A principios de diciembre estuve en el
34º Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano en La Habana, Cuba,
luego de más de dos décadas de ausencia.
En la década de 1980 fui asiduo del
Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano que tiene lugar cada año
en La Habana. Recuerdo con nostalgia una de las mejores ediciones del festival,
la de 1985, cuando el evento estaba quizás en su momento más alto, la cúspide.
El Gran Premio Coral se lo llevaron ese año ex
aequo dos grandes obras: Frida del
mexicano Paul Leduc y Tangos, el exilio
de Gardel del argentino Fernando “Pino” Solanas. El Segundo Premio Coral
fue para La historia oficial, del
también argentino Luis Puenzo, y el Tercer Premo Coral para el peruano Francisco
Lombardi por La ciudad y los perros.
Esos títulos dan una medida de la excelencia de las películas que concursaron
ese año. No se podía pedir más.
En el 7º
Festival no solamente hubo hermosas películas representativas de la
cinematografía de la región. Fue el año que se creó, el 4 de diciembre, la
Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, presidida por Gabriel García Márquez,
cinéfilo mayor que declaró entonces: “Nuestro objetivo final es nada menos que
lograr la integración del cine
latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”
Hubo mucho más. Fidel anunció la creación
de la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV) en San Antonio en Los
Baños, que se inauguró un año más tarde, el 15 de diciembre de 1986, con
Fernando Birri como director. En el Teatro Carlos Marx escuchamos fascinados
durante cinco horas, de pie, el discurso de Fidel en el que anunciaba tantas
cosas buenas para el cine latinoamericano. Habló de su amor por el cine y lo
hizo con tanto conocimiento del tema, que no nos aburrimos ni un minuto. Los
discursos de Fidel eran entonces de antología, por su elocuencia y la calidad
de la información que manejaba. El cine ha sido siempre favorecido por el
proceso revolucionario cubano y en especial por Fidel. No olvidemos que uno de
los primeros decretos del gobierno de la Revolución fue la creación del ICAIC.
Durante los años siguientes estuve en el
festival gracias a la generosidad de las instituciones cubanas que me
invitaban. En 1988, en el 10º Festival participé como miembro del jurado de
cine documental, y en otras ocasiones en mesas de discusión. Me invitaba el
ICAIC, el ICRT que dirigía Manelo (hoy encargado del ALBA Cultural), o la
Escuela de Cine.
Cada festival era un regalo pues allí nos
juntábamos todos los cineastas de América Latina, no hay cineasta
latinoamericano que no haya pasado por el Festival de La Habana, el lugar anual
de encuentro. Veíamos toda la producción de cine de la región, La Habana se
convertía en una fiesta del cine, filas interminables frente al Cine Yara, al
Cine 23 y 12, al Cine Chaplin, al Cine La Rampa, al Cine Riviera, y otros donde
se exhibían y se exhiben cada año todas las películas del festival. La
población de la capital cubana saca a relucir su cinefilia, todos son parte del
festival, todos hablan con propiedad sobre cine.
Durante los diez días del festival se
daban cita directores de las revistas de cine, historiadores y críticos
cinematográficos, técnicos, directores de cinematecas, guionistas, productores
y distribuidores. La salida de un nuevo número de la revista Cine Cubano, en
papel periódico, era un acontecimiento, así como los afiches de las nuevas
películas, estallidos de color y de ingenio, diseñados por Bachs, Coll, Julio
Eloy, Niko, Reboiro o Coni, entre otros artistas. Conservo varios de ellos impresos
en serigrafía; hoy son artículos de colección, con esa nobleza de la tinta
espesa que los hace únicos.
No faltaban en esa fiesta del cine
actores de América Latina y del resto del mundo. Me tocó escuchar en varias
ocasiones los comentarios llenos de admiración de Jack Lemmon, de Robert de
Niro, Christopher Walken, de Gian María Volonté o de Harry Belafonte luego de las
largas sesiones nocturnas a las que los convocaba Fidel para hablar de cine
luego de ver en privado las películas del festival, de modo que estaba al tanto
de las nuevas producciones. Por entonces era corriente escuchar que Fidel no
dormía, le bastaban dos o tres horas de sueño y pasaba el resto de la noche
mirando películas y conversando con los invitados.
García Márquez, Fidel Castro, Fernando Birri |
Los invitados al festival esperábamos
cada año la cena que ofrecía Fidel. De pie en la entrada del palacio, el líder
cubano estrechaba la mano de todos, uno a uno, mientras el fotógrafo oficial
registraba la escena. Me hubiera gustado tener copia de esas fotos.
El festival era una fiesta que duraba 24
horas cada día. Casi no dormíamos.
En las mañanas había conferencias de prensa, encuentros con cineastas o
actores, deliberaciones de los jurados, muestras de carteles, presentaciones de
libros y otras actividades en simultáneo, de modo que era imposible asistir a
todas.
En las tardes, hasta la media noche, se
proyectaban las películas del festival, largometrajes de ficción o documental,
cortometrajes de toda clase, animaciones y videos, prácticamente todo lo
producido en nuestra América Latina durante el año, pero también películas de
otras regiones. Y a partir de la media noche, las fiestas extraordinarias de
las que conservo una memoria dulce. Junto al Teatro Carlos Marx, en el club Cristino
Naranjo, uno podía recorrer seis o siete espacios animados por las mejores
bandas de música. Allí escuché al formidable trompetista Arturo Sandoval, a los
Van Van, entre otros músicos notables. Los mojitos nocturnos aparecían sobre
las bandejas que circulaban los mozos, y desaparecían en un santiamén. El
entusiasmo de cubanas y cubanos era contagioso, hasta yo me atrevía a bailar
hasta que a las 3 o 4 de la madrugada salían las últimas guaguas hacia los
hoteles.
En 1990 me fui a trabajar al África, de
modo que no he regresado al festival hasta ahora, en 2012, aunque he estado en
Cuba en otros eventos. El festival ya no tiene la dimensión que tuvo en sus
mejores momentos, porque ya no se dispone de los recursos de antes.
En esta ocasión participé en la mesa de diálogo
“El espacio audiovisual latinoamericano: realidades y desafíos”, en el marco
del Sector Industria del 34 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.
La actividad auspiciada y coordinada por el Observatorio del Cine y el
Audiovisual Latinoamericano, OCAL/FNCL, programa de la Fundación del Nuevo Cine
Latinoamericano, estuvo dedicada a la memoria de Octavio Getino, asesor de la Fundación y Coordinador de su
Observatorio. La mesa fue integrada por Susana Velleggia, Orlando Senna,
Rosa Sofía Rodríguez, Alfonso Gumucio Dagron, Fernando Brugman de la Oficina
Regional de la UNESCO en La Habana, y Katherine Grigsby, directora de la Oficina
de la Unesco en México.
El propósito era “reflexionar en torno a las
realidades del audiovisual en tanto expresión cultural y artística donde
coinciden ciencia, tecnología, inversiones, mercados en ese espacio de
identidad y diversidad cultural de
nuestros pueblos y naciones”, para entender la necesidad de construir el
espacio audiovisual latinoamericano y caribeño.
Annette Bening |
Como
siempre, el Hotel Nacional es el lugar de encuentro con colegas que uno no ha
visto en muchos años. Volví a
encontrar al nicaragüense Ramiro Lacayo, luego de tres décadas, al chileno
Miguel Littin a quien no veía desde Brasilia, hace siete años, a algunos otros
de Venezuela, Guatemala, Brasil y por supuesto a los amigos cubanos: Manelo,
Lola Calviño, Julio García Espinosa, Alquimia Peña y otros colegas de la
Fundación. Muchos menos cineastas de la región que en aquellas épocas donde
nadie faltaba a la cita en La Habana. Entre los invitados no latinoamericanos,
destacaba la presencia del presidente de la Academia de las Artes y las
Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos, Hawk Koch, quien asumió en agosto
de 2012 ese cargo, y la de la actriz Annette Bening en representación de la
junta directiva de la Academia de Hollywood.
Esta vez pude ver pocas películas pues mi
presencia en el festival estaba enmarcada en las actividades de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano (FNCL), a las que me referiré en otra nota. Entre
los pocos largometrajes que vi, me gustó mucho La película de Ana de Daniel Díaz Torres, y no fui el único en
apreciar sus cualidades, ya que al finalizar el festival, el filme obtuvo
varios premios: el Premio Coral de Guión, el Premio Coral de Actuación
Femenina, y el Premio de Distribución de Amazonia Films. Sentí el mismo placer
que tuve hace años cuando en el Festival de Huelva descubrí Suite Habana (2003) de Fernando Pérez.
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Nunca voy a ver películas donde el pecho del héroe
es mayor que el de la heroína. —Groucho Marx