En alasita hay más muñecas Barbie que
ekekos. El dios de la fortuna brilla por su ausencia y si aparece se lo ve
disminuido, caído en desgracia. Carga pocos y básicos enseres, se parece más a un
aparapita del mercado que al rey de la feria.
El 24 de enero a mediodía, como siempre, se
inauguró la feria con bombos y platillos, en presencia de dos grandes
autoridades, el vicepresidente de la república y el alcalde de la ciudad de La
Paz, además de un ekeko tamaño natural, en carne y hueso, que animó la ocasión.
Pero pasadas las formalidades del primer día el encanto llega rápidamente a su
fin y alasita se saca la máscara y se muestra tal cual es.
La primera impresión que produce la feria
es lamentable. Cuando uno se acerca caminando desde la parte alta de la Avenida
del Ejército, ya sea desde Miraflores o desde la universidad, lo primero que ve
son los techos de calamina, como si se tratara de un campamento improvisado o
de una villa miseria. Parecería que cada vendedor arma su propio puesto, con
palos disimulados ahora por telas que distribuye la alcaldía para
cubrir los puestos cuando no hay quien atienda (es decir, la mayor parte del
tiempo).
Los sectores que dividen la feria de
alasita dicen mucho de los cambios que ha sufrido en el curso de los años
recientes. Las secciones de juegos y de comidas -que se reconocen fácilmente
por los olores saturados, la basura dispersa por el suelo y la bullanga de los
jóvenes- ocupan más espacio que las dedicados a exhibir la artesanía en
miniatura. Y aún en el sector que dice “miniaturas”, abundan todo tipo de
productos que no corresponden a esa categoría: monos de peluche, muñecas,
juegos de fortuna, entre otros.
Las miniaturas son las menos. O quizás
son ahora microscópicas, por eso no se las ve. Pocos puestos exhiben casitas (ahora
de plástico, ya no de yeso como antes), carretillas, picos, palas, ladrillos,
calaminas, tejas y otros materiales de construcción, alacenas llenas de
pequeñas latas de conserva, minúsculas botellas de refrescos o de alcohol,
bolsitas de arroz, de azúcar, camiones de metal (ya no de madera como antes),
maletas de cartulina con billetes de varios tamaños, dólares, euros y pesos
bolivianos, tarjetas de crédito y de identidad, certificados de matrimonio o
títulos profesionales.
Desaparecieron los negritos, las petacas
de cuero y los soldaditos de plomo, y si no fuera por la iniciativa de los
propios diarios, ya hubieran
desaparecido también las ediciones de periodiquitos. Son estos periodiquitos
los que mejor mantienen la tradición, quizás porque su producción no está en
manos de los comerciantes de la feria. Cada uno es un pequeño despliegue de
humor y de sarcasmo. El Diario, La Razón, Página Siete, Jornada, el semanario
Satélite Hoy y la revista Oxígeno son muestras de creatividad con sus portadas,
suplementos, fotografías trucadas.
Lo que realmente abunda, y debe ser
porque es lo que más se vende, son las muñecas de plástico, los caballos y
elefantes de cerámica china, los juguetes que representan a los héroes y
superhéroes de las series de televisión. En el mejor de los casos hay puestos
con artesanía nacional, de Oruro o de Cochabamba, pero no en miniatura.
Año tras año las veces que me ha tocado
visitar la feria de alasita he notado la pérdida irreversible de aquello que
fue su esencia desde que nació: una feria donde todo lo que se exhibía y se
vendía eran objetos en miniatura, y donde el ekeko era el rey. Ahora por cada
puesto de miniaturas hay dos puestos con muñecos de plástico, de plantas, de
cerámica china, de comidas grasientas, o de juegos de azar. El espacio físico
de la feria de alasita ha sido tomado por todo aquello que es ajeno a esa
celebración.
Esta no es una feria de artesanos sino de
comerciantes que venden lo que los artesanos fabrican encerrados en su talleres
o en el Panóptico de San Pedro. La actitud es diferente, mientras el artesano
usa sus manos para darle forma a objetos menudos que son parte de una tradición
más que centenaria, los comerciantes exhiben algunas de esas piezas como
coartada para justificar su presencia en la feria, pero la mayoría vende
productos que no tienen nada que ver con
el tradicional espíritu de alasitas.
Parecería que los artesanos son presos de
los comerciantes y que solamente producen aquello que les piden. No se ve
ninguna creatividad artesanal, no se ve tampoco innovación en las propuestas
que se hacen en madera, barro, paja o metal. Es como si solamente la inercia
mantuviera algunos de los rasgos de alasita.
Hace cinco años con algunos colegas
especialistas de la comunicación organizamos un seminario internacional en La
Paz y se nos ocurrió preparar para los panelistas e invitados especiales un
regalo significativo: un ekeko de la comunicación. Le pedimos a un artesano que
cargara al ekeko con un receptor de radio, un altavoz, una cámara de video y otra
fotografía, un teléfono celular, un periódico, una grabadora, una computadora y
una máscara para significar que el baile y el teatro son también parte de la
comunicación.
Nuestro regalo a los invitados nacionales
e internacionales fue bien recibido. Para mi
coleto, como decía Jaime Sáenz, creí que los artesanos se iban a poner las
pilas y que en una próxima feria encontraríamos ekekos de la comunicación, de
la medicina, de la educación, de la justicia, de la enseñanza, de la
construcción, de la música, de las artes plásticas, del deporte… y así
sucesivamente. Pero nada, ninguna otra iniciativa que la de Mujeres Creando que
presentó la versión contestataria de una ekeka.
La cultura es un proceso en permanente
evolución, nadie espera que la festividad de alasita permanezca congelada a
través del tiempo ni que sea lo mismo que fue en 1871 cuando dicen algunos que se
originó la tradición, pero la interacción cultural debería contribuir a mejorar
sus rasgos esenciales en lugar de malversarlos y pervertirlos. En alasita debería reforzarse la fabricación manual y artesanal de las piezas, estimular
la calidad y la creatividad de los artesanos, y fijar normas que excluyan todo
lo que no sea en miniatura, eliminar los objetos de plástico importados o
locales, los juegos, las comidas y la venta de ropa, muñecas, plantas
ornamentales y todo lo que desnaturaliza esa hermosa tradición que heredamos.
¿Por qué el Ministerio de Culturas y el
gobierno municipal de La Paz no establecen normas ante de que la festividad de
alasita se convierta en cualquier otra feria de comidas, juegos y venta de
todo un poco?
Si de artesanía se trata, de cualquier
tamaño, no hay mucho de qué enorgullecernos. La artesanía nuestra es por lo
general tosca, mal acabada y de variedad limitada. A diferencia de los
peruanos, mexicanos, guatemaltecos, salvadoreños, colombianos o ecuatorianos,
nuestros artesanos parecen instalados definitivamente en la ley del mínimo
esfuerzo, aunque hay algunas honrosas excepciones que confirman la regla.
Podemos encontrar muestras de trabajo muy
bien realizado en los textiles tradicionales de Tarabuco y en los aqsu de los Jalq’a de Potosí y Sucre que
trascienden la categoría de artesanía porque constituyen verdaderas obras de
arte donde cada pieza es única. Sin el proyecto ASUR quizás también se habría
perdido esa gran tradición de creativas tejedoras indígenas. Los artesanos de
comunidades indígenas del oriente que comercializan sus productos a través de
Arte Campo en Santa Cruz, son otro ejemplo digno de encomio. Repito, son
excepciones. Habrá otras más, pocas.
¿Puede alasita ser incluida por la
Unesco en la lista de patrimonio cultural inmaterial de la humanidad? No en
estas condiciones. El comité impulsor tuvo que retirar la candidatura cuando se
dio cuenta de que iba a ser rechazada. No es cuestión de presentar buenos documentos
históricos, sino de demostrar que todavía existe una manifestación cultural que
vale la pena preservar y promover mediante su incorporación en la prestigiosa
lista de festividades protegidas. Para ello habría que depurar la feria de todo
lo que actualmente le sobra, y mejorar la calidad y la cantidad de la artesanía
en miniatura.
En las condiciones actuales sería mejor cambiarle
de nombre a las alasita, que se saquen las máscaras los falsos ekekos, que se
elija como reina de la feria a una Barbie vestida de cholita, que los caballos
y gallos chinos saturen nuestro calendario hasta hacernos olvidar de nuestros
propios nombres.