El 22 de marzo de 1980, 27 años atrás, el sacerdote jesuita Luis Espinal fue secuestrado, torturado y asesinado salvajemente en La Paz. Los asesinos siguen libres y sus nombres son conocidos, pero no se ha hecho justicia hasta ahora.
Cada año al llegar estas fechas armo en mi memoria los fragmentos que reconstruyen mi relación de amistad y de trabajo con Lucho Espinal, que se remonta a 1969. El había llegado un año antes a Bolivia, y además de escribir comentarios cinematográficos, ofrecía talleres de cine. Sabía convocar la atención de sus alumnos, hablaba muy bien y además utilizaba una colección de diapositivas que había armado pacientemente. Diez años después ambos dábamos clases en el Taller de Cine de la Universidad Mayor de San Andrés, y yo tenía la desventaja de enfrentar a los alumnos cuando él terminaba de dar su clase. Por comparación, yo hacía un triste papel.
La actividad de Lucho era enorme. Escribía guiones para documentales mientras en la televisión estatal (no había canales privados) mantenía dos programas sobre cine y uno, muy importante, sobre temas sociales: En Carne Viva, una reiteración de aquel programa que antes dirigió en la televisión española hasta que lo expulsaron: Cuestión Urgente. En Bolivia, como antes en España, tuvo que enfrentarse a la censura. He descrito en detalle su actividad como cineasta y crítico cinematográfico en Luis Espinal y el Cine (un libro que debió publicarse en 1980, pero por el golpe de García Meza se postergó hasta 1986).
De todas las fotos que tomé en las que aparece Lucho, la que más quiero y sin duda la mejor de todas es aquella en la que su rostro aparece confundido en medio de un mar de otros rostros durante una manifestación de la COB en enero de 1979. Como he dicho en un poema, esa foto lo define "de cuerpo entero".
El día que Jaime Balcázar me dio la noticia nos preparábamos para asistir en Managua al lanzamiento de la gran Cruzada de Alfabetización sandinista. El país entero se movilizaba con alegría y entusiasmo para generar durante los siete meses siguientes una transformación histórica. Mientras estaba en la tribuna de la Plaza de la Revolución, frente a la catedral de Managua cuarteada por el terremoto de 1972, mirando a miles de entusiastas brigadistas que entonaban canciones y se preparaban para dirigirse a los rincones más apartados de Nicaragua, pensaba que Luis Espinal estaba allí con todos nosotros.