“Ingresé al país por su puerta más
dolorosa” afirma el fotógrafo suizo Jean-Claude Wicky, quien durante 17 años ha
fotografiado a mineros bolivianos de interior mina que trabajan en las
condiciones más difíciles e inhumanas.
Cerca de siete mil imágenes más tarde,
todas en blanco y negro y en formato analógico (lejos de los artificios
digitales), Jean-Claude hizo una exposición de 100 fotografías magníficas, publicó
un voluminoso libro y en 2010 realizó el documental Todos los días la noche que marca el proceso de la
devolución de su obra a sus amigos mineros que la hicieron posible.
Rostros mineros, rostros minerales. Los
retratos en blanco y negro son crudos, contrastados. Las miradas emergen de las
profundidades oscuras, de la noche eterna de interior mina. Una luz suave refleja los rostros cansados, sucios, sudorosos, pero la mirada del fotógrafo no es ni
de conmiseración ni de espanto, es simplemente una mirada solidaria, amiga.
“Cada fotografía que emerge del baño de
revelado me recuerda una historia, una historia de solidaridad, de amistad, de
hospitalidad” relata Wicky, en primera persona y con su propia voz, al narrar
la película. En muchas ocasiones, él permanecía junto a los mineros sin siquiera
sacar la cámara, para no intimidarlos.
Fue a lo largo de días, semanas, meses y años que logró convertirse en
uno más de ellos, en ser aceptado como alguien que no iba a ser desleal, que no
iba a usarlos.
Desde 1984 Wicky estuvo en más de treinta
minas, conviviendo sobre todo con pequeños mineros cooperativistas que corren
todos los riesgos. Al principio a este intruso suizo lo trataban de “padre” o
de “ingeniero”, sin ser ni lo uno ni lo otro. Poco a poco se convirtió en un
amigo, alguien cercano, sin otra etiqueta. Podríamos decir que en las minas
bolivianas Jean-Claude se hizo fotógrafo y encontró un lugar para anclar sus
valores y su visión de la justicia social.
“Había en su mirada más palabras que en
cualquier voz”. Para Wicky ninguno de esos mineros es un rostro anónimo, todos
tienen nombre y apellido y con cada uno de ellos Jean-Claude ha mantenido una
larga relación: Hilarión Mamani, Johnny Mitma, Julia Villca, Paulino Calle,
Emilio Mena…
Cuando le pregunté por qué se ancló en
Bolivia cuando él ya había recorrido el mundo, me respondió: “Desde mi primer
viaje a Bolivia, diez años antes de empezar a fotografiar, me impresionaron las
condiciones tan difíciles de trabajo de los mineros en las entrañas de la
tierra. Eso me marcó tan profundamente que nunca olvidé lo que había visto”. Lo
que más le atrajo de los mineros: “La solidaridad en las tinieblas, frente al
peligro. Entran a la mina pero no saben si van a salir”.
“¿Cómo fotografiar la humedad, el calor,
el olor acre del mineral que impregna los cuerpos? Cómo fotografiar la
oscuridad de la mina, espesa, más impenetrable que la roca, que borra todo
sentido de orientación, toda noción de tiempo y de distancia, oscuridad que quema los ojos y hace desaparecer el cuerpo?”
No solamente fueron desafíos técnicos los
que tuvo que vencer para fotografiar sin flash en interior mina, en la
oscuridad, la humedad y el polvo, sino un reto mayor: “la inteligencia de los
ojos para transformar la observación en emoción”.
En Todos
los días la noche no hay la menor pretensión demagógica. Lo único que hace Wicky con sencillez y
humildad es narrar su retorno a Bolivia para reencontrar a sus amigos
mineros, darles una oportunidad de hablar de sí mismos y entregarles una copia
del libro en mano propia. Esas escenas,
hacia el final del film, son conmovedoras. Wicky recorre los centros mineros en
un jeep rojo, cargado de ejemplares de su libro, y en cada lugar vuelve a
encontrar a sus amigos mineros o se entera de la muerte de alguno de ellos. A
Valentín le entrega no solamente el libro, sino dinamita, guías, fulminantes y
coca…
La frase “los disfraces fúnebres de la
muerte” adquiere toda su dimensión en esta película que empieza y termina con
las fotografías en blanco y negro y el sonido de las explosiones de cargas de
dinamita en interior mina. Las imágenes en color, muy bellas, contribuyen a
subrayar las cualidades de las fotos en blanco y negro. El movimiento permite
afirmar que la vida sigue a pesar de todo, el trabajo y los momentos de
descanso, el culto al “tío” de la mina y los tributos de sangre a la pachamama.
Una escena impactante durante la
producción del film es cuando Wicky encuentra casualmente en su camino a una
pareja joven de mineros, Víctor Matero y Cintia acompañados de Melanie, su pequeño
bebé. Ellos, como miles de otros, trabajan en la explotación artesanal de
mineral y uno no puede dejar de pensar si en 20 años no estarán envejecidos e
igualmente empobrecidos, quizás al borde de la muerte.
Alfonso Gumucio con Jean-Claude Wicky, La Paz, mayo 2014 |
En el trabajo fotográfico y documental de
Jean-Claude Wicky hay mucho más que un interés profesional y mucho más que una
pasión de fotógrafo por un buen tema. Lo que trasciende en su trabajo es un
amor por los mineros y un compromiso con Bolivia que muy pocos bolivianos
pueden decir que han asumido a o largo de sus vidas. Jean-Claude nos enrostra sus
fotos y su película frente a la cara como un espejo y nos obliga a vernos
autocríticamente. Por ello para expresar la gratitud que sentimos hacia
Jean-Claude Wicky, la palabra “gracias” resulta demasiado corta y desgastada. Necesitaríamos una mejor palabra, una que todavía no existe.
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¿A dónde fueron los albañiles
la noche que terminaron la Muralla
China?
—Bertolt Brecht