16 agosto 2011

Profundidad de la memoria


Los libros viajan con extraordinaria lentitud, al menos aquellos que uno espera con impaciencia. En esta época de mensajes que circulan a la velocidad de la luz, los libros impresos son el equivalente de los veleros o los barcos de vapor, que toman su tiempo para llegar a buen puerto.

Es el caso de Profundidad de la memoria, antología de cuentos bolivianos contemporáneos compilada y prologada por Gaby Vallejo Canedo, que publicó la editorial Monte Ávila el año 2009, en Venezuela, pero que ha llegado a mis manos recién hace unas semanas, y no por cortesía de los editores, sino de mi colega Morelis Gonzalo, de la Universidad de Zulia.

La edición del libro es parte del “Plan Revolucionario de Lectura”, un proyecto ambicioso del Gobierno Bolivariano de Venezuela, que tiene el objetivo de ofrecer a la población millones de ejemplares de libros a un costo muy bajo. El plan cuenta con una gigantesca imprenta, “la más grande de América Latina después de la de Cuba”, según las noticias, capaz de producir anualmente 25 millones de ejemplares de libros, folletos y textos de estudio. No sabemos cuanto de esto es cierto y sostenible, pero sí sabemos que este libro en particular adolece de numerosas fallas de edición. 

Gaby Vallejo Canedo, a quien conozco hace muchos años, es narradora con una veintena de obras en su prontuario, entre ellas las novelas Los vulnerables (1974), Hijo de opa (1977), La sierpe empieza en cola (1991), Encuentra tu ángel y tu demonio (1998), Ruta obligada (2008), y varios libros de cuentos para niños. Es una escritora muy activa en redes bolivianas e internacionales, y ha sido presidenta de la filial boliviana de PEN Internacional.

En la antología se han dado cita 24 narradores convocados por la compiladora, nueve son mujeres. Figuran lado a lado escritores de tres generaciones, todos ellos reconocidos dentro de Bolivia y algunos internacionalmente. Adolfo Cáceres Romero, Renato Parada Oropeza, Raúl Teixidó, Giancarla de Quiroga, Néstor Taboada Terán y la propia Gaby Vallejo Canedo, alternan con la generación que los sigue, la de Homero Carvalho, Marcela Gutiérrez, Gonzalo Lema, Edmundo Paz Soldán, Ramón Rocha Monroy, Manuel Vargas y César Verdúguez, y estos con otros más jóvenes. Como en cualquier antología, no están todos los que son, pero esa decisión es un privilegio de cada compilador.

Gaby escogió para su antología mi cuento Interior mina, que ha tenido una larga trayectoria desde que nació. El cuento, que narra un episodio de la represión en las minas durante la dictadura del General René Barrientos, obtuvo una mención en el Concurso Internacional ‘La palabra y el hombre’, de la Universidad Veracruzana (México), en 1977, y se publicó por primera vez en “La palabra y el hombre”, revista emblemática de esa universidad.

Raquel Montenegro lo incluyó en Cuentos bolivianos. Antología para gente joven, que publicó Alfaguara en 1996. Luego el texto fue seleccionado por Sandra Reyes en su antología  Oblivion and Stone: A Selection of Contemporary Bolivian Poetry and Fiction”, que la Universidad de Arkansas publicó en 1998, en una traducción de John Du Val y Gastón Fernandez-Torriente.  También lo escogió Víctor Montoya para su antología El niño en el cuento boliviano, que salió en Suecia un año después, en 1999. 

Decíamos antes que el esfuerzo de realizar esta antología de 380 páginas se vio empañado por los problemas de gestión en la editorial Monte Avila, que ahora es empresa estatal. El libro tiene numerosas fallas y problemas de diseño, y la distribución es sumamente precaria a pesar de los 4.000 ejemplares con que cuenta la primera edición. Uno de los errores garrafales es la exclusión del cuento de Raúl Rivadeneira, aunque es mencionado en el prólogo. En cambio, aparece un cuento de José Antonio Valdivia, que no es mencionado en las páginas introductorias de la antología.

La circulación del libro parece limitarse a una parte del territorio venezolano. La compiladora de la antología recibió apenas unos cuantos ejemplares, y los autores incluidos en el libro tuvieron que hacer malabarismos para conseguir ejemplares en Venezuela, puesto que Monte Ávila ya no tiene una circulación latinoamericana que tuvo en sus buenos tiempos.