28 enero 2013

Sobre las huellas de Kafka


Para seguir las huellas de Franz Kafka lo mejor es recorrer Praga en invierno, cuando la ciudad está sumida en una atmósfera lúgubre que nos acerca al autor de El castillo. Praga en invierno es Kafka (en primavera podría ser Dvorak). Así como a literatura del autor checo está impregnada de la ciudad, Praga está impregnada de Kafka, pero hay que tener ojos para verlo y sobre todo para sentirlo en el empedrado de las calles, en los puentes que emergen de la bruma al amanecer, en las calles estrechas de Stare Mesto (ciudad vieja) o de Josefov, el barrio judío.

Desde que puse los pies en la ciudad vieja, bajo un frío que calaba los huesos, tuve la sensación de estar caminando sobre las huellas de Kafka. Los adoquines pequeños, cuya curvatura uno siente debajo de los zapatos, hacen brillar las calles por la noche, especialmente si ha llovido. No es difícil imaginar a Kafka enfundado en un abrigo negro, cruzando estas plazas y calles empedradas de historia.

Kafka, por Jaroslav Róna
Por supuesto, Praga ha cambiado mucho desde las primeras décadas del siglo XX, pero casi todos los lugares que acogieron a Kafka todavía están allí, algunos ostentan incluso una placa que lo recuerda y precisa. Paradojas de la historia: murió ignorado y marginado, pero ahora todos rescatan su memoria y se aferran a cualquier indicio que su vida haya dejado.

Lo nuevo de Kafka en Praga son aquellos espacios o esculturas a través de los cuales se rinde homenaje al escritor, por ejemplo la extraña escultura de Jaroslav Róna junto a la Sinagoga Española; el Museo Kafka que ahora se encuentra en un local muy amplio en Cihelná, la antigua fábrica de ladrillos en Mala Strana (ciudad menor); o la librería y sede de la Sociedad  Franz Kafka, en la calle Siroka N° 14 del barrio judío.

¿Por donde empezar? Si uno quisiera hacer el recorrido siguiendo una cronología histórica, tendría que empezar en la casa donde nació y terminar en el cementerio en el que está enterrado. Más o menos así lo hice, porque todo queda muy cerca, salvo el cementerio judío de Olsany, y el Castillo de Praga, en las alturas de Hradcany, que inspiró uno de sus libros más impresionantes. 

La casa de cuatro pisos donde nació Kafka está junto a la iglesia de San Nicolás, apenas a unos pasos de la plaza principal de la ciudad vieja, en la que destaca la torre de la antigua alcaldía, con el maravilloso reloj que desde 1490 hasta nuestros días marca el tiempo en todas sus dimensiones, un prodigio de ingeniería y arte. Dice el anecdotario que los concejales del municipio dejaron ciego al relojero Hanus, celosos de que pudiera reproducir tan extraordinaria obra en otro lado.

En la esquina de la planta baja de la casa de la familia Kafka, sobre la pequeña plaza peatonal que lleva su nombre y un busto de metal adosado a la pared, hay ahora un minúsculo museo, más bien una habitación sobre la calle con una muestra de fotografías sin otro propósito que vender tarjetas postales del escritor. Sobre el dintel de la puerta principal se anuncia el Café Kafka… El que puede, hace dinero con el nombre del escritor.

De la casa familiar a la Escuela para Niños Alemanes (Deutsche Knabenschule) donde estudió la primaria de 1889 a 1893, no hay más de cuatro cuadras. Lo que hoy es la calle Masná, entonces se conocía como el mercado de carne (Fleischmarkt). Puedo imaginar al niño Franz, con botines y pantalones cortos, caminando cada día de la mano de su nodriza hacia la escuela y quizás mirando, al pasar por la explanada de la plaza de la alcaldía, el Palacio Golz-Kinsky, donde estudiaría la secundaria entre 1893 y 1901, de los 10 a los 17 años. Sería un niño triste, digo yo, pues sus dos hermanos varones habían muerto antes de que él cumpliera siete años. Tristeza nada comparable a la que habría sufrido de conocer lo que el destino deparaba a sus tres hermanas.

Palacio Golz-Kinsky, donde Franz estudió y su padre tuvo una tienda
Hay menos de cien metros entre la puerta de la casa de los Kafka y el Palacio Golz-Kinsky. El empedrado de la plaza quizás no es el mismo, pero sí el palacio rococó que es ahora uno de los espacios del Museo Nacional de Arte. Al ver la lujosa fachada que coronan las estatuas esculpidas por Ignaz Platzer (autor también de los dos impresionantes conjuntos escultóricos que flanquean la entrada principal al Castillo de Praga), cuesta creer que alguna vez el palacio fue una escuela secundaria, o que las escuelas de entonces fueran palacios.

Franz ya no estudiaba allí cuando su padre, Hermann, instaló una mercería y tienda de ropa de mujer cuyo logo comercial era una grajilla (kavka, en checo) pájaro de la familia de los cuervos. La plaza de la ciudad vieja seguiría siendo un lugar de preferencia de Franz, pues incluso cuando trabajaba en la Assicurazioni Generali, a unas ocho cuadras, solía frecuentar el Unicornio Dorado, el café donde se reunía con otros escritores checos que escribían en alemán, y con sus amigos más cercanos, Max Brod y Felix Weltsch, con quienes formaba el “círculo cerrado de Praga” (Brod dixit). En el edificio del Unicornio Dorado no queda rastro del paso de Kafka, pues todo el frente sur de la plaza de la ciudad vieja se ha llenado de restaurantes que ocupan buena parte del espacio público, y en especial los hermosos pasajes abovedados. Me costó acercarme al arco de la puerta, esquivando el ajetreo de los meseros y sus bandejas.

Edificio de Assicurazioni Generali
No bien terminó sus estudios de bachillerato, Franz ingresó en 1901 a la universidad Ferdinand-Karls (Carolinum) para estudiar leyes, de donde se graduó en 1906, en parte para complacer a su padre, figura dominante y déspota que siempre lo quiso alejar de la literatura. Todavía está el antiguo edificio de la universidad, que ha cambiado de nombre varias veces.

El frío penetra en los pulmones mientras recorro la Plaza Wencelao, flaqueada de palacios. Al exhalar el vapor nubla mis lentes por unos instantes. En Nove Mesto, la parte “nueva” de la ciudad (por supuesto lo era entonces, pero ya no lo es), el edificio de la Assicurazioni Generali, pintado de color salmón, todavía ostenta en letras doradas el nombre de una compañía italiana de seguros. 

No aguantó mucho Franz Kafka en ese trabajo que no le dejaba tiempo libre para escribir. Estuvo allí de noviembre de 1907 a fines del año siguiente, antes de optar por un trabajo más interesante en el Instituto del Seguro de Accidentes de Trabajo de Praga, donde estuvo varios años, hasta que en 1922 su enfermedad le impidió seguir.

La casa No. 22 en el Callejón Dorado
Desde el barrio judío me encamino por el Puente Manes hacia Mala Strana. Luego de subir la pendiente que lleva desde río Moldava a la entrada posterior del Castillo de Praga, ingreso al Callejón Dorado (Zlatá Ulicka), una hilera de viviendas diminutas como casas de muñecas, donde vivían artesanos orfebres y militares que desempeñaban servicios en Prazsky Hrad; un pequeño barrio adosado por dentro a la muralla del castillo. Entre 1916 y 1917, Franz compartió con su hermana Ottla  la casita en el número 22 del callejón, hoy pintada de azul claro, con dos habitaciones pequeñas donde prácticamente uno puede tocar las paredes si extiende los brazos. Dicen los biógrafos que esa estadía de pocos meses fue fundamental para escribir El castillo.

El año 1917 marcó también un cambio definitivo para Franz porque le diagnosticaron una tuberculosis laríngea que convertía el acto de deglutir en una tortura cotidiana. A partir de allí tendría solamente siete años de vida por delante, que invirtió para escribir intensamente y desarrollar sus principales relaciones amorosas, como la berlinesa Felice Bauer que conoció en casa de Max Brod, con la que mantuvo correspondencia durante cinco años y estuvo a punto de casarse dos veces.

Pero fueron otras amantes las que influyeron en su vida y en sus ideas. En 1920 su relación fue intensa (otra vez en el plano epistolar) con la periodista y escritora Milena Jesenská (la de Cartas a Milena), y posteriormente en Berlín, un año antes de su muerte, con la profesora de kinder Dora Diamant, de 25 años de edad (Kafka acababa de cumplir 41 años). Menos conocida es su relación con Julie Wohryzek, camarera en un hotel, con la que convivió brevemente en 1920, y su amorío fugaz con Margarethe Bloch quien según algunos biógrafos tuvo un hijo de él en 1915, fallecido antes de llegar a la mayoría de edad.

En la vida de Franz hubo además muchas mujeres sin nombre, prostitutas. El escritor tenía una vida sexual activa, frecuentaba burdeles y se interesaba en la pornografía. Su amigo Max Brod recuerda a Franz “torturado por el deseo sexual”. Los biógrafos James Hawes y Reiner Stach, establecieron en sus investigaciones que la imagen de Kafka tímido y retraído sobre sí mismo no es tan cierta.
  
La vida de Kafka está profusamente documentada y muy bien narrada en el Museo Kafka, relativamente nuevo, en Cihelná, al otro lado del Moldava, cerca del Puente Carlos. Este sí es un museo con una museografía profesional y esmerada. El visitante recorre en orden cronológico la vida de Kafka, empezado por sus ancestros inmediatos para terminar en el mundo literario que legó el escritor.

Las sucesivas salas, todas ellas en la penumbra, iluminadas de manera efectista, nos llevan a través de fotografías, textos y objetos por la vida y obra del escritor bohemio, incluyendo sus dibujos, sus cartas, sus certificados de trabajo, su aviso necrológico, copias de las primeras ediciones de sus libros, aquellos publicados antes y después de su muerte. La sección dedicada a las mujeres de Kafka incluye a sus hermanas, a su madre y a Felice, Milena y Dora, con abundantes detalles sobre todas ellas.

Con Franz, en su Praga
La descripción de Praga en tiempos de Kafka es estupenda para situar al personaje en el contexto de la época; incluye proyecciones de imágenes documentales de los años 1920 y 1930. El gobierno español contribuyó para montar esta muestra, con base a una exposición que había tenido lugar originalmente en Barcelona en 1999.

A sus principales obras, las novelas, el museo les dedica espacios especialmente concebidos con criterio artístico, para representar el espíritu de los textos: una sala de espejos, una cámara de tortura, paredes forradas de archivadores de metal, son espacios que recrean de manera poética el sentir de los personajes y del autor de El castillo, El proceso, América… Fuera del museo, una gran K de metal, escultura que no requiere mayor explicación.

Las tres novelas que escribió hacia el final de su vida se publicaron de manera póstuma gracias a Max Brod. En vida de Kafka, el editor Kurt Wolff había publicado sus relatos, que no le brindaron a Kafka la popularidad que íntimamente anhelaba para desembarazarse de las presiones de su padre.

Dejé para el último día en Praga la visita al cementerio judío de Olsany, en Zizkov, donde los restos de Franz yacen debajo de un obelisco de dos metros de altura junto a los de su padre (Hermann) y su madre (Julie), que fallecieron en 1931 y 1934 respectivamente. Sus tres hermanas fueron exterminadas en campos de concentración nazis, no hay tumba para ellas. Franz murió en el Sanatorio de Kierling, cerca de Viena, el 3 de junio de 1924, exactamente un mes después de cumplir 41 años. Nada más pudo hacer por él el Dr. Hoffmann. El daño en la laringe le impedía comer, murió de inanición. En su lecho de muerte corregía febrilmente su obra Un artista del hambre, ninguna casualidad.  

Como el cementerio Olsany está apartado del centro de Praga y del circuito turístico tradicional, pude quedarme junto al mausoleo de Kafka sin que nadie llegara a perturbar el silencio. Un largo muro me separó por unos minutos del resto de la ciudad. 

__________________________________________ 
Si el libro que leemos no nos despierta de un puñetazo en el cráneo, ¿para qué leerlo?
Un libro tiene que ser un hacha que rompa el mar de hielo que llevamos dentro.
—Franz Kafka