06 junio 2014

La magia de Gustavo

Cada vez que lo visitaba en su casa me despedía con un pase de magia: realizaba en pocos segundos un dibujo sin separar la pluma del papel.  La línea continua cobraba vida como si la mano de Gustavo no hiciera sino perseguirla sobre la superficie del papel en un recorrido de curvas que se entrelazaban y revelaban rápidamente un destino. Al final, me mostraba orgulloso su hazaña, el delicado perfil de una mujer.

Incluso cuando me daba un papelito con un teléfono o una dirección, lo enriquecía con un dibujo. Era su manera de alegrarme la tarde, de que nos despidiéramos con algo suyo en mis manos para que esos encuentros se repitieran.

Fue el maestro y mentor de sus hermanos artistas y el mayor apoyo que tuvieron a lo largo de la vida ya que con una generosidad y un desprendimiento ejemplar los guiaba tanto en su desarrollo estético como en el compromiso con las cosas de la vida. Por eso los encuentros entre los hermanos dispersos eran siempre tan fraternales. Decir que un encuentro entre hermanos es fraternal no es necesariamente redundante, porque en la vida no todos los hermanos se relacionan fraternalmente. Yo no conocí sino a tres de los Lara, pero verlos tan unidos fue siempre estimulante. 

Siempre me pregunté qué llevó a estos hermanos orureños hacia el arte, ¿por qué esa inclinación tan marcada por una actividad que era tradicionalmente ajena a la familia? Gustavo fue central en esa orientación, pues al ser el mayor de todos, su influencia sobre sus hermanos menores era fundamental.



Esta semana estuve pensando sobre mi amistad con los Lara y creo que eso se inició a mi regreso de Francia en 1978 o 1979, porque antes de esa década, durante la dictadura de Bánzer me mantuve alejado del país y ellos, a su regreso de Argentina, se refugiaron en Oruro.  Encontré entre algunos dibujos que conservo con especial cariño, un retrato que me hizo en 1979, que probablemente se publicó en el suplemento cultural “Semana” del vespertino Ultima Hora junto a los reportajes que luego integraron mi primer libro, Provocaciones.  

Años después convertí a Raúl y a Gustavo en cómplices de Sentímetros. Ambos Lara leyeron los poemas, escogieron aquellos que preferían y encontraron en los versos alguna motivación para dibujar. Gustavo escogió siete poemas: “Corazón”, “Ombligo”, “Zarzamora”, “Publicidad”, “Domingo”, “Morada” y “Perfil”. Cada uno de los dibujos dialoga con los poemas. Más allá de interpretarlos los complementa. 



Gustavo durante la presentación del libro de Raúl
"Aventura íntima e infinita de la línea"
Una de las últimas veces que estuvimos juntos fue durante la presentación del libro de dibujos de su hermano Raúl, Aventura íntima e infinita de la línea, en el Museo Nacional de Arte, el 19 de marzo pasado. Allí Gustavo se refirió, como solía hacerlo, a la lucha que él y sus hermanos llevaron adelante para construir sus carreras de artistas, primero en el norte argentino y luego en Bolivia. Nunca dejaba Gustavo de mencionar a su hermano desaparecido por la dictadura argentina. Su oposición a los gobiernos militares fue siempre tajante.

Tengo un óleo suyo que me gustó desde el primer momento que lo vi, parte de su hermosa serie de desnudos que salen de una bañera cromada, como las que se usaban antes. Fragmentos de mujer de enorme sensualidad, algo que Gustavo cultivó hasta el final, igual que Raúl, mientras acompañaba con picardía sus comentarios sobre las mujeres.

Gustavo Lara, Alfonso Gumucio y Fabricio Lara, La Paz, abril 2005
Lo recordaré tanto con su pañuelo de seda en el cuello o con el mameluco manchado de pintura. Tony Suarez nos fotografió una vez en su casa, sentados uno sobre otro con Fabricio, hijo de Gustavo y otro gran artista por derecho propio. Fue un día alegre que se prestaba para divertirnos.

A medio día del viernes 30 de mayo recibí un mensaje de una línea: “Lamento comunicarte el fallecimiento de mi cuñado Gustavo Lara. En Oruro. Lidia.” Quedé desconcertado, algo no cuadraba en el calendario. Había almorzado con Gustavo poco tiempo antes en La Paz y él me había llamado por teléfono a fines de abril, pocos días después de la muerte de García Márquez, para contarme que en Cuba su hermano Raúl había pintado dos cuadros sobre el escritor colombiano, y en Bolivia nadie conocía esa interesante historia. Como tantas otras que se van con los amigos que se van con los amigos que se van.

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Si aceptamos que otros nos sobrevivirán
es con la esperanza de que serán atormentados.
—Cioran