22 agosto 2011

Fulvio y el águila real

No hay símbolo nacional más poderoso en México, que el águila real, icono del poder político desde tiempos de los caballeros aztecas. El águila real está representada en la cerámica y la piedra labrada prehispánica, como lo está también en el centro mismo de la bandera mexicana. 

Aparece en piezas prehispánicas como las figuras de caballeros águila, y también durante el periodo novohispano y republicano en alegorías, monedas, cajas de cigarros, logos y sellos en documentos oficiales, esculturas, pistoleras, espadas, medallas conmemorativas, escudos, medallones, punzones, cómics, tatuajes e indumentaria.

Está labrada en el carruaje de gala del Emperador Maximiliano de Habsburgo, fusilado en 1867 y en un sillón presidencial de 1868, que más que sillón es un ostentoso trono; está impresa en la vajilla de los presidentes, se transparenta en los vitrales del Castillo de Chapultepec, aparece bordada en un pendón fechado entre 1857 y 1861, esculpida en la fachada del Palacio Nacional o pintada en murales de Diego Rivera y de José Clemente Orozco. El águila real está por todas partes en México, a veces encaramada sobre un nopal y a veces con una serpiente en el pico y las garras. 

El águila no solamente ha sido el símbolo de México  a través de sus culturas y periodos políticos, sino también de otras grandes civilizaciones de la humanidad, los griegos, los romanos, el imperio austro-húngaro, entre otros.

Lamentablemente en México sobreviven muy pocos ejemplares, quedan unas 70 parejas del águila real. Cierto, nunca hubo tantas como en Estados Unidos y Canadá; los pocos nidos que se han identificado en México están en el norte del país y con la expansión de la ganadería han sido víctimas de campañas de exterminio. 
Ahora, la fotografía de mi amigo Fulvio Eccardi va al rescate de este símbolo vivo. Cuarenta fotografías de gran formato muestran el hábitat y la naturaleza propia a esta ave majestuosa e imponente. Fulvio trabajó durante tres años en el sur de Zacatecas y en el norte de Jalisco, para lograr las imágenes que son parte de la exposición y del libro sobre el águila real.
La muestra está dividida en siete temas: “Descubrir al águila real”, “Nace un mito”, “Lecturas de una historia”, “Entorno y patrimonio”, “Maestra del vuelo”, “Presencia en la cultura popular” y “Rescate del símbolo vivo”. Además de las fotografías se incluyen múltiples objetos de valor histórico con representaciones del águila real, y pinturas de Carmen Parra. 
La exposición estuvo durante cinco meses en el Alcázar de Chapultepec, en Ciudad de México, y fue vista por 268 mil personas. Luego se trasladó a Oaxaca, donde se exhibe con un arreglo museográfico formidable, en el espacio del Centro Cultural Santo Domingo, uno de los museos más hermosos de México, cuyos jardines de cactus han sido diseñados por Francisco Toledo, el gran pintor oaxaqueño. 


Me ha dado mucho gusto regresar a Oaxaca con motivo de la muestra de Fulvio, y recorrer esa ciudad atractiva, renovada con sus calles peatonales y sus edificios emblemáticos recientemente restaurados.  A pesar de los agudos conflictos sociales que ha vivido en los últimos años, Oaxaca es un espacio de color y música, más aún en los días cercanos a la gran fiesta de la Guelaguetza. 


El águila real tiene características únicas, dice Fulvio Eccardi, quien además de fotógrafo es biólogo: “el águila real tiene la mejor vista del planeta, es como si nosotros pudiéramos leer un periódico a cien metros; puede enfocar con sus ojos dos lugares al mismo tiempo; los seres humanos tenemos en la retina unas 200 mil células visivas por milímetro cuadrado, las águilas más de un millón; el águila real se puede elevar en 45 segundos a 1.500 metros, y se deja caer sobre sus presas a una velocidad de 200 kilómetros por hora…”

Fulvio es de origen italiano y ha vivido en México toda una vida, y conoce la naturaleza del país mejor que la gran mayoría de los mexicanos, pues lo ha recorrido de punta a canto para fotografiarlo. Su archivo consta de aproximadamente 500 mil imágenes; es el primero que logró fotografiar en los años 1980 al huidizo quetzal, y para lograrlo tuvo que permanecer durante varias semanas en una carpa bajo la lluvia persistente que caía en El Triunfo, el bosque tropical húmedo en Chiapas.

Los magníficos libros de fotografía de Fulvio se van sumando desde hace más de dos décadas.  Cada uno es un proyecto extenso, complejo, al que Fulvio le dedica todo su energía. El libro Águila Real: símbolo vivo de México no es sino el más reciente.  Antes publicó Tierra del quetzal y del jaguar (1988); Las aves de México (1989); Il caffé, territori e diversitá (en 2002 la edición en inglés, 2003 portugués, 2005 japonés, 2006 hebreo, 2007 ruso, y 2011 chino); Animales de México en peligro de extinción (2003); México naturaleza viva (2003); México, valor de origen (2006); Tierra mexicana (2007); Biodiversidad y consumo responsable (2008); El Triunfo, la tierra de una leyenda viviente (2008), Ciudad de México (2009).

Sus exposiciones en México y en otros países se multiplican. He visto algunas, por ejemplo el año 2003 “México naturaleza viva”, 150 fotografías de gran formato sobre la diversidad de fauna y flora en México, colocadas en las rejas de Chapultepec, la galería abierta más extensa de Ciudad de México.  

Por todo lo anterior, volver a verme con Fulvio Eccardi y visitar su más reciente muestra fotográfica sobre el ave emblema de México, es un placer por doble partida. Conozco a Fulvio desde hace 30 años.  Ambos participábamos entonces en el circuito internacional de redes y festivales de cine Super 8, cuando el video era todavía un kleenex para echar a la basura, mientras que el cine, el celuloide, era lo que contaba. El cine Super 8 otorgaba un sello de nobleza a quienes no podían acceder a los costos de hacer cine en 16 mm o en 35 mm. Todo eso ha cambiado desde entonces.


Cuando llegué como refugiado a México a raíz del golpe militar de García Meza, Fulvio me prestó su nido en la calle Secreto número 4, en el antiguo pueblito empedrado de Chimalistac, uno de los barrios más íntimos de la gigantesca capital mexicana. Era un ambiente muy pequeño, con un segundo nivel abierto, tipo balcón, donde solamente había la cama. Ese estrecho lugar fue un espacio de solaz y de aventura para mí durante el tiempo que lo disfruté.  

Recuerdo que escribí textos para algunos reportajes fotográficos sobre los monasterios en Bucovina y Moldavia (Rumania), que Fulvio publicó en la revista Geografía Universal. Nos veíamos poco, nuestra amistad es una historia de curiosos desencuentros, pues cuando yo estaba en Ciudad de México él andaba escondido en la selva húmeda de El Triunfo o solitario en medio de 300 mil pájaros en una isla de Baja California. Nuestro contacto ocasional se producía gracias a la casilla de correo que compartíamos en San Ángel. Después de regresar a Bolivia en 1986 coincidimos alguna vez en New York, gracias a Tony Suárez que aún vivía allí, pero luego dejamos de vernos durante un par de décadas: gracias al águila real podemos seguir construyendo esta larga amistad.