Ha pasado un año, un poco más, desde que
murió Gregorio Iriarte el 11 de octubre de 2012. A fines de julio de 2013 los
amigos de Gregorio Iriarte nos reunimos en La Paz para acompañar a Marta Orsini
en la presentación de su libro Gregorio
Iriarte. OMI ¿Quién fuiste y qué dicen de ti?, sin sello editorial,
publicado por la autora como un homenaje de amistad. Lo comento ahora no
solamente porque hay un testimonio mío en la obra, sino porque es uno de esos
libros que no llegan a uno, sino que hay que ir a buscarlos. Y solamente se
puede buscarlos si se sabe que existen. Es más, a quienes quieran adquirirlo, les
sugiero escribir a Marta Orsini.
En un tiempo récord (lo cual explica pero
no condona la abundancia de erratas) Marta convocó a más de 80 personas para que
brindaran su testimonio. El libro incluye a aquellos que conocieron a Gregorio cuando
recién llegó a Argentina y Uruguay desde Navarra, su tierra natal (esa primera
etapa que duró 14 años), y a quienes lo frecuentaron desde que llegó a Bolivia
en 1964 para trabajar primero en el centro minero de Siglo XX, luego en La Paz
y finalmente en Cochabamba, donde escribió la mayor parte de su obra.
Marta Orsini recoge en 236 páginas testimonios de primera mano y
anécdotas que permiten armar las diferentes facetas de la personalidad de
Gregorio Iriarte. Periodistas y trabajadores de las radios mineras y de Radio
Pío XII, familiares, curas y monjas, dirigentes sindicales y políticos, luchadores
de los derechos humanos y, por supuesto, amigos y admiradores, ofrecen su
testimonio sobre este gran hombre de fe y compromiso social cuya trayectoria me
hace recordar un verso de Whitman: “Soy grande, contengo multitudes”.
Aprendemos mucho sobre Gregorio, porque
de testimonio en testimonio vamos armando un rompecabezas que reconstruye la
vida de ese ser grande y humilde, que no hablaba mucho de sí mismo, pero que en
la suma memoriosa de sus amigos aparece de cuerpo entero. Marta Orsini ha
realizado una labor de detective para incluir probablemente a todos los que
podían ofrecer anécdotas y relatos. Al final tenemos una narrativa completa,
que cruza varias fronteras y varias décadas para dibujar el itinerario de vida
de Gregorio Iriarte. El libro ofrece los materiales en bruto, sin organizarlos, y quizás en ello radica su mayor valor testimonial.
Marta Orsini, autora del libro |
Gran lector y escritor compulsivo hasta
el final de sus días, Gregorio era fundamentalmente autodidacta. Lo que sabía
de sociología, de economía y de política lo aprendió leyendo y comprometiéndose
a fondo con la realidad social boliviana durante los 48 años que permaneció en
nuestro país, hasta su muerte. Era un gran comunicador porque sabía escuchar a los demás.
Todos los testimonios rescatan su calidad humana, su humildad extrema, su
absoluta identificación con Bolivia. Gregorio era tan o más boliviano que
cualquiera de nosotros.
Mi relación con Gregorio fue episódica, nos
veíamos en actividades desarrolladas por las organizaciones de derechos
humanos, pero tuve que ver mucho con él cuando asesinaron salvajemente a Luis
Espinal en marzo de 1980. Gregorio –que dirigía la Asamblea Permanente de
Derechos Humanos (APDH), me encomendó coordinar un libro sobre nuestro amigo
asesinado.
Pasé varias semanas encerrado en el dormitorio
de Lucho Espinal, contiguo al de Xavier Albó en la casa que ocupaban en Miraflores,
revisando sus papeles, sus fotos y sus archivos repletos de artículos, cartas y
guiones de cine. Pedí a algunos amigos de Espinal que escribieran sobre él. El
capítulo “El compromiso del periodista” lo escribió Antonio Peredo; el de Lucho
y la religión, “Su vida con Dios”, lo escribió Xavier Albó; el del secuestro y
asesinato, “La hora de los asesinos”, estuvo a cargo de Gregorio Iriarte y yo escribí
la introducción “Trayectoria del hombre” y el capítulo sobre la actividad de
Espinal como crítico y cineasta, “Un hombre de cine”.
Terminé rápidamente el libro así como la
selección de textos y fotos de Lucho Espinal, e incluso el diseño de la portada
y contraportada. Le entregué el resultado a Gregorio, pero en eso vino el golpe
militar de García Meza en julio de 1981 y muchos tuvimos que pasar a la
clandestinidad y salir del país. Gregorio se encargó de que el libro fuera
publicado meses más tarde en Lima, con el título Luis Espinal, el grito de un pueblo (1981), que por razones de
seguridad salió sin los nombres de los autores. Una segunda edición se publicó
en España un año después con el título Lucho
Espinal, testigo de nuestra América (1982).
Gregorio era un hombre de médula
solidaria y con una ética y una moral de hierro, aunque decir esto es una
perogrullada tratándose de quien se trata: todos los saben. Vivió su fe
católica de la manera menos dogmática, anteponiendo en todo momento las necesidades
y aspiraciones de la colectividad y de las personas.
Escribía compulsivamente, “no se dormía
sin haber terminado un artículo”. En una veintena de libros y centenares de artículos
desarrolló su amplio conocimiento crítico sobre la deuda externa, sobre
educación, sobre religión y otros temas de economía y sociedad. Con Xavier
Albó, Eric de Wasseige y otros, hizo el informe y luego libro sobre La masacre del valle (1975) durante la
dictadura de Bánzer. En el Comité de Resistencia Antifacista, en París, hicimos
una reedición del libro de 86 páginas. Su libro más conocido, Análisis crítico de la realidad (1983)
alcanzó 17 ediciones.
Hasta pocas semanas antes de su muerte Gregorio
solía enviarme por correo electrónico sus columnas periodísticas. Empecé a
preocuparme por su salud cuando en la prensa aparecieron noticias de los
homenajes que le estaban haciendo en Cochabamba. Eso suele suceder siempre
demasiado tarde. Despedidas fútiles que comienzan cuando alguien enferma.
La Universidad Católica Boliviana de
Cochabamba le concedió el doctorado honoris
causa gracias a una gestión iniciada por el Rector Alfonso Vía Reque, quien
se topó durante siete meses con la burocracia indolente de esa universidad. El
rector hizo el pedido en febrero, pero recién el 11 de septiembre se le entregó
a Gregorio el reconocimiento, cuatro días después de que lo hubiera hecho la Universidad
Mayor de San Simón. La Fundación UNIR le otorgó el Premio Nacional de Cultura
de Paz “Ana María Romero de Campero” por su labor en Defensa de la Libertad de
Expresión y Derechos Humanos. Recibió un trofeo elaborado en cerámica por
Lorgio Vaca y declaró con humor: “Estoy un poco delicado de los pulmones, pero
ya me estoy mejorando”.
Hay una escena que no voy a olvidar
porque de ella conservo un testimonio fotográfico excepcional. Era el jueves 18
de enero de 1979, en La Paz, días, semanas y meses de mucha agitación política
en Bolivia. Desde un balcón sobre la Plaza Venezuela varios dirigentes
sindicales, entre ellos René Higueras (magisterio), Luis López Altamirano (fabriles),
Víctor López (mineros) y Casiano Amurrio (campesinos), dirigían sus fogosos
discursos hacia una gran concentración de la COB que se apretujaba abajo con
pancartas en las que se leía, entre otros lemas, “Fuera el ejército de las
minas”.
Tomé varias fotos de los dirigentes junto
a quienes me encontraba en el balcón, y otras más de la multitud que bullía
abajo. Esa misma noche, mientras revelaba y ampliaba los negativos en mi laboratorio,
descubrí varios rostros de amigos en medio de la muchedumbre que había
fotografiado durante el día. Resplandecía con su propia luz el rostro de Luis Espinal,
así como la calva reluciente y la sonrisa amplia de Xavier Albó, rodeado de
otros amigos luchadores de los derechos humanos, entre ellos Gregorio Iriarte,
un poco escondido en la parte de arriba de la fotografía, con lentes oscuros.
De por sí soy un lector lento, pero esta
vez lo he sido aún más para leer el libro que Marta Orsini le dedica a
Gregorio. He querido recorrer los testimonios en detalle, pero debido a esa
misma lectura pausada y a mi deformación profesional, he constatado que el
libro está plagado de erratas que un corrector de pruebas podía haber corregido.
La ventaja de publicar un libro de manera
independiente es que el autor controla la difusión de su obra personalmente,
pero la desventaja es que las ediciones pueden ser precarias y la distribución
muy limitada.
Los editores profesionales saben hacer libros, por ello los autores les confiamos esa tarea. Tampoco le favorece a esta estupenda colección de testimonios que todo el texto y las fotos (salvo algunas) hayan sido impresos con tinta sepia. Las fotos reproducidas en formato pequeño apenas permiten distinguir a los personajes, sobre todo cuando se trata de grupos.
Los editores profesionales saben hacer libros, por ello los autores les confiamos esa tarea. Tampoco le favorece a esta estupenda colección de testimonios que todo el texto y las fotos (salvo algunas) hayan sido impresos con tinta sepia. Las fotos reproducidas en formato pequeño apenas permiten distinguir a los personajes, sobre todo cuando se trata de grupos.
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Eres como un árbol
puesto en el camino
para dar sombra al caminante.
—Marta Orsini