12 julio 2014

Un encuentro, muchos encuentros y una medalla

A principios de julio me invitaron a participar en el Segundo Encuentro Pedagógico de Fortalecimiento de la Formación Artística “Educación a través de las Artes” organizado por la Dirección General de Educación Técnica, Tecnológica, Lingüística y Artística del Ministerio de Educación del Estado Plurinacional de Bolivia. El objetivo del encuentro, era de “contribuir a la construcción de la Educación Integral y Holística a través de las artes, en el marco de la Educación Sociocomunitaria Productiva” (sic) así, con todas esas mayúsculas innecesarias, pero con una buena intención.

“La educación por el arte”, pensé, e inmediatamente recordé lo que sobre este tema he aprendido a lo largo de varias décadas de mi querido Liber Forti, teatrero y libertario, desde que colaboré con él cuando era asesor cultural de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) y de la Central Obrera Boliviana (COB), allá por la década de 1970, cuando esas organizaciones eran independientes y representativas. Ya no lo son. 

Segundo Encuentro Pedagógico de Fortalecimiento de la Formación Artística
Las ideas de Liber, impulsor del arte para el crecimiento personal y colectivo, planeaban sobre mi cabeza y quizás sobre las cabezas de unos pocos más durante el evento. Se organizaron mesas de diálogo por cada área artística y en cada una se discutió la orientación que el ministro de educación subrayó durante su intervención el día de la inauguración: por una parte la profesionalización de los artistas y por otra la necesidad de incluir la educación por el arte en el currículo nacional. "Queremos incorporar la mirada del artista en el currículo”, había afirmado el ministro Aguilar.

Claramente, se trataba de que las artes fueran transversales a los estudios de primaria y secundaria, no solamente asignaturas complementarias como ha sido siempre. Pero ese concepto no es fácil de entender y por ello en algunas mesas donde tuve oportunidad de estar, escuché que la discusión no se apartaba del concepto tradicional de enseñanza de la música, de la literatura o de las artes plásticas como un añadido ajeno a las materias “duras”.

En la mesa de literatura, por ejemplo, escuché barbaridades como esta: que las obras literarias son muy “difíciles” para  los jóvenes y que por lo tanto deberían ser “traducidas” a un lenguaje más simple “por alguno de los presentes”. Con tal osada propuesta se desvirtuaría por completo el valor literario de las obras, además de considerar a los estudiantes como inferiores e incapaces de entender lo que leen. Quienes así opinaban olvidaban, además, que existe en el mundo de habla castellana y en Bolivia, excelente literatura para todas las edades y si no, que le pregunten a mis amigas Gaby Vallejo y Rosalba Guzmán, que son autoras y expertas en ese rubro. Lamentablemente no estaban allí.  

Es más, ¿quién dice que los jóvenes no pueden “entender” la gran literatura? ¿Por qué no entenderían (y disfrutarían) la lectura de un cuento de Cortázar, de Rulfo, de Oscar Cerruto o de Augusto Céspedes? La patraña de que la literatura debe ser mediocre para estar “al nivel” de los estudiantes no debería ser tomada en cuenta por el ministerio y seguramente no lo será.

Con ese mismo criterio tan pedestre de “traducir” las grandes obras de arte a un lenguaje “accesible”, ¿qué harían con la pintura de Alfredo La Placa y Quico Arnal o con la música de Alberto Villapando y Cergio Prudencio?

El problema no está en las obras literarias o artísticas sino en la pérdida de lectores. Lectores de literatura y lectores de imágenes. Las culpables no son la gran poesía o la maravillosa narrativa que tenemos en el país, en la región y en el mundo, sino la falta de amor por la lectura. De lo que se trata es de promover el gusto por la lectura y no de elaborar listas de libros “accesibles”.

No creo que las recomendaciones de las mesas le sirvan de mucho al Ministerio de Educación.  De hecho, por algo será que no se hizo lectura de esas recomendaciones durante la clausura del evento, quizás porque lo que los facilitadores y moderadores de las mesas fueron anotando durante los tres días de trabajo no fue sino una suma de intervenciones más o menos disparatadas.  Al final, sería mucho más lógico y práctico que el Ministerio de Educación convoque a un grupo reducido de expertos en educación y artistas de probada trayectoria, para aportar a ese nuevo currículo que no podría surgir de un proceso de asamblea sino de un trabajo metódico y científico.

Nunca he sido de los que compiten en busca de premios y honores, aunque conozco algunas colegas escritores y artistas que lo hacen de manera sistemática y persistente, ávidos de reconocimiento en un país que maltrata a los creadores y artistas. Por ello me sorprendió sobremanera que el Ministerio de Educación del Ministerio Plurinacional de Bolivia, me invitara al acto de clausura del evento para otorgarme el título y una linda medalla de ‘Maestro de las Artes’ en la categoría de cine junto a mis colegas Antonio Eguino, Jorge Sanjinés, Luis Ramiro Beltrán (autor del guión de Vuelve Sebastiana) y Guillermo Aguirre.

Me alegró profundamente que recibieran también ese mismo reconocimiento a su extensa carrera artística otros artistas, entre ellos mis amigos músicos Matilde Casazola, Ernesto Cavour y Alberto Villalpando, actores de teatro como David Mondacca, Norma Merlo y David Santalla, así como mis amigos pintores Gil Imaná, Alfredo La Placa, Lorgio Vaca y Quico Arnal. Fabricio Lara recogió el título póstumo otorgado a Gustavo, su padre, que se nos fue unas semanas atrás. Liber Forti no pudo llegar de Cochabamba para recibir su título, además, conociéndolo, probablemente no le interesa.

Roberto Aguilar, Ministro de Educación
Cuando me hizo entrega del título le comenté brevemente al ministro el aprecio que yo sentía por su padre, el abogado Aníbal Aguilar Peñarrieta, luchador por los derechos humanos y las causas justas. A Anibal lo filmé varias veces para un proyecto de documental sobre Luis Espinal que nunca llegué a terminar. No sé dónde tengo (o si sobrevivió o no a exilios y asaltos) ese material, pero recuerdo claramente dos escenas. Lo filmé una vez en la puerta de su casa, en Miraflores, mientras me mostraba en la fachada los agujeros de bala de un atentado que le habían hecho días antes. En otra ocasión, probablemente en esos mismos meses, lo filmé detrás de los barrotes de la carceleta de San Pedro, donde la dictadura de turno lo acababa de encerrar.

David Mondacca, Gil Imaná, Matilde Casazola,
Norma Merlo, Erasmo Zarzuela y otros artistas
En la clausura del Segundo Encuentro Pedagógico de Fortalecimiento Artística el Ministro de Educación Roberto Aguilar Gómez explicó que la resolución ministerial que se emitió para otorgar los títulos de ‘Maestro de las Artes’ habilita a los artistas, “por el esfuerzo y trabajo que han desarrollado cada uno de ellos”, a dar clases con un nivel de maestría en instituciones educativas. Sin duda esto constituye un apoyo enorme a aquellos artistas autodidactas, que no pasaron por una formación académica, pero que aportaron enormemente a las artes en Bolivia. El título no hace sino reconocer su condición de maestros, adquirida a lo largo de sus vidas.

Ha sido el caso de Walter Solón Romero, uno de nuestros dos grandes muralistas (junto a Miguel Alandia Pantoja), a quien la universidad le ponía trabas para ejercer la enseñanza porque no tenía un “título”. Walter había trabajado con Siqueiros y expuesto su obra en numerosos países, era maestro de maestros como Gil y Jorge Imaná, Lorgio Vaca, y muchos otros, pero no tenía ese cartón que generalmente autoriza a dar clases en la universidad a una legión de mediocres improductivos, incapaces de mostrar en sus disciplinas una obra consistente.

Ojalá que el esfuerzo del Ministerio de Educación de organizar el Segundo Encuentro Pedagógico de Fortalecimiento de la Formación Artística “Educación a través de las Artes” se vea retribuido siquiera con algunas de las recomendaciones de los grupos de trabajo. No dudamos que hay gente valiosa que participó en ellos, pero a veces sus voces se pierden en el oleaje de propuestas superficiales y mediocres.
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El autor sólo escribe la mitad del libro.
De la otra mitad debe ocuparse el lector. 
—Joseph Conrad
Los libros van siendo el único lugar de la casa
donde todavía se puede estar tranquilo.
—Julio Cortázar