De julio del 2011 a mayo del 2012
coordiné para la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano (FNCL) que preside
Gabriel García Márquez, una investigación sobre el cine y el audiovisual comunitario en América Latina y el Caribe. Fue un desafío muy grande en el que me metí de cabeza
instigado por Octavio Getino, quien me convenció que aceptara la invitación que
me hacía Alquimia Peña, directora de la Fundación. Con habilidad, Octavio me
hizo creer que en unos pocos meses podíamos despachar el tema, tampoco había
financiamiento para más.
Sin embargo, ya metido en camisa de once
varas y sin posibilidad de zafarme como el gran Houdini, conté con un grupo de
investigadores que tomaron el desafío como propio y trabajaron con ahínco para
llevar la investigación a buen término. Tuve todo el apoyo de los colegas de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano y de Octavio, coordinador del Observatorio de Cine y el Audiovisual Latinoamericano (OCAL). Conscientes de que la Fundación disponía de muy pocos recursos, cada uno de los investigadores mostró un gran compromiso para trabajar tres
veces más tiempo que el previsto inicialmente y para investigar dos o tres países
en lugar de uno solo.
Cecilia Quiroga abarcó Bolivia, Chile y Perú; Horacio
Campodónico hizo lo propio con Argentina, Uruguay y Paraguay; y Pocho Álvarez
con Ecuador, Colombia y Venezuela. Irma Ávila Pietrasanta tomó a su cargo
México y también la región centroamericana, mientras Jesús Guanche e Idania
Licea se ocuparon de Cuba y la región caribeña insular. Finalmente Brasil, por
sus dimensiones y la intensa actividad en el audiovisual comunitario, estuvo
bajo la responsabilidad de Vincent Carelli y de Janaina Rocha.
Todo ese proceso de investigación, de
informes por cada país, y edición del texto definitivo culminó hace poco con la
publicación en Venezuela del libro Cine
comunitario en América Latina y el Caribe, una edición que estuvo al
cuidado de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, y que se imprimió en
Caracas con el apoyo del Centro Nacional Autónomo de Cinematografía (CNAC). El
libro que no estuvo a listo a tiempo para ser presentado en el Festival de Cine
de Margaritas, finalmente fue bautizado en La Habana en el marco del 34 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.
Fernando Brugman (UNESCO), Alfonso Gumucio Dagron, Alquimia Peña (FNCL) y Juan Carlos Lossada (CNAC) |
Se trata del primer y único estudio que
aborda la situación regional del cine y el audiovisual comunitario. A través de
sus 542 páginas se hace un recorrido por 55 experiencias y 14 países, y en cada caso se trata de
desentrañar el pasado y el presente del cine comunitario desde sus raíces
históricas más profundas hasta sus proyecciones actuales, incluyendo testimonios de los actores en esos procesos de capacitación, producción y difusión.
En La Habana presentamos el libro en el
Salón Vedado del Hotel Nacional, sede del Festival, en una mesa sobre cine comunitario en la que
participaron además Alquimia Peña, Juan Carlos Lossada del CNAC, y Fernando
Brugman de la Oficina Regional de Cultura de la Unesco.
Durante mi presentación mencioné la
importancia del cine comunitario como una manifestación del derecho a la
comunicación, y no solamente como partícipe del séptimo arte. Expresé que el
cine comunitario es todavía un subcontinente escondido, del que se conoce muy
poco, y al que a veces se trata de juzgar en base a criterios que corresponden
al cine comercial, cuando en realidad se trata de otra cosa.
En la larga introducción que escribí para
este libro, desarrollo en detalle esas ideas: “El cine y audiovisual comunitario es
expresión de comunicación, expresión artística y expresión política. Nace en la
mayoría de los casos de la necesidad de comunicar sin intermediarios, de
hacerlo en un lenguaje propio que no ha sido predeterminado por otros ya
existentes, y pretende cumplir en la sociedad la función de representar
políticamente a colectividades marginadas, poco representadas o ignoradas. Este
es un cine que tiene como eje el derecho a la comunicación. Su referente
principal no es el cine y la industria cinematográficas, sino la comunicación
como reivindicación de los excluidos y silenciados.”
En el prólogo del libro, Alquimia Peña
destaca la importancia del cine comunitario como expresión de la
interculturalidad:
“Todas
las iniciativas comunitarias que se han estudiado en esta investigación son
testimonio de la importancia de respetar y promover las culturas locales, y de
convivir en espacio de diálogo intercultural. La existencia de una Convención
internacional que reconoce la interculturalidad y el respeto por la diversidad,
constituye para estos grupos comunitarios un marco de referencia fundamental. Aún
a pesar de esas constataciones que hablan a favor de una mayor atención por la
diversidad cultural en los procesos de producción de las expresiones
audiovisuales comunitarias, los resultados de esta investigación acusan también
la carencia de políticas públicas específicas.”
Roberto Smith, Tarik Souki, Lisver Santiesteban, Alquimia Peña, Alfonso Gumucio, Nora de Izcue, Edmundo Aray |
En
una entrevista que me hizo Mabel Olalde Azpiri para el Diario del Festival,
expresé parafraseando a Jesús Martín Barbero, que a veces es preferible “perder
la película para ganar el cine”:
«Tenemos que cambiar nuestra manera de ver al séptimo arte para
aprovechar todo lo valioso que hay en él. Sería beneficioso dejar de pensarlo
solamente como un producto, y prestar atención a los procesos que tienen lugar
en torno al cine comunitario —así comprende el fenómeno Alfonso Gumucio Dagron,
coordinador general de la investigación Cine
comunitario en América Latina y el Caribe».
Los primeros partos son siempre los más
difíciles. Investigar por primera vez un tema es un desafío que no es fácil,
pero que deja la agradable experiencia de abrir una senda nueva. Lo mismo me pasó con la Historia del cine boliviano que publiqué
en 1982, cuando poco o nada se conocía sobre nuestro cine, o con Les cinemas d’Amérique Latine, libro que
coordiné junto con mi amigo, ya fallecido, Guy Hennebelle. Nos tomó seis años publicar en 1981 ese
grueso tomo que por primera vez abordó país por país la historia y el desarrollo
del cine en los países de nuestra región.
Esos proyectos pioneros suelen generar
otras iniciativas que profundizan y amplían la información que con grandes
dificultades se obtuvo en primera instancia, como ha sucedido con los libros
que acabo de citar. Tenemos la
esperanza de que suceda lo mismo con Cine comunitario en América Latina y el Caribe.
Ya que el primer camino ha sido dibujado, que otros investigadores se interesen
en el tema del cine comunitario y ofrezcan nuevos aportes. El primer paso ya está
dado.
En un plano más personal, cerré el año
2012 con la satisfacción de haber publicado dos libros. Hay años de buena cosecha
y otros no tanto. Suelo trabajar varios proyectos al mismo tiempo, y algunos
cristalizan antes que otros. Tengo algunos estancados desde hace más de tres décadas.
Esta vez, la necesidad de cumplir con un calendario me obligó a cerrar en
tiempo la investigación sobre el audiovisual comunitario y culminó con la certeza
de verla publicada. Casi al mismo tiempo, unas semanas antes, salió del horno
mi libro Cruentos, al que ya me referí
oportunamente, de modo que en 2012 pude ver cristalizados dos proyectos.
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Es imposible hacer una buena película sin una cámara
que sea como un ojo en
el corazón de
un poeta. —Orson Welles