19 enero 2012

En casa de Buñuel


Volví a casa de Luis Buñuel treinta años más tarde, sólo que esta vez Jeanne no me abrió la puerta, ni él me invitó un vaso de whisky.

Tengo grabado en la memoria el episodio ocurrido en 1982 en Ciudad de México, un año antes de la muerte del cineasta, cuando en la Avenida Félix Cuevas, en la esquina de nuestro departamento, me crucé con él. Buñuel caminaba solo, su rostro con esos ojos saltones era inconfundible. Me acerqué para presentarme y en cuanto mencioné mi condición de cineasta boliviano sonrió y dijo que iba a contarme una anécdota que no se la había contado a nadie antes, porque era el primer boliviano que conocía. Me señaló su dirección en la Cerrada Félix Cuevas #27, donde vivía, a apenas dos cuadras de allí.

Al día siguiente dejé en su casa un par de libros míos que acababan de publicarse: la Historia del cine en Bolivia, primera investigación sobre el tema, y Bolivie, mi mirada sobre el país, que publicó en Francia la editorial Le Seuil. No pasó mucho tiempo antes de recibir una llamada de Jeanne Rucar, la esposa de Buñuel, para decirme que “Luis lo invita a tomar el té…” y añadiendo inmediatamente “sólo una media hora porque él no recibe mucha gente y está cansado” (o algo parecido).

Pasaporte mexicano de Buñuel
Estuvimos allí puntualmente, no llevé cámara para no parecer demasiado codicioso, ya era un regalo ser invitado por uno de mis directores de cine preferidos, cuyas películas disfruté durante mis años en París. Los planes de Jeanne de preservar la tranquila tarde del esposo no prosperaron, ya que Buñuel sacó una botella de whisky y las tazas de té quedaron relegadas a segundo plano.

De esa conversación, que al final duró varias horas, conservo apuntes en algún archivo, además de un artículo que publiqué en Excelsior pocos días después de la muerte de Buñuel el 29 de julio de 1983. Recuerdo que hablamos de cine (“nunca veo mis películas”, dijo), de Bolivia (le había interesado mi libro de la colección Petite Planete), y de los exilios (el suyo empezó en 1939 y duró hasta su muerte, más de cuatro décadas, el mío acababa de empezar en 1980 y no duraría mucho).

Entonces me contó la anécdota que “nunca había contado antes” porque yo era el primer boliviano que me atravesaba en su camino. Me dijo que estando exiliado y sin papeles en París, la única embajada que le ofreció un pasaporte para poder viajar fue la boliviana. “Fui ciudadano de Bolivia por un breve tiempo”, me dijo (cito de memoria), aunque nunca llegó a utilizar ese pasaporte. Nunca pude encontrar más datos para verificar ese relato.

Me pidió que lo acompañara a su dormitorio en el segundo piso de la casa, desprovisto de adornos y mobiliario, con apenas una cama pequeña. El lugar me dio la impresión de ser la celda de un monje. Me alcanzó un ejemplar de Mon dernier soupir, su autobiografía escrita en complicidad con Jean-Claude Carrière, su co-guionista y colaborador. Escribió una dedicatoria mientras me decía que acababan de llegarle los primeros ejemplares de París. La edición en castellano no se había aún publicado. Ese ejemplar que me regaló tuvo una vida corta, me lo robaron en Morelia días más tarde, en un maletín con mi equipo fotográfico. Sólo queda como testimonio un par de metros de film super 8 que mi amigo Luis Lupone filmó cuando le enseñé el libro.   

Cerrada de Félix Cuevas, No 27
Varias veces en esta nueva etapa en México regresé a la Cerrada Félix Cuevas para ver la fachada de la casa que construyó Buñuel, pero me topé siempre con una puerta cerrada y mucho silencio. Allí vivieron Jeanne y Luis 31 años, desde 1952 hasta su muerte en 1983 (Jeanne murió allí mismo en noviembre de 1994, a los 86 años). Nada hizo México durante tantos años por recuperar la casa. Por eso su apertura es ahora una buena noticia.

Es triste el trato que México da a quienes no han nacido en su territorio, aunque hayan vivido toda su vida en el país. Desde el progresista presidente Lázaro Cárdenas la política ha sido la de ser tierra de asilo y recibir tanto a republicanos españoles, a campesinos guatemaltecos como a intelectuales que huyeron de las dictaduras del cono sur de América Latina, pero lo cierto es que el chauvinismo se lee siempre entre líneas. Buñuel se naturalizó mexicano en 1949, pero nunca fue asumido como connacional, de la misma manera que no lo fue el más importante historiador del cine mexicano, Emilio García Riera, también nacido en España. Emilio me decía con cierta amargura en esos primeros años de los 1980, que a pesar de haber vivido más de cinco décadas en México, lo seguían considerando español.

Luego de muchos años de abandono, y gracias a la inversión de la cooperación española (y no del gobierno mexicano como tendría que haber sido ya que el cineasta realizó en México 20 de sus 37 películas, de 1947 a 1965), la casa en la que vivió Luis Buñuel vuelve a abrir sus puertas, esta vez a todos, convertida en lugar de exposiciones y encuentros. Los jerarcas de la burocracia cultural mexicana estuvieron en primera fila para celebrar la ocasión con sendos discursos.

La cena de los mendigos en Viridiana
La fecha escogida para inaugurar el espacio dedicado a Buñuel es emblemática: se cumplen los 50 años del estreno de una de sus películas más significativas: Viridiana. Recordemos brevemente la biografía de Viridiana, la primera película que pudo hacer en la España franquista luego de 22 años de exilio en México. Esta parábola interpretada por la mexicana Silvia Pinal y los actores españoles Fernando Rey y Francisco Rabal, fue una bofetada a la censura española, que al autorizar el guión original no se percató que Buñuel, a través de la ironía y los símbolos, iba a filmar una ácida crítica de la iglesia católica, jugando en doble sentido con temas como la culpa, el castigo, la expiación, la perversión. Es famosa la secuencia de la última cena donde una docena de mendigos representan a los apóstoles del relato bíblico.

Palma de Oro, 1961
No queda nada del mobiliario original en la casa, pero se ha hecho el esfuerzo de reunir en vitrinas muchos documentos sobre la prohibición de la película en España, el guión con las anotaciones de Buñuel, abundantes fotografías, y algunos objetos, como el abrigo que utilizó Paco Rabal en Viridiana y la Palma de Oro que obtuvo la película en el Festival de Cannes 1961, donde Jean Giono era Presidente del Jurado, lo cual no es un dato menor. 

Guión de Viridiana
En una sala, teléfonos de los años 1960, de colores diferentes, y pantallas de televisión señalan las obsesiones de la filmografía de Buñuel. El teléfono rojo es para el erotismo  y la pantalla correspondiente muestra secuencias de “piernas”, “zapatos”, “manzanas”; el morado nos remite a la religión con subtemas como “hábitos”, “cruces”, y “muerte”; el teléfono amarillo se refiere a la violencia, con subtemas como “armas blancas”, “armas de fuego” y “reyertas”. En cada caso, en las pantallas aparecen escenas de películas donde esos temas obsesivos destacan, y a través del teléfono se puede escuchar el sonido de la escena. 


Piernas, zapatos, manzanas...
Una magnífica página web Viridiana 50 que ha sido creada para acompañar la exposición, y dice mucho del esfuerzo que se ha realizado. Contiene reproducciones de los documentos originales, abundante información sobre la vida del cineasta y sus películas, entrevistas recientes con Silvia Pinal, Carlos Saura, Jean Claude Carrière y su hijo Juan Luis Buñuel.   

En el jardín, a lo largo del muro perimetral de la casa, más de 20 grandes paneles con fotos y datos biográficos resumen la vida de Buñuel desde su nacimiento hasta su muerte. Hay fotografías poco conocidas, que salen de los archivos personales de Jean Claude Carrière y de otros amigos. 

Luis Buñuel y Carlos Fuentes
En este jardín se reunía Buñuel todos los viernes a conversar con Carlos Fuentes, quien recuerda siempre los “bueñueloni”, trago de Martini que Don Luis solía preparar y que “te emborrachaban en cinco minutos”. Otras fotos lo muestran con André Breton, García Lorca, Salvador Dalí, Gabriel Figueroa, Carlos Saura, Hitchcock, entre otros. 

 





Yapa: