02 agosto 2011

Víctor Paz Estenssoro y mi padre

Alfonso Gumucio Reyes y Victor Paz Estenssoro en 1973
Este 3 de agosto mi padre habría cumplido 97 años de edad. Murió en La Paz el 17 de octubre de 1981, cuando yo no podía regresar por la gracia de una dictadura grotesca. Quiero recordar en este aniversario la amistad que tuvo con mi padre Víctor Paz Estenssoro, relación que iba más allá de la política, estaba por encima de ella. El momento más difícil por la que atravesó fue sin duda en 1971, cuando Paz Estenssoro regresó del exilio montado en la cresta de un golpe militar fraguado por el Coronel Hugo Bánzer Suárez.

Fue entonces que mi padre decidió apartarse del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) y de la militancia política. Al propio Paz Estenssoro no le fue bien en su alianza con la dictadura banzerista, aunque logró su objetivo de devolver al MNR al escenario político.

Luego de haberlo visitado en el exilio, en una casa en Callao, cerca de Lima, mi padre había dejado de ver a Paz Estenssoro durante algún tiempo, hasta que se reunieron de nuevo en La Paz en 1973. Estuve con ellos y los fotografié mientras conversaban.

En mayo de 1985, Eduardo Ascarrunz tuvo una conversación con Víctor Paz Estenssoro, en la que ambos recordaron a mi padre, casi cinco años después de su muerte.  Cito textualmente unos párrafos de su libro Palabra de Paz, que comenté hace algún tiempo en el No. 69 de “Nueva Crónica y Buen Gobierno”.

“¿De sus amigos de aquellos años, a cual de ellos quisiera tener a su lado?”

“A Alfonso Gumucio Reyes” –repuso sin dudar un instante. “Un hombre íntegro, puro, de una calidad humana increíble. Cómo no quisiera tenerlo al Flaco Gumucio aquí” –miró la silla vacía contigua a la mía; conmovido evocaba al amigo perdido como si ahora estuviera ahí mismo. Dejé que el desahogo se haga solo en sus recuerdos-: “En abril del 52, en Buenos Aires, seguíamos los acontecimientos conjeturando, haciendo cálculos entre el triunfo y la derrota. Alfonso nos miraba incrédulo. Su mente estaba en otra cosa. ‘Pobre gente, cómo nos estamos matando, pobre país el nuestro’, decía con la patria doliéndole en el alma. Luego, en pleno festejo, nos hacía aterrizar: ‘Ya deberíamos tener un plan para los primeros meses, dejemos de embriagarnos con la victoria’, decía. A mi lado, en el avión que nos trajo, no dejaba de anotar ideas para el discurso”.

Paz Estenssoro y Gumucio Reyes
Sobrecogido, don Víctor describía a un visionario que desde la presidencia de la Corporación Boliviana de Fomento (CBF) levantó el puente más formidable que jamás haya levantado la ingeniería del espíritu humano; el puente entre el olvido (centenario) y la utopía (posible): el que liga al oriente al resto de un país diverso y único. Soñando/haciendo Alfonso Gumucio Reyes terminó con la exclusión del más vasto territorio y la más desperdigada comunidad boliviana mediante una vía troncal nacional conectada a una red caminera interna. Hijo de una estirpe de “magos” hizo del pajonal de Guabirá un ingenio azucarero, y de unas tierras magras, plantaciones de arroz para autoabastecer al país, gracias a 600 familias japonesas diestras en el cultivo, venidas de Okinawa después del horror de la II Guerra Mundial.

“Todo lo que es Santa Cruz se lo debe a él” –decía el Dr. Paz. “Mientras asignábamos dos o tres millones de dólares para potenciar YPFB, imagínese, el Flaco exigía 40 millones para concluir la carretera Cochabamba-Santa Cruz e iniciar la vertebración caminera y el desarrollo cruceño. Era un autodidacta, pero hablaba de igual a igual con los ingenieros, les observaba hasta los cálculos para soportar un puente. Era un peligro, un loco: proponía, hacía proyectos, conseguía el financiamiento externo y ejecutaba el plan. No se podía hablar de un proyecto grande o chico delante de él; a las semanas ya estaba con el estudio final”.

Paz Estenssoro, Gumucio Reyes y Ramiro Villarroel Claure en 1963
En 1953 Alfonso Gumucio Reyes dejó pasmado al país con otro pase mágico de locura: 150 vaquillas y 10 toros de ganado cebú (importados del Brasil) cruzaban su sangre noble con 600 vacas y 10 toros criollos arreados de Santa Cruz a Reyes, dando origen al despegue de la ganadería beniana y cruceña. Don Víctor ilustró la hazaña citando de memoria una crónica de época: “Cuando el plan se conoció, toda Santa Cruz rió a mandíbula batiente: ‘Qué zonzo el colla Gumucio’, decían, ‘¿qué sabe de los peligros que le esperan? De acá a Reyes hay 1.200 kilómetros de pampa tórrida, selva virgen y tierra despoblada. A Reyes va a llegar apenas el 10 por ciento del ganado. Para correr el riesgo del cruce con ganado cebú de difícil manejo, a un costo de decenas de millones de cruzeiros, el colla tiene que haber perdido la cabeza'. Pero de las 610 reses que salieron de Puerto Pailas, 605 llegaron a destino, flacas pero en buenas condiciones, junto a 82 ternero sanos nacidos en el trayecto”.

-Así era el Flaco, genial, noble y honesto, sobre todo. ¿Y sabe usted cómo murió?: solo y enfermo.  Con sus hijos lejos en su último tiempo. ¡Pobre! en una casita alquilada, el hombre que más plata manejó en este país en función de gobierno. Usted no sabe cómo fueron sus últimos días, Eduardo. (...)

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Visité por última vez al Dr. Paz Estenssoro en su casa en San Luis, Tarija, pocos meses antes de su muerte.  No me permitió grabarlo ni filmarlo, pero tomé algunas notas de lo que dijo sobre mi padre: “Bolivia le debe al flaco Gumucio más que a nadie”; “tu padre fue el autor del desarrollo del Norte de Santa Cruz, de Alto Beni, el oriente del país; es difícil decir cual fue su mayor obra, pues lo que destaca es su concepción integral del desarrollo”.