Soy la nube negra cuando estoy triste y me siento fea
Soy la luz más bella de mi casa y cuando me enojo soy una pantera
Soy la estrella más bonita del universo y cuando lloro me apago todo
Soy la luna que alumbra tu caminar
y cuando me odias tanto me enojo y me pongo a llorar
Soy una nube negra, triste y fea
Soy la estrella más bella que te alegra
Soy el sol brillante que se alumbra con la alegría
¿Quién escribe estos versos? Se llama
Tania Florez Lince, vive en la vereda Lejos del Nido, en El Retiro, municipio
cercano a la ciudad de Rionegro, en Antioquia. Y el dato más importante: tenía
nueve años de edad cuando escribió el poema. Tania es una de las niñas y niños
que visitan regularmente el Laboratorio del Espíritu para participar en las
actividades creativas que ofrece este espacio lúdico de aprendizaje. Su calidad
poética es excepcional pero no única entre estos niños cuyo talento solamente
esperaba una oportunidad para despuntar. Esa oportunidad que ofrece el
Laboratorio del Espíritu gracias a la iniciativa de un dúo extraordinario, Gloria Bermúdez y Javier Naranjo: la primera es una gestora de envidiable competencia,
y el segundo sabe despertar en cualquier ser humano su capacidad creativa.
Sobre Tania, me cuenta Gloria Bermúdez: “De
Tania te puedo hablar porque desde hace doce años visito su vereda Lejos del
Nido, en esta vereda viven los últimos descendientes de los indígenas Tahamies
primeros pobladores del Oriente Antioqueño. No se reconocen como indígenas por
la discriminación y el abandono del estado; han vivido muy aislados
y en pobreza absoluta. A través de nuestros programas los hemos acompañado y
hemos logrado que expresen sus talentos en el tejido, la cerámica, el
dibujo, la escritura, la cocina. Su fisonomía es hermosa- de piel morena y
cabellos lacios y negros, en el escrito de Tania se puede vislumbrar la fuerza
y la tristeza, la seguridad y la incertidumbre. Tania, como el resto de la
comunidad vive en condiciones muy precarias, las mujeres son las responsables
de velar por los hijos y los padres son casi siempre ausentes e irresponsables.”
Javier Naranjo añade: “Tania es la menor
de su casa (son cuatro hermanos), su mamá hace labores en el hogar y su papá
trabaja en una empresa productora de flores. En su vereda hay una
situación social y familiar complicada, pero también una sensibilidad estética
muy marcada para artes como el dibujo y el tejido. Es un núcleo de
población con características muy particulares. La vereda Lejos del
Nido es el nombre de una novela del escritor antioqueño Juan José Botero que
narra el robo de una niña blanca por parte de la familia Blandón, indígenas de
la vereda. En mala hora le han puesto este nombre que se convirtió en un
estigma para sus pobladores.”
En el libro Casa de las estrellas: el universo contado por lo niños (2009),
Javier Naranjo reunió brevísimas definiciones que hacen los niños de todo
aquello que los rodea. Un par de ejemplos: sobre la palabra “cuerpo”
escribieron “es en lo que nos ponemos la ropa” (Camila Mejía, 7 años), “los
cueros y los huesos (Gladys Velásquez, 9 años), “lo que lo maneja a uno”
(Andrés Felipe Bedoya, 8 años), “soporte de la cabeza” (Caty Duque, 11 años),
entre otros. Y sobre la palabra “dios”: “Dios y la muerte es uno” (Edison
Albeiro Henao, 7 años), “es una persona que nos maneja con control remoto como
si fuéramos sus esclavos” (Juan Esteban Ramírez, 9 años”, “es el amor con pelo
largo y poderes” (Ana Milena Hurtado, 5 años), “es una persona muy fuerte,
porque aguanta muchas cosas de todos los cristianos” (Edison Hidalgo, 12 años),
“Dios está muerto en el cielo. Es un hombre con una barba que está en pelota.” (Sebastián
Castro, 4 años), “es invisible y no sé más porque no he ido al cielo” (José
Piedrahíta, 3 años).
Pedí a Gloria y a Javier que me dijeran
en pocas palabras lo que significaba para ellos esta experiencia y lo hicieron
en este breve video sobre el Laboratorio del Espíritu.
Con Javier Naranjo y Gloria Bermúdez |
Llegar a
este lugar produce una sensación similar a descubrir una poza de agua fresca en
un oasis, luego de una larga travesía. Una escuela abandonada en medio de la
naturaleza, se convirtió en poco tiempo en un espacio de recreación y de
aprendizaje. Lo mismo llegan aquí
agricultores que aprenden a operar computadoras, como mujeres que desarrollan
su habilidad en el tejido o la cerámica. Hay talleres para todo gusto: de
lectura y escritura (Javier Naranjo), cuento (Orlanda Agudelo Mejía), cerámica (Blanca Lucia Arango Restrepo), gastronomía (Nora Elena Londoño Fernández y Manuela Acosta), tejido y estampación (Margarita Rosa Carder Vélez), origami (Asunción Estival
Yani), guitarra (Juan Felipe Restrepo Mesa), y cineclub (Fernando Hoyos Salazar).
Las instalaciones son sencillas pero impecablemente mantenidas y con todo lo
necesario: biblioteca y sala de computación, ludoteca para los niños (diseñada
como una moderna nave), auditorio y una cocina que despide aromas deliciosos.
Aunque es un oasis en muchos sentidos, el
Laboratorio del Espíritu no es un refugio para olvidar los problemas de la
población, sino que contribuye a reflexionar sobre ellos. Lo dice con lucidez
Luisa María Cano (9 años) una de las niñas que participa en los talleres de escritura:
“Caminar con los dedos es como caminar sobre el dolor”. Los pobladores, muchos
de ellos campesinos desplazados por la guerra, afirman: “no queremos salir del
campo, queremos aprender aquí”.
Los programas innovadores incluyen “La
Natillera”, un sistema de ahorro, “la escuela en bicicleta” que permite a los
niños llegar a las escuelas, los “niños investigadores”, ciclos de cine, y “Conocer
a Colombia para amarla”, que ha permitido llevar a niños a conocer el mar -que
no conocían- en el golfo de Morrosquillo. Esa experiencia está ilustrada en el
video No tuvimos tiempo sino de ser felices. A la fecha, 930 niños y niñas ya conocieron el mar.
El Laboratorio del Espíritu atrae muchos
espíritus creadores, que de manera voluntaria quieren aportar a la aventura de
creación y convivencia. Uno de ellos es la diseñadora Catalina Estrada,
colombiana radicada en Barcelona desde 1999. En su blog refiere su paso por el
Laboratorio del Espíritu y su trabajo de diseño basado en textos de los niños.
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Los libros son objetos
extraordinarios,
están dormidos
mientras alguien
no los despierte
conversando con ellos,
porque leer es
conversar.
— Javier Naranjo