08 noviembre 2013

Marcelo en Laikakota

Un viento fresco de la memoria me invadió cuando visité el 1 de noviembre, fiesta de Todos Santos, los altares de muertos tradicionales que se exhibieron en el interior del Memorial Marcelo Quiroga Santa Cruz, en Laikakota. Cuatro altares o mesas para recordar y recibir a nuestros muertos más combativos, a nuestros luchadores por la justicia social. Cuatro altares con fotografías de todos ellos, rodeadas de t’anta wawas, cruces y escaleras, dulces y bizcochos, pasanq’alla multicolor y fruta fresca, flores blancas y amarillas, velas para encender al medio día, y otros símbolos de la tradición.

Apenas 48 horas, una nada en la eternidad, para visitar a quienes fueron amigos, colegas y compañeros de camino. Apenas 48 horas para rendirles homenaje con el recuerdo y para sentirnos en deuda con ellos. Y sin embargo, a la hora que recorrí el lugar, poco antes del medio día soleado, ningún visitante, nadie más que yo para ejercer de memorioso o por lo menos para apreciar con curiosidad los altares que mantienen una tradición amenazada por la estupidez importada, Halloween.

Los altares fueron instalados por organizaciones de derechos humanos, como la Fundación para la Democracia, Familiares de Víctimas de las Dictaduras, Colectivo Socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz, Plataforma de Luchadores Sociales contra la Impunidad, por la Justicia y la Memoria Histórica del Pueblo Boliviano, Víctimas de la Violencia Política, y el Gobierno Autónomo de la Ciudad de La Paz, que organizó varios conciertos de música en estas fechas.

Para mi, fue reencuentro emotivo, pues desde un altar me miraban Benjo Cruz (muerto en la guerrilla de Teoponte, 1970) y José Carlos Trujillo (desparecido durante la dictadura de Bánzer); desde otro Luis Espinal, Gregorio Iriarte, Julio Tumiri, Luis Alegre, Mauricio Lefebvre (curas progresistas queridos por el pueblo),   desde otro altar Marcelo Quiroga Santa Cruz, y más allá los que fueron masacrados por la dictadura de García Meza en la calle Harrington, jóvenes para siempre.  

Cada uno de ellos víctima de alguna dictadura, víctimas todos de la intolerancia y de la prepotencia. Todos luchadores, empecinados buscadores de la justicia social, por vías diferentes: las armas, la música, la literatura, la fe, la política.

Los altares de difuntos se adornan con pan y fruta. Pan recién horneado con formas que encierran símbolos: cruces de sacrificio, escaleras para que suban y bajen las almas, y las tradicionales t’anta wawas, pan con rostro de inocencia. Hoy ese pan envuelto representa muchas otras cosas, ya no solamente a los bebés que entregan su vida al nacer (un crimen cotidiano en Bolivia), sino también rostros de la interculturalidad.

Ojo, los que hablan quechua nos indican que la pronunciación de t’anta (explosiva) significa “pan”, mientras que tanta significa “reunión” y thanta (aspirada) quiere decir “viejo” o “gastado”. Cada vez una pronunciación diferente.

El lugar donde se armaron estos altares para convocar a los espíritus de nuestros luchadores y mártires de la democracia no podía ser más adecuado: el memorial de Marcelo Quiroga Santa Cruz, en Laikakota, donde en agosto de 1971 Marcelo fue fotografiado con un fusil en la mano, preparado para combatir contra el golpe militar del Coronel Hugo Bánzer.

El memorial es circular y oscuro por dentro. Sus paredes han sido parcialmente cubiertas por fotografías de Marcelo en diferentes momentos de su vida, reproducciones a mi juicio muy pequeñas y precarias. En el centro hay dos grandes piedras de granito una de las cuales se eleva hasta el techo dejando entre ambas un espacio ocupado por la lápida que cubrirá los restos de Marcelo cuando sean entregados por el ejército, la institución militar responsable de su tortura y asesinato, hoy protegida por el silencio y la indiferencia del gobierno boliviano. Además de la fecha de su nacimiento y de su desaparición, la lápida dice: “Aquí reposarán sus restos el día que sean devueltos”.

En su exterior, rodeado de jardines, el memorial tiene una escalera que conduce al techo plano donde se ha ubicado una estatua de cuerpo entero de Marcelo Quiroga Santa Cruz, muy bien representado en bronce por el artista Pablo Eduardo, a excepción de los pies con unos zapatos gigantescos que desmerecen el resto de la obra. La escultura muestra a Marcelo en una actitud de movimiento, las ropas agitadas por el viento y el rostro firme en busca del horizonte. Es una excelente manera de recordar a Marcelo, vivo y activo, en una pose similar a la que muestra la famosa foto de Laikakota.

Desde arriba, la mirada de Marcelo parece recorrer la ciudad de La Paz, que tanto ha cambiado desde su desaparición, hoy saturada de edificios, paralelepípedos sin jardines, sin espacios entre sí, sin arquitectura creativa y sin noción urbanística, construidos como negocios verticales, nada más.

No solamente es una pena que los altares, de acuerdo a la tradición, tengan una duración tan corta (dos días), sino que además es lamentable que por quién sabe qué razones, el Memorial de Marcelo Quiroga Santa Cruz solamente se abra en ocasiones especiales, a pesar de estar situado en el Parque Urbano de La Paz, un espacio público.

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Pablo Zarzal

Por casualidad se llamó
Marcelo
y fue poeta
y fue hombre
y la vida no tuvo los metros
necesarios
para medir su estatura.

              —René Bascopé