Escribir sobre la muerte de un amigo tan
próximo me paraliza, me cuesta. Quiero hacerlo pero siento la tensión entre el
dolor y el desasosiego, una forma de molestia, de sentimiento de abandono, de
inutilidad, de rabia ante el tiempo injusto.
Ricardo en 1984 |
Por ello, en esta nota no hago sino
repetir lo que dije en el Cementerio Jardín, en La Paz, a medio día del domingo
25 de agosto, cuando enterramos a Ricardo. Luego vendrá el libro y documental que
tengo pendiente sobre él, en los que veníamos trabajando desde hace tantos
años, como si la vida fuera interminable.
A mediados de los años 1970 entré en la
calle Colón al Salón Municipal Cecilio Guzmán de Rojas y descubrí unas
acuarelas que me impresionaron. Se trataba de vistas interiores de una iglesia,
probablemente San Francisco, no lo recuerdo en este momento. Me sorprendió la
profundidad de campo, los ángulos en picado y contrapicado, los colores pálidos
de la penumbra. Ricardo era el autor.
Viajamos juntos a Potosí, fue una
experiencia única tenerlo como guía de la ciudad donde nació y se hizo pintor. Muchas
de las cosas que me había contado con ese su estilo de evocar la realidad en un
tono mágico, se revelaron como exactas. Me llevó a ver el álbum de Don
Fortunato Díaz de Oropeza, uno de sus
maestros, depositada en la caja fuerte de la Casa de la Moneda. Todo lo
que me había contado era cierto: la postales pintadas en el álbum con un
realismo extraordinario, los detalles de las estampillas, de un cerrillo
quemado, un insecto atrapado entre las hojas, todo dibujado con maestría. Todo
era tan bueno como Ricardo lo había descrito, incluso los helados de canela.
En México, 1982 |
Para él no había sido fácil establecerse
en México luego de un periplo por Perú, Ecuador y Venezuela. Me contaba con esa
seriedad fingida que disimulaba su finísimo humor, que había tocado en su vida
muchas puertas que nunca se abrieron: “Al final terminé pintándolas”. Todos
recordamos los profundos zaguanes y las puertas viejas que pinto en acuarelas
gigantes.
En México tenía dos talleres, el de
acuarela y el de óleo, “porque agua y aceite no pueden mezclarse”, decía.
Fuimos a buscarlo varias veces con Coco Manto, y como no estaba Coco escribió
sobre la puerta de metal “andando nomás paras”.
Venía a casa y yo le ponía al frente un cuaderno
para que mientras conversábamos, se entretuviera dibujando a amigos y otros
personajes de Bolivia. Así, se fueron sumando caricaturas de Oscar Cerruto, Jaime
Sáenz, Augusto Céspedes, Enrique Arnal, René Bascopé, Coco Manto, Juan Carlos
“Gato” Salazar, Norah Claros, Gíldaro Antezana, Cristina de Quiroga y varios dibujos
míos, de los cuales usé uno en la contraportada de mi libro Sobras completas (1984). En 1990 me dejó
usar en la portada de otro de mis poemarios, Sentímetros, uno de sus cuadros más hermosos, realizado con la
técnica de acuarela sobre tabla que él llevó a la perfección. Él también
escribía versos, clandestinamente, compartió algunos conmigo. Recuerdo que una vez
dejó grabado en el teléfono de casa un breve poema que había escrito para su
madre.
Ricardo con uno de los cuadros que tengo de él |
Ricardo se compró un peñón de roca cerca
de Aranjuez, al otro lado del río, y durante una época estuvo entusiasmado con
una idea extraordinaria, muy propia de él: construir su casa dentro de ese
peñón, a la que se podría acceder mediante un ascensor. Iba en serio, hizo los
planos detallados de la construcción. Desde afuera se verían solamente las
ventanas. Poco a poco esa idea se fue desvaneciendo a medida que crecía la casa
que diseñó en Irpavi, y que apenas ocupó hace algunos meses, luego de quince
años de construirla con todos sus detalles, como a él le gustaba pensar la casa
“para morir”.
Cuando llegué a La Paz hace un par de
meses lo llamé por teléfono: “Ya venimos para quedarnos”. Se alegró: “Qué bien,
¿y dónde van a vivir? Le respondí: “Vamos a irnos a tu casa…” Lo tomó
literalmente: “Qué lindo, vengan cuando quieran”. Entonces le aclaré que
habíamos alquilado una de las casas diseñadas y construidas por él, y se alegró
aún más. Durante las semanas siguientes hablábamos casi todos los días de esa
casa, me preguntaba si los ciruelos habían florecido, y comentaba todos los
detalles que de esa casa excepcional.
En su casa de Irpavi, el 25 de julio 2013 |
Su fino humor lo acercaba afectivamente a
todos sus amigos. Le doy crédito que se merece cada vez que cuento a amigos de
todo el mundo una de sus ocurrencias más divertidas: “Se ha muerto Picasso, se
ha muerto Dalí… últimamente yo mismo no me estoy sintiendo muy bien”, me dijo
hace 20 o 25 años.
A lo largo de su vida Ricardo pintó más
de seis mil obras. Nunca estuvo
sin pintar, pintaba desde que abría los ojos cada mañana, pero en los meses
recientes la vista le fallaba y había dejado de hacerlo. El martes 13 de
agosto, dos semanas después de su cumpleaños, lo operaron de cataratas en un
ojo. Lo acompañé a la clínica con su familia más cercana y con Rina. Estaba
tranquilo cuando ingresó al quirófano. Tenía muchas ganas de volver a pintar.
Luego de su cirugía hablamos todos los
días, yo lo llamaba para preguntarle si notaba una mejoría en su vista. El jueves
22 de agosto le conté que iba a viajar a México y me pidió que le trajera chile
ancho, que se le había acabado. Al día siguiente lo llamé de nuevo en la mañana
y ya no contestó. Se quedó dormido, todavía no sabe que está muerto.
Puebla de los Ángeles, 30 de agosto 2013