Toda comparación es odiosa, como leemos
en El Quijote, pero a veces no hay otra manera de entender las cosas. Las
distancias en la calidad de vida en las ciudades donde me ha tocado vivir o
permanecer durante algún tiempo me obliga a hacer odiosas comparaciones. En
días pasados, mis breves regresos a Milán, a París y a México me han llevado a
apreciar los cambios observados en esas ciudades a lo largo del tiempo, en
comparación al deterioro que veo en la ciudad donde vivo, La Paz.
El proceso de urbanización en el mundo ha
sido implacable a lo largo de las cinco últimas décadas. A mediados del siglo
pasado la población mundial era mayormente rural pero hoy esas cifras se han
revertido: somos más los que vivimos en zonas urbanas que en zonas rurales.
La saturación de las zonas urbanas es un
cáncer que pocas ciudades pueden absorber. El rápido crecimiento de la
población pone una enorme presión sobre la calidad de vida. En primer lugar hace
falta espacio y eso se traduce peligrosamente en la extinción de áreas verdes
que son los pulmones que toda ciudad necesita para respirar. El espacio se
encarece, se forman cordones de miseria donde las reglas de convivencia son más
difíciles, de ahí que vemos con frecuencia avasallamientos y conflictos
sociales, además de desastres naturales (inundaciones, derrumbes).
La Paz, saturada de tráfico y basura |
En ciudades que no estaban preparadas
para duplicar su población en 20 o 30 años, los servicios colapsan. La basura
se acumula en todas partes, las construcciones salvajes se multiplican, el
tráfico y la contaminación se vuelven insoportables, la violencia aumenta, la
delincuencia común se convierte en un problema de seguridad cotidiano. Las
ciudades que no planifican ese crecimiento se afean, se convierten en espacios
que no facilitan la convivencia y el intercambio.
Pienso en La Paz como la viví medio siglo
atrás y la ciudad en la que vivo ahora, dilapidada, sucia, rota, saturada,
ruidosa. Solo vista de lejitos, desde arriba, parece una ciudad interesante, pero al ras de las calles es lamentable. Cada vez que hago el itinerario desde el aeropuerto de El Alto
(precario, el peor de Latinoamérica) hasta la zona sur de la “hoyada” pienso en
la fealdad que nosotros mismos propiciamos con nuestros actos cotidianos porque
no queremos a nuestra ciudad. A veces,
solo a veces, actuamos con respeto en el barrio que nos cobija, el resto no nos
importa.
Otras ciudades son amigables a pesar de
enfrentar problemas de crecimiento similares. Este itinerario reciente me hizo
notar los esfuerzos que se hacen para que los ciudadanos se sientan parte de un
proyecto de vida con calidad en lugar de sentirse parte de un destino
inevitable de deterioro y violencia urbana.
Las ciudades que piensan en sus
ciudadanos desarrollan servicios a la medida de sus necesidades, y los
ciudadanos que quieren a sus ciudades actúan con responsabilidad para que las
necesidades de la comunidad sean satisfechas.
Esas necesidades no son solamente las básicas: agua, saneamiento,
electricidad, limpieza, tráfico vehicular… sino también las necesidades de
esparcimiento, fundamentales para mejorar la calidad de vida y sobre todo la
convivencia ciudadana.
Sistema EcoBici de Ciudad de México |
Las ciudades que se quieren a sí mismas
desarrollan formas alternativas de transporte público para beneficio de los ciudadanos y de una mayor calidad de vida comunitaria, como el sistema de
bicicletas de préstamo o alquiler que permite retirar una bicicleta en una base,
usarla durante algún tiempo y dejarla en otra base. Estos sistemas de muy bajo costo para el usuario cuentan con
carriles especiales que protegen a los ciclistas de los automovilistas
descuidados. México (EcoBici), Milán (BikeMi) y París (Vélib), las tres ciudades que visité en este último
periplo, cuentan con ese sistema, así como otras cien ciudades de Europa y
Norteamérica. Milán y París tienen también un sistema similar de préstamo de
pequeños vehículos impulsados por baterías recargables.
Sistema EQ Sharing en Milán |
La ciudad de Curitiba fue pionera en 1977
en el desarrollo de un sistema innovador de transporte colectivo, luego siguió
Bogotá con el Transmilenio, sistema de buses articulados con paradas fijas y
carril exclusivo, que luego otras ciudades adoptaron. México cuenta con este
sistema (Metrobus) que ha contribuido a reducir la contaminación y agilizar el
tráfico. También Santiago de Chile (Transantiago), Quito (Metrobús Q), Ciudad
de Guatemala (Transurbano) y otras.
Aunque no es lo mismo porque no cuenta
con un carril exclusivo, el sistema de Puma Katari es un intento de ordenar el
transporte urbano de La Paz. A esto se suma el teleférico de El Alto que tiene
antecedentes importantes en ciudades como Medellín, donde contribuyó incluso a
reducir la violencia y mejorar el comportamiento ciudadano gracias a una
campaña educativa muy eficiente.
Belvedere en lo alto del parque Buttes-Chaumont, París |
Los espacios públicos, plazas y parques,
son fundamentales para la calidad de vida.
Hace pocos días llevé a mis nietas a uno de los parques más bellos de
París, Buttes-Chaumont, en cuya superficie de 247.316 m² hay lagos, bosques,
juegos para niños y un belvedere desde cuya altura se divisa una buena parte de
la ciudad. México tiene en el Bosque de Chapultepec, en plena ciudad, uno de
los ejemplos más extraordinarios de espacio público con ocho museos y
monumentos, fuentes, lagos y bosques, un zoológico y un jardín botánico,
espacios para practicar deportes, juegos para niños y mucho más en sus 678
hectáreas.
Una ciudad es vivible cuando puede ser
caminada sin riesgos. Caminar por París y Milán es un regalo, sobre todo a esta
altura del año cuando la luz del día se extiende hasta las 10 de la noche. En
eso México no es el mejor ejemplo, pero ha mejorado notablemente desde que viví
allí en la década de 1980.
El "bosco verticale" de Stefano Boeri en Milán |
La nueva arquitectura de Milan me
sorprendió porque toma en cuenta las necesidades del ciudadano de a pie,
organizando trayectos en altura, por encima del flujo vehicular. Los dos edificios
“bosco verticale” diseñados por Stefano Boeri en el barrio de Isola consisten
en jardines verticales cuyas terrazas y balcones muestran cascadas de
vegetación. En ciudades como New York se ha puesto de moda habilitar jardines
en los techos de los edificios. La vegetación recupera las ciudades, las hace
menos grises, más amigables.
Hay iniciativas que comienzan los
ciudadanos y que se extienden como reguero de pólvora por el mundo. El
compromiso ciudadano es esencial y con frecuencia precede e inspira las
acciones de las autoridades. A un
artista de San Francisco se le ocurrió un día poner una moneda de 25 centavos
en un parking de paga, y en lugar de estacionar un auto colocó una banca y un
árbol. Ahí nació el Park(ing) Day que hoy es un evento mundial que se realiza
en cerca de 200 ciudades en 35 países.
Promenade Plantée, en París |
En París regresé ahora a un lugar que me gusta:
la Promenade Plantée, un paseo de 4.7
kilómetros de largo y más de seis hectáreas de superficie, a diez metros de
altura sobre las calles de la ciudad. El espacio verde fue creado en 1988 cuando
se construyó la moderna Ópera de la Bastilla en el lugar donde antes existía una estación
de trenes (y mucho antes la famosa fortaleza y prisión tomada por asalto el 14 de julio de 1789 durante la Revolución Francesa). ¿Qué hacer con esos kilómetros de vías férreas sin uso? Alguien tuvo
la idea brillante de convertir las vías en un paseo lleno de plantas y de
flores, que se prolonga hasta el boulevard periférico. Parisinos y visitantes pueden trotar o caminar en ese espacio seguro y agradable.
Este tipo de obras que devuelven al
ciudadano los espacios públicos son alentadoras. Las antiguas estaciones de trenes
se convierten en museos (como el de Orsay en París), las antiguas prisiones se
convierten en archivos y bibliotecas (como Lecumberri en México), las antiguas
fábricas se convierten en centros culturales comunitarios (como la Usina do
Gasometro en Porto Alegre o el Tate Modern en Londres). Son algunos pocos
ejemplos de obras que hacen las ciudades más vivibles y agradables.
La Ciudad de México cuenta con 120
museos, más que ninguna otra en el mundo, y Buenos Aires cerca de 140 teatros. La calidad de vida se mide también por esas
opciones culturales, por la posibilidad de acceder a manifestaciones que
alimentan el espíritu. De la sobrevivencia urbana a la convivencia social hay
un trecho enorme.
Por todo ello vivir en La Paz no es
exactamente un privilegio. Esta ciudad no se quiere, sus ciudadanos no la
quieren. A pesar de algunos esfuerzos aislados realizados por las
administraciones municipales en obras de infraestructura, queda mucho por hacer
para que nuestra ciudad sea vivible y amigable.
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Sólo
con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad
que
dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres.
Así la
poesía no habrá cantado en vano.
—Pablo
Neruda