“Sous les paves, la plage”…. O sea, debajo de los adoquines está la playa. Nada define mejor la revuelta de estudiantes parisinos en mayo de 1968 que este grafiti que expresó un anhelo colectivo: descubrir la libertad debajo de los moldes estrechos en que vegetaba la sociedad francesa. Ya lo había sentenciado pocas semanas antes (el 15 de marzo) el columnista de Le Monde, Pierre Viansson-Ponté: “La France s’ennuie”… Francia se aburre… porque la mediocridad de la vida cotidiana la había convertido en una sociedad sin sueños, estancada en glorias pasadas que no tenían ni brillo ni vigencia. Apáticos, indolentes y cerrados sobre sí mismos, los franceses necesitaban un buen sacudón.
Los estudiantes no hicieron la revolución, pero montaron el escenario de un acto de comunicación estrepitoso, capaz de sacudir la conciencia de una generación, mi generación. Yo no viví en Paris durante mayo de 1968, sino en Bolivia, donde acabábamos de perder al Ché. Podría explicarse la revuelta de estudiantes sin el sacrificio del Ché? Probablemente no.
Cuando llegué a Paris en 1972, medio exiliado de Bánzer, el aroma de la playa seguía impregnando los muros. Los grafiti habían sido borrados, los afiches artesanales, hechos en serigrafía, eran ya objeto de colección (tengo uno, de hecho), pero lo que no habían podido borrar era el espíritu de cambio. La vida había cambiado para una generación que abrazaba las grandes causas de libertad y los valores humanos esenciales. Tuve la suerte de vivir ese ambiente mientras estudiaba en las universidades de Nanterre y de Vincennes. De la primera habían salido los soñadores revoltosos, y la segunda había sido creada para concentrarlos en las afueras de París.
Para quienes tuvimos el privilegio estar allí en esos años, este aniversario es importante. Somos 40 años más viejos, pero quizás no tan viejos gracias, precisamente, a mayo de 1968.