Los amigos organizadores de la 8a Bienal Internacional de
Arte, Bolivia 2013 (SIART) me invitaron a intervenir
(una palabra muy usada en el arte contemporáneo) en las jornadas que se
iniciaron el 14 de octubre y que terminan el 16 de noviembre.
Mi primera intervención fue sobre “Políticas y comunicación
para procesos de transformación”, es decir políticas que promueven el
derecho a la comunicación (y no solo la libertad de expresión de los medios
masivos) y que contribuyen a hacer más democrática la esfera pública con
la participación de los ciudadanos en el debate colectivo. Nada que tenga
que ver directamente con el arte contemporáneo, aunque sí con la necesidad de
políticas de Estado que a través de la participación ciudadana promuevan y
protejan las expresiones de la cultura nacional.
En ocasión de mi segunda intervención, en el panel de homenaje
a Ricardo Pérez Alcalá (amigo muy cercano fallecido a fines de agosto), mencioné
la capacidad técnica e intuición de este gran artista plástico y me referí a la diferencia entre mirar el mundo
superficialmente y ver la realidad con la capacidad y sensibilidad
necesarias para penetrar más allá de la apariencia e interpretarlo.
Ese día se inauguró en el Círculo de la Unión una muestra de obras de Ricardo de
colecciones privadas, que evidencia la extraordinaria poesía de su mirada sobre
lo cotidiano y su versatilidad técnica. Su
discípula Mónica Rina Mamani, así como Mario Ríos Gastelú, Marcelo Villena y
Mariano Baptista Gumucio compartieron también en esta ocasión sus anécdotas y
apreciaciones sobre Ricardo y su obra.
“La hora boliviana” de Jaime Achocalla |
Hasta ahí mi modesto aporte en el SIART 2013, y el resto fue
recorrer un poco al azar la oferta de exposiciones, conferencias, debates y otras
actividades de las que doy cuenta ahora.
Primero debo decir que es un enorme esfuerzo organizar un
evento tan amplio y hacerlo con recursos tan limitados, de ahí el mérito de los
organizadores y curadores, la directora de la 8ª Bienal, Norma Campos, Sandra
de Berduccy, José Bedoya, Teresa Villegas de Aneiva, y el eficiente equipo que colaboró
en cada uno de los eventos.
La sección “Territorios inestables”, un nombre muy apropiado
para capturar los múltiples caminos por los que transita el arte contemporáneo,
consistió en cerca de treinta muestras dispersas en la ciudad de La Paz, desde
el Museo Nacional de Arte en el centro histórico de la ciudad, hasta el Museo
del Aparapita en la zona de San Antonio y el Museo Paredes Candia en la ciudad
de El Alto. Además hubo coloquios, conferencias, talleres, y más.
Si digo que en el SIART 2013 todo me pareció “interesante”,
estaría utilizando una palabra muy conveniente para decir poco o nada. Lo
cierto es que pocas propuestas me gustaron y las más en absoluto.
Sol Mateo |
Con todo lo que vemos en las calles y muros de nuestras
ciudades, las obras de arte conceptual son pálidos intentos de rasguñar la
imaginación. La fuerza de las manifestaciones sociales
no se explica solamente por su vehemencia, sino por lo que tienen de simbólico
y de expresión cultural en el sentido más amplio. El dramatismo de la gestualidad de los
cuerpos, las pancartas y las pintas en los muros, los dinamitazos y
las barricadas improvisadas son representaciones cuyos lenguajes
múltiples superan con creces las instalaciones castradas de sentido.
Mujeres Creando y otros grupos de activistas hacen arte de las manifestaciones
políticas. ¿No puede el arte contemporáneo
boliviano hacer una lectura y representación de lo que todos vemos en las
calles?
En el SIART 2013 hay espacios de diálogo para tratar estos
temas, aunque muchos se limitan a laudar la mediocridad imperante. Entre las
conferencias disfruté la que ofreció Roberto Valcárcel, su honestidad para
hablar de la “innovación” que solamente esconde reciclajes y su certeza de que
la creación artística tendría que ser una ruptura más propositiva. Las instalaciones–como dijo Valcárcel sin
contemplaciones- son la mayor parte del tiempo aburridas, no ofrecen nada
nuevo. Tuvo el coraje de afirmar que él no estaba trabajando en ninguna obra
porque sencillamente no tenía nada nuevo que decir.
La visión pesimista de Valcárcel (no olvidemos que un
pesimista es un optimista con experiencia) sobre el arte contemporáneo estuvo enriquecida
por su aporte conceptual en cuanto a que el arte de nuestros tiempos ya no se
reduce a una obra como producto final, sino a procesos de creación en los que la
obra se prolonga en el espectador. Desde mi campo sintonizo bien con ese pensamiento:
la comunicación son los procesos, no los mensajes.
Sartre definió su percepción del arte en palabras muy
sencillas cuando escribió sobre la “alegría estética”. Cada espectador
establece con la obra de arte una relación particular. Hay obras que producen
alegría estética y otras que no, independientemente del renombre o trayectoria
del artista. Siempre que me acerco a una muestra de arte tengo presente esa noción,
y la premisa de Sartre me sirvió en los espacios que visité durante el SIART
2013. Lamentablemente, no sentí gozo estético sino pocas veces. Los artistas no
estaban a la altura de los espectadores ni del esfuerzo que significa organizar
semejante evento.
"El basto mundo del no-yo" de Iván Cáceres |
Las manifestaciones de arte contemporáneo son efímeras, no
buscan permanecer en el tiempo, son “territorios inestables” de búsquedas que a
veces no llevan a ninguna parte, giran en círculos como un perro tratando de morder
su cola. El espectador se enfrenta a obras banales en su apariencia, que se
apoyan sin embargo en textos sesudos, de esos que tienen la capacidad de
encontrar virtudes escondidas en obras sin sentido. Por principio desconfío de
las obras que requieren de un texto para explicarse y se presentan como axiomas
inevitables, cuando son todo lo contrario: evitables. Por ejemplo, fotos triviales
acompañadas de frases que explotan su significado “oculto” o que explican su
contexto a la manera de un reportaje periodístico, mientras las imágenes en sí,
por mucho photoshop que se les
aplique para hacerlas más interesantes, son composiciones corrientes.
Y qué decir de instalaciones que parecen surgir del más
profundo aburrimiento de los artistas, de su desconexión con la realidad o de
su falta de pasión por la vida. La frivolidad caracteriza obras que pretenden
ser alteraciones geniales de lo cotidiano, cuando hoy no significan rupturas
sino juegos tan ingenuos como ordinarios.
“Pasaporte” de Rodrigo Arteaga |
La ausencia de sentido en esas expresiones dice mucho sobre
la vacuidad en el proceso de creación. Para
decirlo sin ambages: hay artistas que no tienen absolutamente nada que decir, se
esconden detrás de armazones desprovistos de sentido. El arte no necesita ser
siempre bello pero hay una estética terrible en las rupturas (Goya o Bacon), en
las propuestas que denuncian la abulia de la sociedad. Sin embargo en la
mayoría de las instalaciones, no vemos ni belleza ni propuesta ni denuncia,
solo un nuevo conformismo y sobre todo mínimo esfuerzo, poco trabajo material y
conceptual.
Está claro que no pueden producir alegría estética obras
realizadas sin pasión, simples ejercicios de especulación dirigidos a quienes
supuestamente se sentirán más astutos inventando interpretaciones y sacándole
punta a un lápiz que no tiene mina, resolviendo acertijos cuya solución no es
siquiera ingeniosa. Muchas de las instalaciones efímeras se beneficiarían si el
público pudiera “intervenirlas” para mejorarlas un poco.
Todo arte es mestizo, por definición, porque a la vez
recupera y mezcla, pero en muchas de las propuestas anodinas que vemos en las
expresiones artísticas actuales, vemos mucho copy & paste y poco mestizaje. La ironía es que algunos
artistas también se “instalan” a sí mismos como objetos de admiración, en poses
de artista más pensadas para la crónica social que cultural. El especial corte
de cabello, la ropa que visten y los accesorios que exhiben para diferenciarse
de los comunes mortales, son parte del circo del arte contemporáneo. Se echa de
menos la autenticidad. El arte conceptual carece de firma.
Martha Cajías |
Luego de recorrer una docena espacios del SIART 2013 en La
Paz rescato en mi balance a algunos artistas y sus obras, breves destellos de
luz o al menos de humor, en el conjunto de muestras de la bienal.
La muestra “Los pliegues de adentro” en la Casa de la
Cultura me permite afirmar que hay en Bolivia pintores de mucho oficio y
calidad. Soy más amigo de obras en las que veo trabajo técnico y tiempo
invertido, que de aquellas nacidas de un chispazo tan “innovador” como efímero.
Puedo permanecer un tiempo delante de obras de Rina Mamani, Guiomar Mesa o Javier
Fernández, o en la retrospectiva diversa de Martha Cajías, “La vida es
tránsito” (dibujo, tapiz, batik, óleo), pero paso rápidamente frente a instalaciones
que no atrapan ni mis sentidos ni mi intelecto.
Me parece que el arte “clásico” sigue en la vanguardia de
los procesos de producción artística de Bolivia, mientras que la supuesta
vanguardia copia ideas y carece de raíz e identidad. Para empezar, está fuera
de su tiempo, pretende asombrarnos con propuestas que ya son centenarias, desde
Duchamp y los dadaístas en los años 1910, 1920, hasta Fluxus (Vostell, Beuys),
Paik, Rauschenberg o Jasper Jones en los años 1950 y después. Hoy, es más de lo
mismo, sólo que ya no tiene la capacidad de sorprender a nadie, a menos que se
trate de grandes despliegues (con sentido) en paisajes urbanos o rurales como
los de Christo, Černý o Tunnick.
“Desnudos, (el eslabón perdido)” de Fernando García |
La experimentación o el arte conceptual me interesan a
condición de que me interpelen, produzcan alguna sensación, provoquen mi
curiosidad. No es necesario ser un entendido para apreciar una expresión
artística, es más, los “entendidos” a veces contribuyen a crear modas y
tendencias que no son otra cosa que especulaciones para alimentar un mercado de
arte contemporáneo distorsionado y pobre, que bajo el paraguas de “conceptual”
ampara mercaderes antes que artistas.
Desapareció la lechera de Vermeer y también la Venus de
Botticelli, las meninas de Velásquez, el Marat de David, la gitana dormida de
Rousseau y así sucesivamente. Desaparecidos pero a la vez presentes en la
memoria visual a través de pequeños cuadros resignificados del artista
colombiano Fernando García, una serie titulada “Desnudos, (el eslabón perdido)”, porque así desnudas quedan las obras sin sus personajes. Me atrajo este
juego de la memoria pero me quedó la duda de si se trata de un simple acertijo o
de una humilde confesión del artista: somos pequeños
comparados a esos grandes maestros, ni siquiera podemos pintar el vacío.
"Kusillo posmoderno" de Max Castillo y Aymar Ccopacatty |
En el “Kusillo Postmoderno” de Max Castillo y Aymar
Ccopacatty de la muestra “Cuarto Mundo” (en el Tambo Quirquincho), en el
“Totem” espacial de Nemesio Orellana (en el Espacio Patiño), en el “El beso
emancipador” de la venezolana Deborah Castillo (más tierna que irreverente) y en
el “Pasaporte” del chileno Rodrigo Arteaga, encontré propuestas y preguntas
sobre la cultura, el urbanismo, la política y la identidad. Entre las
intervenciones públicas, “La hora boliviana” de Jaime Achocalla, imágenes de cuadrantes
de relojes pegados en el suelo o sobre los muros, representa con humor la hora
de retraso tan común en nuestro medio.
Y como siempre estamos tarde, también en el arte, de toda la
obra efímera que recorrí, una frase en una instalación de Ericka Florez me
sirve para resumir la impresión general que tuve de la bienal: “Venceremos
mañana”. Hoy, todavía no hay victorias.