El zapping es una enfermedad de nuestros
tiempos. Consiste en el uso febril del control remoto del televisor para pasar
de un canal a otro, por lo general para pasar de una basura a otra parecida. La
programación de la televisión comercial suele ser tan mala que es imposible
quedarse mucho tiempo en un solo canal, y como lo último que se pierde es la
esperanza, siempre existe una pequeña posibilidad de encontrar en otro canal
algo diferente, quizás mejor.
En tiempos en que solamente había 3 o 4
canales de televisión para escoger y no existía aún el control remoto, la
fiebre del zapping no se conocía. Luego vino la ilusión de los 500 canales vía
satélite, el espejismo de que la multiplicación de canales se iba a traducir
automáticamente en una mayor diversidad. No ocurrió. Al menos no en nuestra
región. Cuando los defensores de la pequeña pantalla hablan de “buenos”
programas, generalmente mencionan las series estrella de Estados Unidos o de
Europa. América Latina no es sino el territorio de la telenovela, unas buenas,
otras pasables y otras repulsivas. La expresión “peor que telenovela
venezolana” seguramente tiene alguna razón de ser.
Pero la televisión está allí,
omnipresente, y para quienes ya nacieron con ella en la casa (que no es mi caso),
es más que un aparato electrónico, más que un mueble, más que un
electrodoméstico. La televisión se ha convertido en un ojo mágico que domina
los espacios más importantes del hogar: la sala de estar, el dormitorio. En las
familias de clase media no es extraño encontrar 3 o 4 televisores.
La sociedad de consumo está representada
por ese electrodoméstico que parece inofensivo cuando está apagado, pero cuando
abre el ojo cautiva, paralogiza, y sobre todo vende y engaña.
Ese preámbulo es para referirme a un
nuevo libro, Zapping TV – El paisaje de la tele latina, accesible gratuitamente en PDF, que acaba de publicar Omar Rincón en la estupenda colección
que anima en el Centro de Competencia en Comunicación (“3C” para lo amigos) de
la Fundación Friedrich Ebert, cuya sede es Bogotá o cualquier lugar donde se
posen los pies de Omar.
Meses atrás Omar Rincón me había pedido
responder a algunas preguntas sobre televisión comunitaria para este libro. Confieso
que luego de enviar mi texto había olvidado el tema pero no Omar, que nunca
quita el dedo del renglón y siempre está listo para sorprendernos con las
actividades que empieza y lleva siempre a buen término.
Mi contribución es mínima cuando reviso
la lista de los 32 autores reunidos bajo el mismo techo y recorro las 331
páginas de sus textos. Los análisis que hacen de la televisión comercial son
enriquecedores, aun cuando yo no esté de acuerdo con algunas apreciaciones que
a mi juicio pretenden salvar lo insalvable de la televisión actual. Lo
importante, como se dice al principio del libro, es que este es “un texto de
autores, o sea con ideas propias y pocas citas”.
La sección introductoria del libro empieza
con un delicioso prólogo de Omar Rincón sobre la televisión que “todos amamos
en privado y odiamos en público”, y contiene en la sección “Discursos de la
tele” ensayos de Jorge La Ferla, Belén Igarzábal, Lorenzo Vilches, Arlindo
Machado y Marta Lucía Vélez, y el propio Omar Rincón, que nos ayudan a
situarnos en el mundo de la televisión latinoamericana, que no es homogéneo a
pesar de que las pantallas de la TV satelital sean iguales en todos los países.
El texto de Igarzábal con los 27 puntos sobre la televisión pública me
pareció orientador.
La segunda sección, “Preguntas para un
paisaje de la televisión latina”, incluye las reflexiones de 19 autores sobre
la televisión en sus países, lo que permite tener una visión de conjunto muy
útil. Quizás porque conozco a algunos de los autores y porque he vivido muchos
años en sus países (Nicaragua, Guatemala, México) he leído con especial interés
los textos de Guillermo Rothschuh y su agudo análisis sobre la concentración de
canales de televisión en manos de la “familia presidencial” Ortega-Murillo;
Evelyn Blanck sobre la abusiva y omnipresente mano de Ángel González en los
medios guatemaltecos; y Gabriel Sosa que
es uno de los que mejor conoce el panorama mexicano y la hegemonía de Televisa,
que se extiende sobre la política nacional. Además del capítulo boliviano, muy
acertado, que escribió Álvaro Hurtado, no he obviado los demás “paisajes” que
también conozco por haber visitado con cierta frecuencia los otros países
reseñados, ni el análisis de conjunto que escribió Laura Rojas.
Finalmente la tercera sección,
“Especiales: donde la televisión se hace otras”, en la que se encuentra mi
contribución, reúne reflexiones sobre espacios que podrían enriquecer a la
televisión de nuestra región: las iniciativas de TV comunitaria y pública, el
potenciamiento de las redes de distribución (el caso de TAL, descrito por Paula
Corrêa), el desarrollo del documental, entre otros. Me interesó en especial –y
a pesar del lenguaje “posmodernista”- el texto de María Luna sobre las
“heterotopías documentales” y la creación de “comunidades de sentido” en los
márgenes.
Las tres secciones del libro se articulan
de la siguiente manera:
La televisión es
el medio más popular, más masivo, más usado y más significativo de América
latina. Y lo seguirá siendo por mucho tiempo más. La televisión es un medio audiovisual de
masas que trabaja sobre la lógica del entretenimiento y produce conversación
social, industria, dinero y poder. La
televisión es una serie de discursos que están aburridos de obviedad y deben
innovarse para comprenderla de nuevo y de otras formas, para asumirla no solo
como industria e imperio y bazofia sino sobre todo como máquina cultural,
semiótica y popular que aún tiene mucho que decir sólo que no hemos encontrado
los discursos para pensarla (página 256).
La edición es cuidadosa, cada sección tiene su
introducción correspondiente, el lector recorre las páginas como guiado en un
espacio de pensamiento del que puede apropiarse para contribuir con sus propias
ideas a la reflexión sobre televisión.
Es extraordinario todo lo que ha
publicado Omar Rincón en años recientes, y aún más extraordinario es poder
contar con todas esas publicaciones de manera gratuita en la página web del
Centro de Competencia en Comunicación que es de visita obligatoria.
Debo decir algo antes de terminar: todos
los que escriben en este libro ven mucha más televisión que yo. Confieso que le
dedico muy poco tiempo a la pequeña pantalla, en el peor de los casos un
promedio de 10 horas semanales. Los noticiarios no me dicen nada nuevo y
repiten mucho. Los opinólogos me aburren. Muy rara vez hay algún documental o
entrevista que me atrapa durante una hora. Soy incapaz de encadenarme a una
serie durante 13, 26 o 52 semanas un día preciso a una hora precisa. Si lo
hiciera me sentiría un esclavo perfecto.
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El grave mal de la
televisión es que no tiene nada qué decir:
mil señales y nada
que decir:
24 horas de nada:
el vacío de
sentido.
—Omar Rincón