Por mucho que se haya estado veinte o más
veces en Cuba, no deja de maravillar en las calles de La Habana y otras
ciudades la presencia masiva de vehículos de los años 1940 y 1950, y algunos
incluso de fabricación anterior, los llamados “almendrones”. No sé quien les puso ese nombre, que probablemente procede de su forma ovalada, pero los más antiguos
lo llevan con mucha elegancia.
De primera cuenta, los almendrones
existen porque responden a una necesidad: transportarse. Pero lo que durante
décadas fue un resultado de la carestía y de la sobrevivencia, se ha convertido
en una forma de arte público.
Cuando triunfó la Revolución Cubana en
enero de 1959, hace 54 años, muchos de esos vehículos eran de último modelo,
recién importados a la isla. En 1951 circulaban por Cuba 143.000 vehículos, en
2013, la mitad todavía lo hacen. Con la imposición del embargo económico y la
imposibilidad de importar vehículos nuevos o piezas de repuesto, el parque
automotriz de Cuba se mantuvo sin cambios a lo largo de casi seis décadas,
durante las cuales cada propietario de automóvil se las tuvo que ingeniar para
mantener en buen estado los motores y las carrocerías.
Dicen que ya en la décadas de 1920 Cuba
era el primer importador de autos de América Latina. El legendario Ford T tenía
como lema en su campaña de promoción: “Foot it and go”, frase que fue
cubanizada en el sustantivo fotingo,
que aún hoy hace referencia en el hablar popular a los autos antiguos.
La isla es el mayor reservorio de autos
antiguos del planeta, al menos en cantidad. Probablemente uno puede encontrar
mayor variedad en los museos de automóviles, como el Louwman en La Haya, que
visité en noviembre pasado, pero no hay otra ciudad como La Habana o país como Cuba donde vehículos tan
antiguos sean todavía los que más circulan.
El ingreso de vehículos de los países
socialistas no alteró en lo esencial el paisaje de las calles habaneras. Por
una parte los nuevos vehículos utilitarios, ya sea los autos Lada o los jeeps
tipo Niva (con patente de la Fiat italiana), estaban reservados para instituciones
y funcionarios de gobierno; y por otra, su aspecto tosco y poco grácil no pudo
competir con las formas y colores de los vehículos fabricados medio siglo
antes.
La necesidad de mantener los vehículos en
funcionamiento hizo que la creatividad
el ingenio de los cubanos se explayara. Aunque al principio se canibalizó
hasta la última tuerca de los vehículos que definitivamente no iban a funcionar
más, e incluso piezas de refrigeradores o lavadoras, hábiles artesanos se
especializaron en fabricar piezas que ya no se podían conseguir. Poco a poco se
dieron modos de remplazar los motores adaptando incluso algunos completamente
ajenos a la marca y modelo.
Aunque muchos motores ya no son los
originales, es impresionante el cuidado que cada quien ha puesto en la
carrocería, para mantenerla impecablemente pintada y cromada, brillante como si
se tratara de vehículos recién salidos de la fábrica. Cerca de 75 mil autos de aquellas
décadas todavía exhiben con orgullo sus carrocerías de níquel y cromo. Son autos
voluminosos y extraños como naves del pasado, salidas de un sueño, que siguen
ganando sus batalla contra el tiempo. Me cuenta mi amigo Carlos Carrasco que su hijo Charles, todavía pequeño cuando visitó Cuba, había comentado: "Cómo dicen que Cuba es un país pobre si aquí todos tienen autos de colección".
No es lo único que no ha cambiado en Cuba
durante varias décadas. La Habana
vieja, la parte más antigua de la ciudad, permanece como hace 100 años o más, y
poco a poco recupera sus colores gracias al empeño y a la iniciativa de la
Oficina del Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal.
Es una delicia caminar por el malecón y
sobre todo por la calle 23, para ver pasar uno tras otro los modelos de
Chevrolet, Chrysler, Ford, Mercury, Cadillac, Oldsmobile, Buick, Packard, y
todas las marcas que eran importantes en las décadas de los 1940 y 1950 en
Estados Unidos, de donde los vehículos eran importados.
Muchos de los almendrones cumplen ahora
funciones de taxis, y están igualmente mantenidos con cuidado, con cariño. Algunos
han alargado el chasis y ampliado los asientos de manera que ahora caben ocho o
diez pasajeros. Desde que en 2010 el gobierno amplió a 181 la lista de oficios
“por cuenta propia” permitidos en la isla, los almendrones se incorporaron en
masa al parque de taxis, más baratos que los de las empresas turísticas.
Recuerdo que Montevideo, hace tres o
cuatro décadas, era otra ciudad en la que se veían muchos autos antiguos
circulando en las calles. Hoy han
desaparecido casi todos porque los compraron las compañías productoras de cine
para llevárselos a Hollywood. No dudo que algo similar ocurrirá con los
almendrones cubanos cuando se normalicen las relaciones comerciales entre
Estados Unidos y Cuba. Todavía están a tiempo los cubanos para crear un magnífico
museo de automóviles antiguos.
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Tenía el automóvil,
que era lo importante.
Para trasladar algo hacen falta cuatro ruedas
y lo demás es secundario.
—Lisandro Otero