La obra de Maurits Cornelis Escher (1898-1972) o simplemente Escher, la conocemos todos. Es imposible no haberse topado con ella en la vida. Las estructuras imposibles de Escher, las escaleras que suben pero bajan simultáneamente, las ilusiones ópticas, los grabados con propuestas simétricas perfectas, los acertijos visuales que desarrolló a lo largo de su carrera artística, son una referencia original, única, diferente.
Por ello, cuando visité hace poco el museo que un par de años atrás se abrió en el Palacio Het en La Haya, me sentí recompensado. Casi toda la obra de Escher en un solo lugar. Claro, esto no es tan difícil, ya que aparte de los cerca de dos mil dibujos y bocetos, y algunos proyectos especiales, lo más representativo de la obra de Escher está conformada por 448 grabados.
Pocos como él han llevado el arte del grabado a ese grado de perfección. Sus grabados en madera y sus litografías son sencillamente extraordinarias por su pericia técnica, que le permite al artista representar incluso superficies de objetos translúcidos, charcos de agua, espejos o bolas de cristal. Pero lo más cautivante en esa extensa obra es, además de la pericia técnica, el vuelo de la imaginación, la capacidad de proyectar los sueños y de proyectar cálculos matemáticos en forma de bellas composiciones de arte.
Escher empezó su actividad como grabador interpretando la naturaleza y los paisajes urbanos. Le interesaban las estructuras con profundidad, desde la geometría de una palmera, la intricada trama de una hoja con una gota de agua o la delicada estructura de una flor diente de león (blowball), hasta la arquitectura monumental y los paisajes escarpados de Italia. Fue efectivamente en Italia donde encontró inspiración en los primeros años aventureros, dibujando y grabando las torres de San Gimignano, el paisaje urbano de Amalfi o Calabria.
En una segunda etapa muestra fascinación por la geometría y sobre todo la simetría. En La Alambra de Granada lamenta que el islamismo no haya incorporado en su arte figuras humanas. El lo hace en sus simetrías, y a partir de ellas se lanza a sí mismo un mayor desafío: las metamorfosis. Desde 1938 afirma que quiere expresar su creatividad y su imaginación. Sus grabados alzan vuelo como las aves que sobrevuelan ese paisaje a la vez diurno y nocturno.
Y luego, la etapa más lúdica pero a la vez profundamente científica de su arte: las ilusiones ópticas, las transparencias, las escaleras infinitas, los espejos. El mundo de Escher nos envuelve porque nos proyecta a una dimensión fantástica.