12 septiembre 2014

La agenda de la comunicación y el desarrollo

El tiempo pasa volando, o quizás el que pasa volando es uno, y el tiempo está siempre allí, mirándonos pasar. Pienso en esto porque “desde hace tiempo” quiero comentar el libro Comunicación y desarrollo en la agenda latinoamericana del siglo XXI. Fundamentos teóricos-filosóficos (2013), editado en la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY) por Carmen Castillo Rocha, Daniel Murillo Licea y Roxana Quiroz Carranza.

Trato de vez en cuando, en estas páginas que se lleva el viento, de ocuparme al menos de aquellas publicaciones en las que he tenido alguna participación, como es el caso ahora, donde contribuí con el primer capítulo, “Comunicación para el desarrollo: experiencias y reflexiones”. En este caso no pude hacerlo a su debido tiempo, cuando el libro se publicó, porque en medio de eso se me complicó la vida con el traslado de México a Bolivia y el libro de llamativa portada, con el sur que mira al norte, estuvo jugando a escondidas saltando de un cajón de libros a otro hasta que finalmente lo atrapé a vuelo. Y al vuelo lo leí para comentarlo ahora.

Hay tres cosas que quiero mencionar sobre este libro pero no sé realmente cual de ellas es la que más quiero destacar. Usted dirá. Por una parte este es un libro hecho por amigos y eso siempre importante. Además, es un libro hecho en Yucatán, lo cual en el contexto mexicano es novedoso y esperanzador. Finalmente, es un libro que rescata el pensamiento propio latinoamericano en comunicación, desarrollo y cambio social, que algunos quisieran ver desaparecer definitivamente en función de teoría y corrientes más de moda, de tecnologías de la información más “sexy”.

Otra comunicación para el desarrollo

Empiezo por esto último para destacar el compromiso y la toma de posición de quienes gestaron este libro y lo editaron: Castillo, Murillo y Quiroz. La comunicación para el desarrollo tiene más de medio siglo de desarrollo, más de cincuenta años de abrir senderos y caminos en las comunidades y en el pensamiento académico, pero de tiempo en tiempo es marginada y arrasada por alguna de esas “carreteras de la información” con las que obnubilan a las masas universitarias los que pasan en raudos automóviles último modelo de la marca Bourdieu modelo Postmoderno.

Los autores de este libro, entre los que me incluyo orgullosamente, hablamos de otra comunicación que no quiere arrasar sino construir con otros senderos, atajos, rutas peligrosas, para que la propia gente que es sujeto de programas y proyectos de desarrollo (es decir, todos lo somos), tenga el poder de decir su palabra sobre aquello que va a afectar su vida positiva o negativamente. Porque, claro, no podemos olvidar que el desarrollo como lo hemos conocido hasta ahora ha tenido desde siempre un doble filo: ha sumido en mayor pobreza y dependencia a muchísimas comunidades del planeta, y en algunos casos ha permitido que otras comunidades mejoren, se fortalezcan, se hagan dueñas de su futuro.

En este libro los autores le damos el crédito que se merece a quienes ha sido propulsores de experiencias y de pensamiento vinculado a esta noción de comunicación que tiene que ver con la participación, con el diálogo interdisciplinario entre iguales y entre diferentes, y con la construcción de conocimiento colectivo, para decirlo de la manera más escueta.

Manuel Calvelo Ríos
Entre quienes merecen ese crédito está la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), pero no por méritos exclusivamente institucionales sino porque la FAO tuvo expertos de primer nivel que lograron llevar a la práctica una comunicación comprometida con el cambio social, no solamente con los cambios que se pueden dar desde las comunidades urbanas o rurales, sino con los cambios en las políticas de desarrollo.

Uno que entendía mucho y muy bien el tema era nuestro querido Colin Fraser, quien desde su puesto en la FAO hizo crecer la comunicación para el desarrollo como concepto y como práctica concreta, apoyando a quienes trabajaban en el terreno, como Manuel Calvelo y el Negro Funes, entre otros. Después de Colin Fraser llegó Silvia Balit, que continuó con ese trabajo formidable de pensar y hacer comunicación y desarrollo. Yo mismo fui parte de esa experiencia cuando la FAO me contrató como consultor a principios de la década de 1980 en México, para trabajar en Nayarit y en Puebla.

Menos crédito se le da en el texto a la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) que jugó un papel preponderante desde la década de 1970 en el cuestionamiento del injusto sistema de información prevaleciente a nivel mundial y en las propuestas de una comunicación comprometida con el desarrollo y el cambio social. Además del emblemático Informe MacBride, la Unesco propuso el Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación (NOMIC) e impulsó investigaciones sobre políticas públicas en materia de comunicación. 

Con Juan Díaz Bordenave, Colin Fraser y Daniel Prieto Castillo
Aquí también hay nombres que no se pueden olvidar, como el de Luis Ramiro Beltrán o Antonio Pasquali (ambos trabajaron para la Unesco), cuyo pensamiento tuvo la capacidad de contrarrestar la aplastante influencia de las teorías difusionistas generadas en las universidades de Estados Unidos e impuestas por la cooperación gringa en numerosos países dependientes. Beltrán y Pasquali no fueron los únicos, hay todo un pensamiento “unesquiano” inspirado en Paulo Freire que alimentó varias generaciones de pensadores y de comunicadores que ejercieron una práctica enriquecedora, como Juan Díaz Bordenave o Mario Kaplún, y luego reflexionaron ellos mismos a partir de esa práctica.

Al igual que la agenda pendiente del Informe MacBride, la de la comunicación para el desarrollo sigue pendiente porque no interesa a la mayoría de las universidades, cuyo enfoque de la comunicación es cada vez más funcionalista e instrumentalizado por los medios.  Las universidades se han convertido en fábricas de periodistas que saben apenas leer y escribir y hacer videos, pero que reflexionan muy poco sobre el papel de la comunicación. Según la Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social (Felafacs) hay cerca de 1 800 “carreras de comunicación social” en la región, casi todas enfrascadas en estudios de periodismo dirigidos a los medios, a la publicidad empresarial y a las relaciones públicas.

No es sino en tiempos recientes, a partir del Congreso Mundial de Comunicación para el Desarrollo (CMCD) en 2006, que se vuelve a posicionar el tema tanto en la agenda de desarrollo como en el ámbito académico.  Muy recientemente, y hablaré de esto en otra nota, se ha constituido en Bogotá una nueva red internacional de posgrados con énfasis en comunicación, desarrollo y cambio social: REDECAMBIO.

Luis Ramiro Beltrán y Jesús Martín Barbero, en La Habana
Tanto entre las organizaciones bilaterales y multilaterales para el desarrollo, las no gubernamentales, las gubernamentales y la mayoría de universidades, se mantiene la confusión perversa entre información y comunicación, por eso la palabra comunicación está tan asociada a los medios de difusión. En el mejor de los casos se asocia la comunicación para el cambio social con el activismo de la comunicación comunitaria, pero se olvida que además tiene que ver también con políticas de comunicación, con diálogo intercultural e interdisciplinario, con la construcción de consensos y con la generación de conocimiento colectivo.

Algunos han encasillado todo en una supuesta “escuela latinoamericana” de la comunicación como si fuera producto de un laboratorio universitario, una etiqueta que no le hace bien a la pluralidad y riqueza de pensamiento y de las experiencias. Yo prefiero llamarle movimiento de comunicación y cambio social, aunque no me apego a los términos y no me importa si otros la llaman ciudadana, participativa, alternativa, estratégica, radical, etc. Lo importante es que es una comunicación incluyente, que se ocupa tanto de los problemas de las comunidades como de las políticas y las relaciones con el Estado, y que tiene un carácter estratégico a través de la generación de conocimiento emergente.

De Yucatán y sus alrededores

Decía antes que uno de los méritos de este libro es su procedencia: la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY), una institución pública que hace suya la divisa de José María Morelos: “Morir es nada cuando por la patria se muere”.  Sus orígenes se remontan a 1624, cuando sobre la base del trabajo realizado por los jesuitas se creó la Real y Pontificia Universidad de San Javier, una de las más antiguas de América, aunque pasó por varios procesos de extinción, renacimiento y cambio de nombre.

Con Roxana Quiroz y Carmen Castillo
La Licenciatura en Comunicación Social está dividida en cuatro áreas, una de las cuales es Comunicación para el Desarrollo, lo cual ya es una sorpresa porque son muy pocas las universidades mexicanas, públicas o privadas, incluso las más grandes, que le prestan atención al tema. Y ello se debe, como suele suceder, al empuje de profesores que coinciden en su compromiso. Muy probablemente sin Carmen Castillo, Roxana Quiroz y Daniel Murillo, el área de comunicación y desarrollo no se hubiera consolidado en Yucatán como lo está ahora.

Da gusto comentar un libro cuando entre sus páginas asoman los amigos con sus experiencias, sus ideas y sus guiños de complicidad. De la “vieja guardia” si se puede decir así, me siento unido al trabajo tesonero de Manuel Calvelo y de Silvia Balit.  Silvia aporta con la introducción del libro, escrita con dos de los autores, y Manuel con un texto de recapitulación de su accionar en el campo de la pedagogía audiovisual y sus ideas sobre comunicación, desarrollo y cambio social, en las que encontramos muchas coincidencias con el pensamiento de otros colegas latinoamericanos como Luis Ramiro Beltrán, Antonio Pasquali, Juan Díaz Bordenave, Mario Kaplún, Jesús Martín Barbero y Daniel Prieto Castillo, aunque no recoge el nombre de ninguno de ellos en su bibliografía recomendada.

Mi amistad con Carmen Castillo, Daniel Murillo y Roxana Quiroz es más reciente, pero no menos fructífera, como el propio libro sugiere. Tuve oportunidad de estar recientemente con Carmen y Roxana en la reunión de maestrías que tuvo lugar en Bogotá a fines de agosto, y ello asegura que seguiremos viéndonos con cierta frecuencia.

Desde las páginas de este libro, el “Tomo I” de una serie enriquecedora, saludan también las ideas de autores con quienes no he tenido aún oportunidad de desarrollar vínculos de amistad, como es el caso de Sandra Salazar, Jorge Martínez Ruiz, Pablo Chávez Hernández, Eduardo López Ramírez, Ksenia Sidorova, cuyos textos enriquecen el debate desde ángulos tan diversos como las políticas de Estado, la prevención de desastres naturales y el saber escuchar a las comunidades.

Ya me extendí más de la cuenta. La culpa la tiene el entusiasmo.

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Hace ya mucho tiempo que solamente me peleo con mis amigos
o con personas inteligentes.
—Manuel Calvelo Ríos