara, con Humberto Ríos y Oscar Menéndez |
En México nos vimos de nuevo varias veces,
porque el Negro, al igual que yo, solía retornar cada vez que tenía una
oportunidad de hacerlo. Allí estuvimos juntos las últimas veces, en el Festival
Internacional de Cine en Guadalajara a principios de marzo del 2013, y en la
ciudad de México unos días más tarde cuando presentó su documental Fernando Birri, el utópico andante, en La
Vitrola, el café de su amigo Modesto López en la esquina de las calles Córdoba
y Coahuila, en la Colonia Roma. Muchos otros amigos del Negro, algunos argentinos
que decidieron quedarse en México después del exilio, estaban allí para
abrazarlo.
En Guadalajara habíamos tenido algunas
divergencias durante la reunión del Encuentro de Documentalistas (EnDoc XXI).
Yo salí un poco asqueado de las jugarretas políticas entre compañeros que, en
el fondo, querían las mismas cosas para el cine documental latinoamericano,
pero pretendían copar los puestos de referencia de la red. En lugar del
“espacio de fraternidad” que quería el Negro, lo que quedó fue un terreno
sembrado de recelos y desconfianza. Al parecer en reuniones anteriores de la
red había sucedido lo mismo. A raíz de eso intercambiamos varios mensajes a
mediados de marzo del 2013, que no tiene ya sentido detallar aquí.
El Negro con Picasso |
Un par de meses más tarde me dijo que
preparaba un documental sobre Santiago Álvarez y a vuelta de correo le conté
que yo había hecho un intento similar a mediados de los años 1970 pero que la
burocracia cubana había retrasado tanto el proyecto, que acabé por abandonarlo.
Me respondió con mucho detalle sobre las dificultades, similares que él mismo había
enfrentado cuando en 1996 surgió su iniciativa con el apoyo del propio Santiago
y de Lázara, y concluyó: “No sé si lograré finalmente hacer el documental, pues
los riesgos son muchos y yo ya tengo muchos años. Un comentario: guárdate este
mail para ti solo. No lo difundas”.
Abrazó con entusiasmo la red virtual
Facebook porque le permitía comunicarse con todos los amigos. Era muy activo
por temporadas, cuando en uno o dos días publicaba post sucesivos con fotos de
personalidades que había conocido a lo largo de su vida, una magnífica
colección donde aparecía con Joris Ivens, Francois Truffaut, Pablo Picasso, Julio
García Espinoza, Ernesto Cardenal, García Márquez, Glauber Rocha, Julio
Cortázar, y Santiago Álvarez, su gran amigo Raymundo Gleyzer, asesinado por los
militares argentinos y tantos otros.
En un mensaje del 15 de mayo del 2012 me
decía: “Alfonso: Podríamos intercambiar firmas y figuritas. ¿Qué te parecen las
mías? Humberto”. En los últimos meses al ver esa compulsión con la que abría en
la red virtual el libro de su vida, de sus amistades, de sus seres queridos, de
sus historias de cine, sentí que el Negro estaba compartiendo todo lo que le
quedaba por compartir, como una manera de preparar el camino de salida.
Facebook le jugó una mala pasada hace
unos días cuando viajó a
Tucumán y usó una computadora de un café internet. Probablemente dejó abierta su cuenta
de Facebook y algún joven malicioso escribió en el muro del Negro: “Soy gay y
puto”. Aunque era totalmente innecesario hacerlo, él salió a aclarar a los
amigos: “Me gustan y siempre me han gustado las mujeres”.
Con el Negro en Buenos Aires, en 2012 |
Su nuera Natalia sorprendió a los amigos
en todo el mundo con un mensaje desde el propio correo electrónico del Negro:
“Hola a todos, soy la nuera de Humberto, y quiero avisarles que
desgraciadamente el Negro nos dejó, pero sólo en cuerpo porque su amor por el
hijo, los nietos, el arte y la vida estoy segura de que va a vivir en nuestros
corazones por siempre. Gracias Negro por haber existido. Natalia”.
Amistades como esta se extienden a lo
largo de tres o cuatro décadas y dejan sembradas muchas señales en el camino, fragmentos de
encuentros, fotografías, canciones, correos y cartas. Es difícil reunirlo todo
en unas cuantas páginas, sin embargo, en el entramado de fragmentos aparecen
siempre los ojitos vivos y la sonrisa de picardía del Negro Ríos, que nos dejó
sin preaviso el 8 de noviembre, cuando ya casi iba a cumplir 85 años de edad .
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Sólo le pido a Dios
que el dolor no me sea indiferente,
que la reseca muerte no me encuentre
vacío y solo sin haber hecho lo suficiente.
que el dolor no me sea indiferente,
que la reseca muerte no me encuentre
vacío y solo sin haber hecho lo suficiente.
—León Gieco