Para seguir las huellas de Franz Kafka lo
mejor es recorrer Praga en invierno, cuando la ciudad está sumida en una atmósfera
lúgubre que nos acerca al autor de El
castillo. Praga en invierno es
Kafka (en primavera podría ser Dvorak). Así como a literatura del autor checo
está impregnada de la ciudad, Praga está impregnada de Kafka, pero hay que
tener ojos para verlo y sobre todo para sentirlo en el empedrado de las calles,
en los puentes que emergen de la bruma al amanecer, en las calles estrechas de
Stare Mesto (ciudad vieja) o de Josefov, el barrio judío.
Desde que puse los pies en la ciudad
vieja, bajo un frío que calaba los huesos, tuve la sensación de estar caminando
sobre las huellas de Kafka. Los adoquines pequeños, cuya curvatura uno siente
debajo de los zapatos, hacen brillar las calles por la noche, especialmente si ha
llovido. No es difícil imaginar a Kafka enfundado en un abrigo negro, cruzando estas
plazas y calles empedradas de historia.
Kafka, por Jaroslav Róna |
Por supuesto, Praga ha cambiado mucho
desde las primeras décadas del siglo XX, pero casi todos los lugares que
acogieron a Kafka todavía están allí, algunos ostentan incluso una placa que lo
recuerda y precisa. Paradojas de la historia: murió ignorado y marginado, pero
ahora todos rescatan su memoria y se aferran a cualquier indicio que su vida
haya dejado.
Lo nuevo de Kafka en Praga son aquellos
espacios o esculturas a través de los cuales se rinde homenaje al escritor, por
ejemplo la extraña escultura de Jaroslav Róna junto a la Sinagoga Española; el
Museo Kafka que ahora se encuentra en un local muy amplio en Cihelná, la
antigua fábrica de ladrillos en Mala Strana (ciudad menor); o la librería y
sede de la Sociedad Franz Kafka,
en la calle Siroka N° 14 del barrio judío.
¿Por donde empezar? Si uno quisiera hacer
el recorrido siguiendo una cronología histórica, tendría que empezar en la casa
donde nació y terminar en el cementerio en el que está enterrado. Más o menos
así lo hice, porque todo queda muy cerca, salvo el cementerio judío de Olsany,
y el Castillo de Praga, en las alturas de Hradcany, que inspiró uno de sus
libros más impresionantes.
La casa de cuatro pisos donde nació Kafka
está junto a la iglesia de San Nicolás, apenas a unos pasos de la plaza principal
de la ciudad vieja, en la que destaca la torre de la antigua alcaldía, con el
maravilloso reloj que desde 1490 hasta nuestros días marca el tiempo en todas
sus dimensiones, un prodigio de ingeniería y arte. Dice el anecdotario que los
concejales del municipio dejaron ciego al relojero Hanus, celosos de que
pudiera reproducir tan extraordinaria obra en otro lado.
En la esquina de la planta baja de la casa
de la familia Kafka, sobre la pequeña plaza peatonal que lleva su nombre y un
busto de metal adosado a la pared, hay ahora un minúsculo museo, más bien una
habitación sobre la calle con una muestra de fotografías sin otro propósito que
vender tarjetas postales del escritor. Sobre el dintel de la puerta principal
se anuncia el Café Kafka… El que puede, hace dinero con el nombre del escritor.
De la casa familiar a la Escuela para
Niños Alemanes (Deutsche Knabenschule)
donde estudió la primaria de 1889 a 1893, no hay más de cuatro cuadras. Lo que
hoy es la calle Masná, entonces se conocía como el mercado de carne (Fleischmarkt). Puedo imaginar al niño
Franz, con botines y pantalones cortos, caminando cada día de la mano de su
nodriza hacia la escuela y quizás mirando, al pasar por la explanada de la
plaza de la alcaldía, el Palacio Golz-Kinsky, donde estudiaría la secundaria
entre 1893 y 1901, de los 10 a los 17 años. Sería un niño triste, digo yo, pues
sus dos hermanos varones habían muerto antes de que él cumpliera siete años. Tristeza
nada comparable a la que habría sufrido de conocer lo que el destino deparaba a
sus tres hermanas.
Palacio Golz-Kinsky, donde Franz estudió y su padre tuvo una tienda |
Hay menos de cien metros entre la puerta
de la casa de los Kafka y el Palacio Golz-Kinsky. El empedrado de la plaza quizás
no es el mismo, pero sí el palacio rococó que es ahora uno de los espacios del
Museo Nacional de Arte. Al ver la lujosa fachada que coronan las estatuas
esculpidas por Ignaz Platzer (autor también de los dos impresionantes conjuntos
escultóricos que flanquean la entrada principal al Castillo de Praga), cuesta
creer que alguna vez el palacio fue una escuela secundaria, o que las escuelas
de entonces fueran palacios.
Franz ya no estudiaba allí cuando su
padre, Hermann, instaló una mercería y tienda de ropa de mujer cuyo logo comercial
era una grajilla (kavka, en checo)
pájaro de la familia de los cuervos. La plaza de la ciudad vieja seguiría
siendo un lugar de preferencia de Franz, pues incluso cuando trabajaba en la
Assicurazioni Generali, a unas ocho cuadras, solía frecuentar el Unicornio
Dorado, el café donde se reunía con otros escritores checos que escribían en
alemán, y con sus amigos más cercanos, Max Brod y Felix Weltsch, con quienes
formaba el “círculo cerrado de Praga” (Brod dixit).
En el edificio del Unicornio Dorado no queda rastro del paso de Kafka, pues
todo el frente sur de la plaza de la ciudad vieja se ha llenado de restaurantes
que ocupan buena parte del espacio público, y en especial los hermosos pasajes
abovedados. Me costó acercarme al arco de la puerta, esquivando el ajetreo de
los meseros y sus bandejas.
Edificio de Assicurazioni Generali |
No bien terminó sus estudios de
bachillerato, Franz ingresó en 1901 a la universidad Ferdinand-Karls (Carolinum)
para estudiar leyes, de donde se graduó en 1906, en parte para complacer a su
padre, figura dominante y déspota que siempre lo quiso alejar de la literatura.
Todavía está el antiguo edificio de la universidad, que ha cambiado de nombre
varias veces.
El frío penetra en los pulmones mientras
recorro la Plaza Wencelao, flaqueada de palacios. Al exhalar el vapor nubla mis
lentes por unos instantes. En Nove Mesto, la parte “nueva” de la ciudad (por
supuesto lo era entonces, pero ya no lo es), el edificio de la Assicurazioni
Generali, pintado de color salmón, todavía ostenta en letras doradas el nombre
de una compañía italiana de seguros.
No aguantó mucho Franz Kafka en ese
trabajo que no le dejaba tiempo libre para escribir. Estuvo allí de noviembre
de 1907 a fines del año siguiente, antes de optar por un trabajo más
interesante en el Instituto del Seguro de Accidentes de Trabajo de Praga, donde
estuvo varios años, hasta que en 1922 su enfermedad le impidió seguir.
La casa No. 22 en el Callejón Dorado |
Desde el barrio judío me encamino por el
Puente Manes hacia Mala Strana. Luego de subir la pendiente que lleva desde río
Moldava a la entrada posterior del Castillo de Praga, ingreso al Callejón
Dorado (Zlatá Ulicka), una hilera de viviendas diminutas como casas de muñecas,
donde vivían artesanos orfebres y militares que desempeñaban servicios en Prazsky
Hrad; un pequeño barrio adosado por dentro a la muralla del castillo. Entre
1916 y 1917, Franz compartió con su hermana Ottla la casita en el número 22 del callejón, hoy pintada de azul
claro, con dos habitaciones pequeñas donde prácticamente uno puede tocar las
paredes si extiende los brazos. Dicen los biógrafos que esa estadía de pocos
meses fue fundamental para escribir El
castillo.
El año 1917 marcó también un cambio
definitivo para Franz porque le diagnosticaron una tuberculosis laríngea que convertía
el acto de deglutir en una tortura cotidiana. A partir de allí tendría
solamente siete años de vida por delante, que invirtió para escribir intensamente
y desarrollar sus principales relaciones amorosas, como la berlinesa Felice
Bauer que conoció en casa de Max Brod, con la que mantuvo correspondencia
durante cinco años y estuvo a punto de casarse dos veces.
Pero fueron otras amantes las que influyeron
en su vida y en sus ideas. En 1920 su relación fue intensa (otra vez en el
plano epistolar) con la periodista y escritora Milena Jesenská (la de Cartas a Milena), y posteriormente en
Berlín, un año antes de su muerte, con la profesora de kinder Dora Diamant, de 25 años de edad (Kafka acababa de cumplir
41 años). Menos conocida es su relación con Julie Wohryzek, camarera en un
hotel, con la que convivió brevemente en 1920, y su amorío fugaz con Margarethe
Bloch quien según algunos biógrafos tuvo un hijo de él en 1915, fallecido antes
de llegar a la mayoría de edad.
En la vida de Franz hubo además muchas
mujeres sin nombre, prostitutas. El escritor tenía una vida sexual activa,
frecuentaba burdeles y se interesaba en la pornografía. Su amigo Max Brod
recuerda a Franz “torturado por el deseo sexual”. Los biógrafos James Hawes y
Reiner Stach, establecieron en sus investigaciones que la imagen de Kafka tímido
y retraído sobre sí mismo no es tan cierta.
La vida de Kafka está profusamente
documentada y muy bien narrada en el Museo Kafka, relativamente nuevo, en Cihelná,
al otro lado del Moldava, cerca del Puente Carlos. Este sí es un museo con una
museografía profesional y esmerada. El visitante recorre en orden cronológico
la vida de Kafka, empezado por sus ancestros inmediatos para terminar en el
mundo literario que legó el escritor.
Las sucesivas salas, todas ellas en la
penumbra, iluminadas de manera efectista, nos llevan a través de fotografías,
textos y objetos por la vida y obra del escritor bohemio, incluyendo sus
dibujos, sus cartas, sus certificados de trabajo, su aviso necrológico, copias
de las primeras ediciones de sus libros, aquellos publicados antes y después de
su muerte. La sección dedicada a las mujeres de Kafka incluye a sus hermanas, a
su madre y a Felice, Milena y Dora, con abundantes detalles sobre todas ellas.
Con Franz, en su Praga |
La descripción de Praga en tiempos de
Kafka es estupenda para situar al personaje en el contexto de la época; incluye
proyecciones de imágenes documentales de los años 1920 y 1930. El gobierno
español contribuyó para montar esta muestra, con base a una exposición que
había tenido lugar originalmente en Barcelona en 1999.
A sus principales obras, las novelas, el
museo les dedica espacios especialmente concebidos con criterio artístico, para
representar el espíritu de los textos: una sala de espejos, una cámara de
tortura, paredes forradas de archivadores de metal, son espacios que recrean de
manera poética el sentir de los personajes y del autor de El castillo, El proceso, América… Fuera del museo, una gran K de
metal, escultura que no requiere mayor explicación.
Las tres novelas que escribió hacia el
final de su vida se publicaron de manera póstuma gracias a Max Brod. En vida de
Kafka, el editor Kurt Wolff había publicado sus relatos, que no le brindaron a
Kafka la popularidad que íntimamente anhelaba para desembarazarse de las
presiones de su padre.
Dejé para el último día en Praga la
visita al cementerio judío de Olsany, en Zizkov, donde los restos de Franz yacen
debajo de un obelisco de dos metros de altura junto a los de su padre (Hermann)
y su madre (Julie), que fallecieron en 1931 y 1934 respectivamente. Sus tres
hermanas fueron exterminadas en campos de concentración nazis, no hay tumba
para ellas. Franz murió en el Sanatorio de Kierling, cerca de Viena, el 3 de
junio de 1924, exactamente un mes después de cumplir 41 años. Nada más pudo
hacer por él el Dr. Hoffmann. El daño en la laringe le impedía comer, murió de
inanición. En su lecho de muerte corregía febrilmente su obra Un artista del hambre, ninguna
casualidad.
Como el cementerio Olsany está apartado
del centro de Praga y del circuito turístico tradicional, pude quedarme junto
al mausoleo de Kafka sin que nadie llegara a perturbar el silencio. Un largo
muro me separó por unos minutos del resto de la ciudad.
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Si el libro que leemos no nos despierta de un puñetazo
en el cráneo, ¿para qué
leerlo?
Un libro tiene que ser un hacha que rompa el mar de hielo que
llevamos dentro.
—Franz Kafka