Con Robert Graves en Deyá, Mallorca, julio de 1972 |
El gran poeta inglés Robert Graves nació
el 24 de julio de 1895 en Wimbledon, y murió el 7 de diciembre de 1985 en su propiedad
en la localidad de Deyá, donde yo lo visité hace exactamente cuatro décadas, a
fines de julio de 1972, cuando él acababa de cumplir 77 años de edad. Conservo
de esa ocasión un gratísimo recuerdo, porque yo que era apenas un aprendiz de
escritor, melenudo, barbado y desgarbado, fui recibido no solamente con
cortesía sino con interés por uno de los grandes autores de la lengua inglesa,
que me dedicó toda una tarde tranquila y sin interrupciones. Las fotos que tomé
entonces y las que nos tomó a ambos mi amigo boliviano, Carlos Patiño, que
vivía en Palma de Mallorca, son tesoros que guardo celosamente.
Sobre ese encuentro con el gigante
Graves, escribí un par de textos hace muchísimo tiempo. El mismo año que lo
visité se publicó en Ultima Hora (La Paz), el 15 de noviembre, “Una visita a
Robert Graves”, y en el mismo vespertino “Adiós a Robert Graves” a principios
de marzo de 1986, cuando supe que había fallecido.
Llegué a su casa en Deyá sin previa cita,
simplemente toqué la puerta con la seguridad de que me recibiría, cosas de la
juventud. Aparte de mi deseo de conocerlo, iba a armado de muy poco: aparte de
unos cuantos poemas en inglés, solamente había leído la extraordinaria
autobiografía Adiós a todo eso, donde
explica su decisión de dejar Inglaterra para siempre. No conocía aún Yo Claudio (1934), obra que iba a
catapultarlo a una fama mundial como “best seller” gracias a la adaptación que
hizo la BBC en 1976.
De la autobiografía de Graves retuve
datos curiosos, anecdóticos: a) peleado con los británicos, solamente hablaba
en confianza con aquellos que habían combatido junto a él durante la Primera
Guerra Mundial en las trincheras de Francia, donde fue herido de gravedad; b)
su primera mujer fue Nancy Nicholson, una feminista de los años 1920 con la que
tuvo dos hijas y dos hijos; c) no tocó un teléfono durante más de diez años,
desde que estuvo a punto de electrocutarse; d) no usaba reloj; e) fue profesor
en la Universidad de El Cairo en 1926; f) conoció a P. G. Woodehouse, Bertrand
Russell, Aldous Huxley, Ezra Pound, Thomas Hardy y T. E. Lawrence (el de
Arabia), sobre el que publicó una biografía en 1927; g) tenía el tabique nasal
desviado por los golpes recibidos en rugby y boxeo cuando era muy joven. Sin
duda, esta fue una autobiografía precoz, ya que la primera edición se publicó
en 1929, cuando apenas tenía 34 años.
Su nieta de 3 años notó mi presencia en la
puerta de la sencilla casa de piedra, y su hija Lucía, traductora de una parte
de la obra de Graves, me hizo pasar. De pronto me encontraba frente al poeta,
que me hacía notar que era la hora de su siesta y que no tenía mucho tiempo
porque al día siguiente salía de viaje a Hungría. Ese aviso me dio pie para
iniciar la conversación y preguntarle sobre sus viajes. Mencionó que había
estado recientemente en Rusia, Australia, Israel y Estados Unidos, pero que
este último no le gustaba: “Conozco Estados Unidos y no me gusta. No me gusta
Nixon. Me gusta McGovern. Me gustaban más los Kennedy. John era el mejor.”
Cuando le pregunté sobre los países que
conocía en América Latina, dijo que había estado en México: “Solamente México y
me gusta mucho. Es diferente a
todo.” Y añadió: “Me gustaría conocer Uruguay”. ¿Por qué?: “por la actividad que hay ahora…” Indagué si se
refería al movimiento de los Tupamaros y asintió: “Sí, los Tupamaros, todos los
que se oponen a la presencia de Nixon en Latinoamérica. Me gusta esa gente y no
me gustan los americanos”.
Le pregunté si no tenía planes de
escribir una continuación de su autobiografía, y respondió tajante: “Ya no
tengo nada que contar”. Sin embargo durante la conversación contó muchas cosas:
“Soy el único poeta que tiene dos medallas olímpicas, una me la dieron en 1944
y otra en México”. Su castellano era perfecto, aunque con un acento en el que
se mezclaban ecos del inglés, francés, alemán y mallorquín.
Para entonces había publicado ya 138
obras, “pero a veces me olvido, tengo una memoria pésima, no retengo nada. Hace
tiempo descubrí dos libros que no recordaba haberlos escrito”. Cuando dijo que
ese año, 1972, iban a publicarse dos libros nuevos en Londres, una novela y un
poemario, le pregunté si se consideraba más poeta que narrador. Se rascó la
cabeza en una actitud dubitativa antes de responder: “Uno nace poeta. Ser poeta
es algo que viene con uno. Luego he empezado a escribir a escribir novelas y
más tarde…”
Robert Graves y Alfonso Gumucio, Mallorca, 1972 |
De pronto miró a otro lado y señaló sobre
una repisa varios recipientes de vidrio, que me hicieron pensar en las frutas
en conserva que preparaba mi madre: “¿Frutas?” – me aventuré. Rió: “No,
aceitunas salvajes. Son aceitunas que salen después de que han caído las
normales. Son muy pequeñas y no se pueden comer así. Yo las preparo en forma
especial y tengo una fórmula que sólo yo conozco. Venga…” Me llevó al patio
trasero por la puerta de la cocina. Allí seguimos conversando a la sombra de un
enorme olivo.
De regreso me llevó a su estudio, otra
habitación repleta de libros y de objetos, donde distinguí muchas de sus obras.
Me mostró lo primero que publicó en su vida, un pequeño folleto de tapas rojas
con una docena de poemas adentro, pero no alcancé a leer ninguno porque me lo
quitó de las manos para mostrarme otro libro: “Este se subastó hace poco por
500 libras”.
Recorrí con la vista su estudio, un tanto
intimidado por lo que me rodeaba.
“Pero, ¿qué clase de periodista es usted? – me interpeló. “¿Por qué no
me pregunta lo que son estas cosas? Mire, esta es una piedra con cien millones
de años de antigüedad; la sacó mi hijo que trabaja en pozos de petróleo. Y
esta, una estatua fenicia. Y esto…” Siguió así durante unos minutos, mostrando referencias
de su trayectoria por la vida.
Robert Graves en Cracovia, 1974 |
La conversación giraba en torno a su obra
literaria, a su origen familiar, a sus proyectos, y se fue cerrando a medida
que avanzaba la tarde. Mencioné las escasez de su poesía en castellano, y
entonces Graves lanzó una afirmación tan categórica que me sorprendió: “No quiero
que mi poesía se traduzca al castellano y no se traducirá ¡NUNCA! La poesía es
intraducible. El único que podría traducirla soy yo pero no lo haré porque
pienso que mi poesía es imposible en castellano. Tal vez me atrevería al
catalán o al mallorquín porque se prestan más por sus equivalencias con el
inglés. El mallorquín es más puro que el catalán, preferiría el mallorquín en
todo caso”.
Por fortuna, en 1982, diez años más tarde,
una parte de su poesía se tradujo al castellano gracias a Claribel Alegría y
Darwin J. Flakoll. Este año de 2012, se termina de filmar la película The laureate, dirigida por William Nuñez, con Orlando Bloom en el papel de Robert Graves.
Después de despedirme y salir de la casa
me di cuenta de que había dejado mis lentes en el estudio. Su hija me los
trajo: “Mi padre ya está durmiendo la siesta. Si él hubiera visto sus lentes se
los habría metido en el bolsillo y usted no los vería más”.
Robert Graves es un gigante de la
literatura inglesa, al morir dejó un legado de más de 150 libros publicados,
entre ellos un centenar de poemarios, pero también ficción y ensayo. Conocerlo
durante una horas fue para el joven que yo era, como recibir un baldazo de
sabiduría y de modestia, suficiente para hacerme sentir tremendamente ignorante
de la literatura y de la vida.
__________________________
If there's no money in poetry, neither
is there poetry in money.
—Robert Graves