El tiempo pasa volando, o quizás el que
pasa volando es uno, y el tiempo está siempre allí, mirándonos pasar. Pienso en
esto porque “desde hace tiempo” quiero comentar el libro Comunicación y
desarrollo en la agenda latinoamericana del siglo XXI. Fundamentos
teóricos-filosóficos (2013), editado en la Universidad Autónoma de Yucatán
(UADY) por Carmen Castillo Rocha, Daniel Murillo Licea y Roxana Quiroz
Carranza.
Trato de vez en cuando, en estas páginas
que se lleva el viento, de ocuparme al menos de aquellas publicaciones en las
que he tenido alguna participación, como es el caso ahora, donde contribuí con
el primer capítulo, “Comunicación para el desarrollo: experiencias y
reflexiones”. En este caso no pude hacerlo a su debido tiempo, cuando el libro
se publicó, porque en medio de eso se me complicó la vida con el traslado de
México a Bolivia y el libro de llamativa portada, con el sur que mira al norte,
estuvo jugando a escondidas saltando de un cajón de libros a otro hasta que
finalmente lo atrapé a vuelo. Y al vuelo lo leí para comentarlo ahora.
Hay tres cosas que quiero mencionar sobre este libro pero no sé realmente cual de ellas es la que más quiero destacar. Usted dirá. Por una parte este es un
libro hecho por amigos y eso siempre importante. Además, es un libro hecho
en Yucatán, lo cual en el contexto mexicano es novedoso y esperanzador. Finalmente, es un libro que rescata el pensamiento propio latinoamericano en comunicación, desarrollo y cambio social, que algunos quisieran ver desaparecer
definitivamente en función de teoría y corrientes más de moda, de tecnologías
de la información más “sexy”.
Otra
comunicación para el desarrollo
Empiezo por esto último para destacar el
compromiso y la toma de posición de quienes gestaron este libro y lo editaron:
Castillo, Murillo y Quiroz. La comunicación para el desarrollo tiene más de
medio siglo de desarrollo, más de cincuenta años de abrir senderos y caminos en
las comunidades y en el pensamiento académico, pero de tiempo en tiempo es
marginada y arrasada por alguna de esas “carreteras de la información” con las
que obnubilan a las masas universitarias los que pasan en raudos automóviles
último modelo de la marca Bourdieu modelo Postmoderno.
Los autores de este libro, entre los que
me incluyo orgullosamente, hablamos de otra comunicación que no quiere arrasar
sino construir con otros senderos, atajos, rutas peligrosas, para que la
propia gente que es sujeto de programas y proyectos de desarrollo (es decir,
todos lo somos), tenga el poder de decir su palabra sobre aquello que va a
afectar su vida positiva o negativamente. Porque, claro, no podemos olvidar que
el desarrollo como lo hemos conocido hasta ahora ha tenido desde siempre un
doble filo: ha sumido en mayor pobreza y dependencia a muchísimas comunidades
del planeta, y en algunos casos ha permitido que otras comunidades mejoren, se
fortalezcan, se hagan dueñas de su futuro.
En este libro los autores le damos el
crédito que se merece a quienes ha sido propulsores de experiencias y de
pensamiento vinculado a esta noción de comunicación que tiene que ver con la
participación, con el diálogo interdisciplinario entre iguales y
entre diferentes, y con la construcción de conocimiento colectivo, para decirlo
de la manera más escueta.
Manuel Calvelo Ríos |
Entre quienes merecen ese crédito está la
Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación
(FAO), pero no por méritos exclusivamente institucionales sino porque la FAO tuvo expertos de primer nivel que
lograron llevar a la práctica una comunicación comprometida con el cambio
social, no solamente con los cambios que se pueden dar desde las
comunidades urbanas o rurales, sino con los cambios en las políticas de desarrollo.
Uno que entendía mucho y muy bien el tema
era nuestro querido Colin Fraser, quien desde su puesto en la FAO hizo crecer
la comunicación para el desarrollo como concepto y como práctica concreta,
apoyando a quienes trabajaban en el terreno, como Manuel Calvelo y el Negro
Funes, entre otros. Después de Colin Fraser llegó Silvia Balit, que continuó con
ese trabajo formidable de pensar y hacer comunicación y desarrollo. Yo mismo
fui parte de esa experiencia cuando la FAO me contrató como consultor a principios
de la década de 1980 en México, para trabajar en Nayarit y en Puebla.
Menos crédito se le da en el texto a la
Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura
(UNESCO) que jugó un papel preponderante desde la década de 1970 en el
cuestionamiento del injusto sistema de información prevaleciente a nivel
mundial y en las propuestas de una comunicación comprometida con el desarrollo
y el cambio social. Además del emblemático Informe MacBride, la Unesco propuso
el Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación (NOMIC) e impulsó
investigaciones sobre políticas públicas en materia de comunicación.
Con Juan Díaz Bordenave, Colin Fraser y Daniel Prieto Castillo |
Aquí también hay nombres que no se pueden
olvidar, como el de Luis Ramiro Beltrán o Antonio Pasquali (ambos trabajaron
para la Unesco), cuyo pensamiento tuvo la capacidad de contrarrestar la
aplastante influencia de las teorías difusionistas generadas en las
universidades de Estados Unidos e impuestas por la cooperación gringa en
numerosos países dependientes. Beltrán y Pasquali no fueron los únicos, hay
todo un pensamiento “unesquiano” inspirado en Paulo Freire que alimentó varias
generaciones de pensadores y de comunicadores que ejercieron una práctica
enriquecedora, como Juan Díaz Bordenave o Mario Kaplún, y luego reflexionaron
ellos mismos a partir de esa práctica.
Al igual que la agenda pendiente del
Informe MacBride, la de la comunicación para el desarrollo sigue pendiente
porque no interesa a la mayoría de las universidades, cuyo enfoque de la
comunicación es cada vez más funcionalista e instrumentalizado por los
medios. Las universidades se han
convertido en fábricas de periodistas que saben apenas leer y escribir y hacer
videos, pero que reflexionan muy poco sobre el papel de la comunicación. Según
la Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social (Felafacs)
hay cerca de 1 800 “carreras de comunicación social” en la región, casi todas
enfrascadas en estudios de periodismo dirigidos a los medios, a la publicidad
empresarial y a las relaciones públicas.
No es sino en tiempos recientes, a partir
del Congreso Mundial de Comunicación para el Desarrollo (CMCD) en 2006, que se
vuelve a posicionar el tema tanto en la agenda de desarrollo como en el ámbito
académico. Muy recientemente, y hablaré
de esto en otra nota, se ha constituido en Bogotá una nueva red internacional
de posgrados con énfasis en comunicación, desarrollo y cambio social:
REDECAMBIO.
Luis Ramiro Beltrán y Jesús Martín Barbero, en La Habana |
Tanto entre las organizaciones
bilaterales y multilaterales para el desarrollo, las no gubernamentales, las
gubernamentales y la mayoría de universidades, se mantiene la confusión
perversa entre información y comunicación, por eso la palabra comunicación está tan asociada a los
medios de difusión. En el mejor de los casos se asocia la comunicación para el
cambio social con el activismo de la comunicación comunitaria, pero se olvida
que además tiene que ver también con políticas de comunicación, con diálogo
intercultural e interdisciplinario, con la construcción de consensos y con la
generación de conocimiento colectivo.
Algunos han encasillado todo en una
supuesta “escuela latinoamericana” de la comunicación como si fuera producto de
un laboratorio universitario, una etiqueta que no le hace bien a la pluralidad
y riqueza de pensamiento y de las experiencias. Yo prefiero llamarle movimiento
de comunicación y cambio social, aunque no me apego a los términos y no me
importa si otros la llaman ciudadana, participativa, alternativa, estratégica,
radical, etc. Lo importante es que es una comunicación incluyente, que se ocupa
tanto de los problemas de las comunidades como de las políticas y las
relaciones con el Estado, y que tiene un carácter estratégico a través de la
generación de conocimiento emergente.
De
Yucatán y sus alrededores
Decía antes que uno de los méritos de
este libro es su procedencia: la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY), una
institución pública que hace suya la divisa de José María Morelos: “Morir es
nada cuando por la patria se muere”. Sus
orígenes se remontan a 1624, cuando sobre la base del trabajo realizado por los
jesuitas se creó la Real y Pontificia Universidad de San Javier, una de las más
antiguas de América, aunque pasó por varios procesos de extinción, renacimiento
y cambio de nombre.
Con Roxana Quiroz y Carmen Castillo |
La Licenciatura en Comunicación Social
está dividida en cuatro áreas, una de las cuales es Comunicación para el
Desarrollo, lo cual ya es una sorpresa porque son muy pocas las universidades
mexicanas, públicas o privadas, incluso las más grandes, que le prestan
atención al tema. Y ello se debe, como suele suceder, al empuje de profesores
que coinciden en su compromiso. Muy
probablemente sin Carmen Castillo, Roxana Quiroz y Daniel Murillo, el área de
comunicación y desarrollo no se hubiera consolidado en Yucatán como lo está
ahora.
Da gusto comentar un libro cuando entre
sus páginas asoman los amigos con sus experiencias, sus ideas y sus guiños de
complicidad. De la “vieja guardia” si se puede decir así, me siento unido al
trabajo tesonero de Manuel Calvelo y de Silvia Balit. Silvia aporta con la introducción del libro,
escrita con dos de los autores, y Manuel con un texto de recapitulación de su
accionar en el campo de la pedagogía audiovisual y sus ideas sobre
comunicación, desarrollo y cambio social, en las que encontramos muchas
coincidencias con el pensamiento de otros colegas latinoamericanos como Luis
Ramiro Beltrán, Antonio Pasquali, Juan Díaz Bordenave, Mario Kaplún, Jesús
Martín Barbero y Daniel Prieto Castillo, aunque no recoge el nombre de ninguno
de ellos en su bibliografía recomendada.
Mi amistad con Carmen Castillo, Daniel
Murillo y Roxana Quiroz es más reciente, pero no menos fructífera, como el
propio libro sugiere. Tuve oportunidad de estar recientemente con Carmen y
Roxana en la reunión de maestrías que tuvo lugar en Bogotá a fines de agosto, y
ello asegura que seguiremos viéndonos con cierta frecuencia.
Desde las páginas de este libro, el “Tomo
I” de una serie enriquecedora, saludan también las ideas de autores con quienes
no he tenido aún oportunidad de desarrollar vínculos de amistad, como es el
caso de Sandra Salazar, Jorge Martínez Ruiz, Pablo Chávez Hernández, Eduardo
López Ramírez, Ksenia Sidorova, cuyos textos enriquecen el debate desde ángulos
tan diversos como las políticas de Estado, la prevención de desastres
naturales y el saber escuchar a las
comunidades.
Ya me extendí más de la cuenta. La culpa
la tiene el entusiasmo.
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Hace ya mucho tiempo
que solamente me peleo con mis amigos
o con personas
inteligentes.
—Manuel Calvelo Ríos