Parece increíble que ya hayan pasado
cinco años desde que el 29 de junio de 2009, el día de su cumpleaños, decidió irse
Jorge Enrique Adoum, o Jorgenrique (como firmaba en los últimos tiempos), o JEA
(para diferenciarlo de JEFA, su padre), o el turquito como lo llaman cariñosamente Alejandra, su hija, y algunos
amigos. Cinco años en los que a pesar de
su salida silenciosa, ha estado muy presente entre los que lo queríamos, entre su
gente en Ecuador y entre los lectores de poesía del mundo.
Por suerte nos dejó tantísimo. Su poesía
para empezar y terminar, pero en medio de ella todo lo que fue como persona,
como actor de hechos históricos y como amigo de sus amigos, que fueron una
legión sin fronteras.
Juan Gelman y Jorge Enrique Adoum |
En días pasados Alejandra compartió conmigo
unas fotos donde junto a JEA aparecen en diferentes lugares del mundo Neruda
(de quien fue secretario), Benedetti, Cortázar, Vargas Llosa, Carpentier,
Galeano, Cardenal, Rulfo… tantos otros y por supuesto Guayasamín, su amigazo en
vida y más allá de la muerte: las cenizas de ambos reposan lado a lado en
vasijas de barro para hacer honor a la hermosa canción compuesta para Oswaldo por
el propio JEA junto a Jorge Carrera Andrade, Hugo Alemán y Jaime Valencia, y la
música de Gonzalo Benítez Gómez y Luis Alberto Valencia. Escuchar la versión original de esa canción mientras leemos el poema es un privilegio.
Afortunadamente Pocho Álvarez realizó en 2007
con el propio Jorgenrique y con Alejandra un hermoso film documental, un largometraje
de dos horas que muestra al enorme poeta ecuatoriano en plenitud de lucidez y
memoria apenas dos años antes de su partida. Vuelvo a ver el film con alegría,
porque hace vivir de nuevo una y otra vez la vida de JEA, su pensamiento y su
poesía.
En estos días le rinden homenajes en
Ecuador y vuelven a surgir sus imágenes, sus poemas y sus anécdotas que
engrandecen su memoria. Sus amigos lo recuerdan ahora y leen sus poemas y ofrecen
testimonios en el Cafélibro, mismo café donde durante un año, el último martes
de cada mes, Jorgenrique leía y honraba con su voz a Vinicius de Moraes, a
Yannis Ritsos, a Jacques Prévert, a Maiakovski, a Rilke, a Paul Valéry, o a
Nazim Hikmet. “Era la locura –me cuenta Alejandra. En alguna ocasión tuvieron
que poner parlantes hacia la calle porque el sitio no daba abasto.”
No siempre han honrado en su propio país a
Jorgenrique como se debe. A veces priman las mezquindades y los mediocres
trepan la escalera de los poderes efímeros para evitar en lo alto la sombra de
los grandes. Sucedió este mismo año, en
febrero, cuando Ecuador fue el país invitado de honor a la XXIII Feria
Internacional del Libro de La Habana, en Cuba. Resulta que Jorgenrique Adoum,
el gran poeta, el mayor escritor de ese país, no figuró en el programa, a pesar
de la inmensidad de su obra y a pesar de su estrecha amistad con la revolución
cubana.
Los amigos se indignaron, y Pocho Álvarez
escribió una protesta tan indignada como bella de la que rescato un párrafo:
“Inexplicablemente en la memoria del programa del país honrado con la
invitación, el poeta de Cuadernos de la
Tierra, el autor de De cerca y de
memoria, libro publicado por primera vez en 2002 por Editorial Arte y Literatura del Instituto
Cubano del Libro y presentado en la Feria del Libro de Cuba de 2003, dedicada a
la Comunidad Andina de Naciones y al poeta cubano Pablo Armando Fernández, ha
sido olvidado por la memoria oficial de este Ecuador Amargo… Ni una sola mención
ni un solo recuerdo a este entrañable y fiel amigo de Cuba y sus utopías”.
Alejandra y el Turquito |
A Jorgenrique Adoum me llevan varios
senderos que sería largo explicar aquí, pero puedo dar algunas pistas. Nos
conocimos 40 años atrás en París, cuando él trabajaba en la Unesco y me lo
presentó otro amigo poeta, el español Luis López Álvarez que dirigía la revista
“Desquicio”, pequeña y hermosa. Luego, una elipse grande, de varias décadas,
hasta que Mario Monteforte Toledo, mi querido amigo y escritor guatemalteco me
conminó a visitar a Alejandra Adoum y a Jorgenrique cuando pasara por
Quito. Así hice y de alguna manera y
nunca más me fui completamente de ese edificio en la avenida Colón de Quito,
donde en un piso vivía Alejandra y en otro Nicole y Jorgenrique.
Jorge Enrique y Nicole |
La última vez que nos vimos en Quito fue
a fines de enero del 2009, cinco meses antes de su partida. Como escribí ese
año, lo encontré en buena salud, pero flaquito, le sobraba tela por todas
partes. Arrellanado en un sillón de su departamento, con un vodka en una mano y
un puro en la otra, seguía las conversaciones de Nicole, Alejandra y François
Rochaix con una sonrisa que podía indicar que se sentía a gusto, o que su
memoria se lo había llevado de regreso a quién sabe qué lugares donde sólo él
tenía acceso.
Y dos años después se fue Nicole, por la
misma puerta, también sin aspavientos. A ella pude verla varias veces más
después de la partida de JEA, y por supuesto a Alejandra, que mantiene la vela
encendida y el mástil con las velas al viento de esta amistad que es a la vez
una red de amistades generosas.
Cada vez que uno lee los versos de
Jorgenrique Adoum crece el poeta y crece su poesía. Despliega alas, se eleva,
eleva a los lectores en un viaje travieso por el lenguaje, donde el ingenio de
las palabras es tan importante como el derrame del sentimiento. También crece
uno mismo, porque la poesía es para eso.
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todo ha sido tan súbito tan corto
que aún me sobra amor y no sé dónde
ponerlo
—Jorgenrique Adoum