Mi última actividad profesional del año
2011 transcurrió en Puebla, la ciudad colonial mexicana al sureste de Ciudad de
México. Estuve allí como resultado de una amable conspiración orquestada por
cómplices en la comunicación, entre ellos Jesús Galindo, cuya profundidad de pensamiento
y versatilidad no dejan de sorprenderme cada vez que conozco más sobre él y su
trabajo.
Patricia Durán Bravo, Directora de la
Facultad de Ciencias de la Comunicación, Rosa Elba Domínguez, Víctor Meléndez y
otros colegas de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), me
invitaron a impartir, a mediados de diciembre, un seminario sobre comunicación
y cambio social para los profesores de la facultad. Fueron dos días
estimulantes por el diálogo que tuvimos sobre temas relacionados a la comunicación
para el desarrollo y al derecho a la comunicación.
La oportunidad de interactuar con colegas
de Puebla me permitió rescatar en el desván de la memoria una experiencia de
trabajo de la década de los 1980 en Cuetzalan del Progreso, en la sierra norte de Puebla,
donde trabajé en un proyecto de FAO con la Cooperativa Tosepan Titataniske,
productora de café y pimienta. En
ese entonces Cuetzalan era un lugar bastante aislado, y los indígenas nahuas
(siempre de impecable blanco a pesar de los 300 días de lluvia anuales) de las
cooperativas periféricas tenían un problema de información y comunicación con
la cooperativa central, por lo que implementamos un proyecto de “Noticiario” de
muy bajo costo. Las cosas han cambiado bastante en estas tres décadas, según me
contaron los profesores de la BUAP, algunos de los cuales han hecho trabajos de
investigación en esa misma zona montañosa.
Entre los profesores de la universidad
encontré un buen espíritu de equipo y una atmósfera con sabor a “nuevo”, quiero
decir, un espacio en construcción, que a diferencia de otros espacios
académicos que he conocido no está mediado por rencillas y mezquinas luchas por
el poder. En la BUAP se vive un ambiente de entusiasmo y creatividad que me
hizo sentir cómodo durante mi estadía. Cada uno de los profesores que conocí,
en su mayoría sumamente jóvenes, mantiene actividades que sin duda contribuyen
a que sus alumnos se sientan más estimulados.
Es el caso de Israel León O’Farrill,
quien mantiene una columna semanal en el diario La Jornada de Oriente, que es una de las nueve ediciones regionales
del matutino nacional. En su artículo del 23 de diciembre Israel escribió
precisamente sobre el seminario que tuvimos en Puebla. Su interés y
preocupación por el tema de la comunicación para el desarrollo se extiende en
un blog que alimenta cada semana con sus notas periodísticas en La Jornada y en El Popular, diario en el que escribe “Celuloide”, una columna sobre
cine.
La profesora Abril Celina me obsequió una
primera novela de su autoría, La
seducción del caracol, que leí y comenté en el número de enero de la revista
mexicana Replicante.
La novela es en algún sentido una
parábola sobre el derecho a la diferencia. El microcosmo sui generis de los personajes circenses (la mujer barbuda, el
enano, el hombre fuerte, la trapecista ciega, Madame Ilusión, la Tarantella de
cuatro brazos, los arlequines…) es una representación de la diversidad en la
sociedad -cultural, social e ideológica- que se enfrenta a los designios
autoritarios del poder y a la represión de los poderosos intolerantes,
representados por el “Senador vitalicio”, testaferro del “cacique
descontinuado”, quien “finalmente, logró sentarse en la silla más importante de
todas las sillas del poder, esas desde donde los traseros reposan los
juramentos públicos”.
En Puebla volví a ver a mi colega y amigo
José Manuel Ramos, quien lleva a la Facultad de Ciencias de la Comunicación una
de las trayectorias más completas por su conocimiento y compromiso con los
medios comunitarios. Con Pepe hemos coincidido varias veces en eventos
internacionales sobre comunicación y cambio social.
Este colectivo de profesores publica la
revista Metacomuniación, cuyo primer número (junio a diciembre de 2011), contiene
artículos científicos de Jesús Galindo Cáceres, de Mercedes Mercado, de Carlos
Vidales González y de Roberto Aguirre Fernández de Lara, además de ensayos y
reseñas de varios autores. Ojalá que el empeño colectivo permita mantener con
regularidad esta publicación, cuyo Comité Científico acepté integrar junto a
colegas que aprecio, como Jesús Galindo, Octavio Islas, Marta Rizo, Raúl
Fuentes Navarro, Sandra Massoni y Rafael Alberto Pérez. Estos dos últimos me precedieron en
Puebla en seminarios sobre comunicación estratégica.
En esta visita me tocó permanecer en la
parte nueva de la ciudad, lejos del casco antiguo, en una zona urbana de
desarrollo reciente que me dejó con la boca abierta. Fue como estar en otra Puebla,
completamente moderna y ajena a la tradición, pero con una personalidad propia,
muy fuerte.
La Facultad de Ciencias de la
Comunicación y la Facultad de Arte son las únicas que se encuentran en el nuevo
campus de la zona comercial llamada Angelópolis (quizás en referencia a Metrópolis de Fritz Lang). El campus
universitario está integrado, por su estilo y su cercanía, al Complejo Cultural
Universitario, donde la oferta de cultura es formidable y haría palidecer de
envidia a cualquier centro universitario del mundo: teatro, música,
exposiciones, etc. El centro cuenta con una formidable biblioteca, una buena
librería y varios restaurantes excelentes, como “La casa de los muñecos”, donde
comí con Patricia Durán y Jesús Galindo.
En la mañanas, desde la ventana de mi
habitación en el piso 23 del hotel podía ver La Malinche, el volcán más
cercano, y desde el lado opuesto los volcanes más emblemáticos de México, el Popocatépetl
(“la montaña que humea”) y el Iztaccíhuatl (“la mujer dormida”). Esas montañas
me daban la certeza de que sí estaba en Puebla de los Ángeles.