A principios de julio me invitaron a
participar en el Segundo Encuentro Pedagógico de Fortalecimiento de la
Formación Artística “Educación a través de las Artes” organizado por la Dirección
General de Educación Técnica, Tecnológica, Lingüística y Artística del
Ministerio de Educación del Estado Plurinacional de Bolivia. El objetivo del
encuentro, era de “contribuir a la construcción de la Educación Integral y
Holística a través de las artes, en el marco de la Educación Sociocomunitaria
Productiva” (sic) así, con todas esas mayúsculas innecesarias, pero con una
buena intención.
“La educación por el arte”, pensé, e
inmediatamente recordé lo que sobre este tema he aprendido a lo largo de varias décadas de mi querido Liber
Forti, teatrero y libertario, desde que colaboré con él cuando era asesor cultural
de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) y de la Central
Obrera Boliviana (COB), allá por la década de 1970, cuando esas organizaciones
eran independientes y representativas. Ya no lo son.
Segundo Encuentro Pedagógico de Fortalecimiento de la Formación Artística |
Las ideas de Liber, impulsor del arte para el crecimiento personal y colectivo, planeaban sobre mi cabeza y quizás sobre las cabezas de unos pocos más durante el evento. Se organizaron mesas de diálogo por cada área artística y en cada una se
discutió la orientación que el ministro de educación subrayó durante
su intervención el día de la inauguración: por una parte la profesionalización de los artistas y por otra la necesidad de incluir la educación por el arte en el currículo nacional. "Queremos incorporar la
mirada del artista en el currículo”, había afirmado el ministro Aguilar.
Claramente, se trataba de que las artes
fueran transversales a los estudios de primaria y secundaria, no solamente
asignaturas complementarias como ha sido siempre. Pero ese concepto no es fácil
de entender y por ello en algunas mesas donde tuve oportunidad de estar,
escuché que la discusión no se apartaba del concepto tradicional de enseñanza
de la música, de la literatura o de las artes plásticas como un añadido ajeno a
las materias “duras”.
En la mesa de literatura, por ejemplo, escuché
barbaridades como esta: que las obras literarias son muy “difíciles” para los jóvenes y que por lo tanto deberían ser
“traducidas” a un lenguaje más simple “por alguno de los presentes”. Con tal
osada propuesta se desvirtuaría por completo el valor literario de las obras,
además de considerar a los estudiantes como inferiores e incapaces de entender
lo que leen. Quienes así opinaban olvidaban, además, que existe en el mundo de
habla castellana y en Bolivia, excelente literatura para todas las edades y si
no, que le pregunten a mis amigas Gaby Vallejo y Rosalba Guzmán, que son
autoras y expertas en ese rubro. Lamentablemente no estaban allí.
Es más, ¿quién dice que los jóvenes no
pueden “entender” la gran literatura? ¿Por qué no entenderían (y disfrutarían) la lectura de un cuento de Cortázar, de Rulfo, de Oscar Cerruto o de Augusto
Céspedes? La patraña de que la literatura debe ser mediocre para estar “al
nivel” de los estudiantes no debería ser tomada en cuenta por el ministerio y
seguramente no lo será.
Con ese mismo criterio tan pedestre de
“traducir” las grandes obras de arte a un lenguaje “accesible”, ¿qué harían con
la pintura de Alfredo La Placa y Quico Arnal o con la música de Alberto
Villapando y Cergio Prudencio?
El problema no está en las obras
literarias o artísticas sino en la pérdida de lectores. Lectores de literatura
y lectores de imágenes. Las culpables no son la gran poesía o la maravillosa
narrativa que tenemos en el país, en la región y en el mundo, sino la falta de
amor por la lectura. De lo que se trata es de promover el gusto por la lectura
y no de elaborar listas de libros “accesibles”.
No creo que las recomendaciones de las
mesas le sirvan de mucho al Ministerio de Educación. De hecho, por algo será que no se hizo lectura
de esas recomendaciones durante la clausura del evento, quizás porque lo que
los facilitadores y moderadores de las mesas fueron anotando durante los tres
días de trabajo no fue sino una suma de intervenciones más o menos
disparatadas. Al final, sería mucho más
lógico y práctico que el Ministerio de Educación convoque a un grupo reducido
de expertos en educación y artistas de probada trayectoria, para aportar a ese nuevo
currículo que no podría surgir de un proceso de asamblea sino de un trabajo metódico
y científico.
Nunca he sido de los que compiten en
busca de premios y honores, aunque conozco algunas colegas escritores y
artistas que lo hacen de manera sistemática y persistente, ávidos de
reconocimiento en un país que maltrata a los creadores y artistas. Por ello me
sorprendió sobremanera que el Ministerio de Educación del Ministerio
Plurinacional de Bolivia, me invitara al acto de clausura del evento para
otorgarme el título y una linda medalla de ‘Maestro de las Artes’ en la
categoría de cine junto a mis colegas Antonio Eguino, Jorge Sanjinés, Luis
Ramiro Beltrán (autor del guión de Vuelve
Sebastiana) y Guillermo Aguirre.
Me alegró profundamente que recibieran también
ese mismo reconocimiento a su extensa carrera artística otros artistas, entre
ellos mis amigos músicos Matilde Casazola, Ernesto Cavour y Alberto
Villalpando, actores de teatro como David Mondacca, Norma Merlo y David
Santalla, así como mis amigos pintores Gil Imaná, Alfredo La Placa, Lorgio Vaca
y Quico Arnal. Fabricio Lara recogió el título póstumo otorgado a Gustavo, su
padre, que se nos fue unas semanas atrás. Liber Forti no pudo llegar de
Cochabamba para recibir su título, además, conociéndolo, probablemente no le
interesa.
Roberto Aguilar, Ministro de Educación |
Cuando me hizo entrega del título le
comenté brevemente al ministro el aprecio que yo sentía por su padre, el
abogado Aníbal Aguilar Peñarrieta, luchador por los derechos humanos y las
causas justas. A Anibal lo filmé varias veces para un proyecto de documental
sobre Luis Espinal que nunca llegué a terminar. No sé dónde tengo (o si
sobrevivió o no a exilios y asaltos) ese material, pero recuerdo claramente dos
escenas. Lo filmé una vez en la puerta de su casa, en Miraflores, mientras me
mostraba en la fachada los agujeros de bala de un atentado que le habían hecho
días antes. En otra ocasión, probablemente en esos mismos meses, lo filmé
detrás de los barrotes de la carceleta de San Pedro, donde la dictadura de turno
lo acababa de encerrar.
David Mondacca, Gil Imaná, Matilde Casazola, Norma Merlo, Erasmo Zarzuela y otros artistas |
En la clausura del Segundo Encuentro
Pedagógico de Fortalecimiento Artística el Ministro de Educación Roberto
Aguilar Gómez explicó que la resolución ministerial que se emitió para otorgar los
títulos de ‘Maestro de las Artes’ habilita a los artistas, “por el esfuerzo y
trabajo que han desarrollado cada uno de ellos”, a dar clases con un nivel de
maestría en instituciones educativas. Sin duda esto constituye un apoyo enorme
a aquellos artistas autodidactas, que no pasaron por una formación académica,
pero que aportaron enormemente a las artes en Bolivia. El título no hace sino
reconocer su condición de maestros, adquirida a lo largo de sus vidas.
Ha sido el caso de Walter Solón Romero, uno
de nuestros dos grandes muralistas (junto a Miguel Alandia Pantoja), a quien la
universidad le ponía trabas para ejercer la enseñanza porque no tenía un
“título”. Walter había trabajado con Siqueiros y expuesto su obra en numerosos países,
era maestro de maestros como Gil y Jorge Imaná, Lorgio Vaca, y muchos otros,
pero no tenía ese cartón que generalmente autoriza a dar clases en la
universidad a una legión de mediocres improductivos, incapaces de mostrar en sus disciplinas una obra consistente.
Ojalá que el esfuerzo del Ministerio de
Educación de organizar el Segundo Encuentro Pedagógico de Fortalecimiento de la
Formación Artística “Educación a través de las Artes” se vea retribuido siquiera con algunas de las recomendaciones de los grupos de trabajo. No dudamos
que hay gente valiosa que participó en ellos, pero a veces sus voces se pierden
en el oleaje de propuestas superficiales y mediocres.
El autor sólo escribe
la mitad del libro.
De la otra mitad debe
ocuparse el lector.
—Joseph Conrad
Los libros van siendo el único lugar
de la casa
donde todavía se puede estar
tranquilo.
—Julio Cortázar