12 noviembre 2016

Planeta llamado Bolivia

Tengo una larga historia de trabajo relacionada a la comunicación y al medio ambiente. Mucho antes de que este fuera un tema de manejo cotidiano en los medios de información, participé en una verdadera batalla campal para hacer que los periodistas de Bolivia (y de otros países) se sensibilizaran sobre el tema.

Si bien la Ley del Medio Ambiente se aprobó en 1992, ya a mediados de 1985 hubo medidas vinculadas a las políticas de conservación y desarrollo, que fueron agriamente criticadas por periodistas que no estaban aún preparados para comprender su importancia porque anteponían su posición política a las necesidades del país.

Durante el último gobierno de Paz Estenssoro (1985-1989), Bolivia firmó con sus acreedores un acuerdo de “deuda por naturaleza” similar al que había firmado antes Costa Rica, país pionero en la defensa de su naturaleza. Este tipo de acuerdos consistían en que las instituciones acreedoras condonaban la deuda de Bolivia a condición de que el país preservara áreas protegidas.

Se vivía en ese momento una aguda oposición a Paz Estenssoro quien tomó medidas drásticas, con un costo social alto, para parar en seco la hiperinflación y el desmoronamiento económico del país. Quienes no han vivido esos años no pueden siquiera imaginarse que el dinero que uno recibía en la mañana valía la mitad en la tarde, y que los billetes ya no se contaban, se pesaban por kilos.

Me pareció importante que Bolivia decidiera aliviar su deuda externa a través de una medida innovadora que era en ese momento duramente criticada por periodistas, entre ellos mi colega “Chichi” Soliz Rada, quien afirmaba que se trataba de una maniobra de la CIA y de Chile para quedarse con territorio boliviano. La casualidad hacía que Conservation International, la ONG internacional promotora de estos acuerdos, tenía (y tiene todavía) su sede en Washington, y que su vice-presidente era Guillermo Mann, un ambientalista chileno, por lo que las teorías conspirativas caían en terreno bien abonado.

En ese contexto tan polarizado publiqué un artículo favorable al acuerdo de “deuda por naturaleza” porque independientemente de mi posición crítica a las medidas de alto costo social del gobierno, me parecía una medida inteligente y favorable al país.  Mi artículo sorprendió porque en ese momento ni siquiera la Liga de Defensa del Medio Ambiente (LIDEMA), una red de ONG ecologistas, había tenido el valor de defender públicamente la medida.

Fui contactado por la oficina de Conservación Internacional en Bolivia que primero me pidió permiso para publicar mi artículo en una página solicitada. Les dije que no tenía ninguna objeción. Volvieron a contactarme más adelante para pedirme que elaborara para ellos y para LIDEMA una estrategia de comunicación, cosa que hice luego de conocer mejor el trabajo que realizaban, visitar a las instituciones que eran parte de LIDEMA, y hacer una visita muy enriquecedora a la Estación Biológica del Beni, cerca de San Borja, donde se discutían los planes de manejo de bosques, para ponerles límites a las empresas madereras que estaban acabando con la mara.

Una de las actividades que sugerí en la estrategia fue un seminario internacional para periodistas, que se realizó del 19 al 21 de enero de 1989 en el local de la Asociación de Periodistas en Mallasa. Coordiné el evento con  mi colega René López Murillo.

Entre los ponentes nacionales estaban especialistas Mario Baudoin, Carlos Arze Landívar, María Teresa Ortiz, Elvira Salinas, Carmen Miranda y el periodista Carlos D. Mesa. Recogí su intervención y las otras de expositores peruanos como Carlos Ponce, Bárbara D’Achille y Carlos Herz en el libro Conservación, desarrollo y comunicación (1990) publicado por Conservación Internacional, Lidema y la Asociación de Periodistas, uno de los primeros libros sobre temas ambientales publicado en Bolivia. A partir de ese momento, la actitud de muchos periodistas bolivianos empezó a cambiar gracias a una mejor comprensión de los temas ambientales.

Ahora regresemos a 2016, aquí y ahora, porque quiero comentar una iniciativa inteligente y lograda con belleza: cinco documentales de 18 a 25 minutos sobre la situación ambiental de Bolivia, bajo el título genérico del primero de los programas: Planeta Bolivia.  Sus fines son educativos y de sensibilización de la ciudadanía en general. En las primeras semanas de difusión, ha alcanzado innumerables escuelas en el país y además está disponible en línea.

Marcos Loayza durante la filmación de Planeta Bolivia
El proyecto es el resultado de una suma de voluntades. Por una parte de quienes han capitaneado la idea: Carlos D. Mesa, Ramiro Molina Barrios y Juan Carlos Enríquez Uría. Por otra el realizador Marcos Loayza que aseguró la calidad estética de la producción, con su equipo técnico. Finalmente, los auspiciadores que pusieron los recursos económicos: la Corporación Andina de Fomento (CAF), el Banco Mundial (BM), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), la Cooperación Suiza y el Banco FIE.

Esperemos que la CAF, el BM y el BID adquieran un compromiso con el medio ambiente que vaya más allá del financiamiento de esta serie, pues no basta la sensibilización de la población, son las políticas de Estado las que definen el modelo de desarrollo.


Desde los primeros minutos de Planeta Bolivia el estilo narrativo es contundente. En lugar de didácticos comentarios en off que caracterizan a muchos documentales en los que la voz del locutor es una distracción, los autores optaron por una forma expresiva contundente y a la vez sencilla: imagen y música.

Con la hermosa fotografía de Alejandro Loayza Grisi y la música de José Carlos Auza estos documentales no necesitan comentario en off porque el contrapunto de imagen y sonido es por demás elocuente. Las imágenes aéreas son bellas. Del amanecer al anochecer nuestro país es un planeta casi completo (falta el mar), un jardín de sorpresas. Los drones y avionetas de las escenas aéreas y el uso de time lapse en la edición tienen un efecto mágico porque revelan los mecanismos de transformación de la naturaleza. El estilo me recuerda Powaqqatsi (1988) y Koyaanisqatsi (1982) –con esta última tuve algo que ver- los hermosos largometrajes de Godfrey Reggio, con música de Philip Glass.

De rato en rato, como un descanso de tanta imagen que conmueve por su belleza (o por el drama ambiental que muestra), se introducen sobre pantalla negra algunos datos sobre la realidad medioambiental que no necesitan mayor énfasis ni comentario. Son un complemento de la imagen pero a la vez tienen vida propia porque proporcionan una información valiosa en pocas palabras, cifras y porcentajes.

Los letreros nos sitúan en este país que tiene apenas el 0.14% de la población mundial en el 0.22% de la superficie del planeta, con una densidad bajísima de 10 habitantes por kilómetro cuadrado, con 67% de la población en las 10 ciudades más grandes. Ocupamos el 12° lugar con mayor diversidad biológica del planeta y los bosques todavía cubren casi la mitad del país. Nuestra naturaleza es campeona pero nosotros, sus habitantes, todo lo contrario, porque somos el primer país del mundo en deforestación per cápita de bosques tropicales, un tercio del país está erosionado y no tomamos medidas para tratar los desechos sólidos y la contaminación del agua.

Precisos, los datos en cada letrero son contundentes e irrebatibles. Nos muestran un país cuya belleza y recursos naturales están en riesgo debido al mal manejo que hacemos sus habitantes del patrimonio prestado por la naturaleza. Como todo préstamo, deberíamos devolverlo con intereses, pero le hacemos trampa, le devolvemos billetes falsos.

Desde las galaxias lejanas hasta la austeridad y belleza de las montañas andinas con sus imponentes nevados, y la caída vertiginosa hacia los valles y los llanos, no cabe duda de que en ese aterrizaje destaca la riqueza que tenemos en nuestras manos. El sentido de observación y la proximidad de la cámara a la naturaleza nos hace cómplices en este itinerario. Una coreografía caprichosamente bella de aves, mariposas o mamíferos, y en medio el hombre y la mujer bolivianos (si acaso se sienten parte de una nación con ese nombre) interactuando cada día con esa naturaleza, en el altiplano, en la selva o en la ciudad (la selva de cemento). La bandera boliviana que se yergue en los caudalosos ríos fronterizos, ¿delimita algo?

Las culturas que encierra el territorio a veces armonizan con el concierto de la naturaleza y otras no. La cultura extractivista que prima en las políticas públicas definitivamente no armoniza, porque implica disminución de bosques, contaminación de aguas, cansancio de la tierra, migraciones y empobrecimiento creciente. Las ciudades de culturas abigarradas se saturan de gente, vehículos y basura, hasta colapsar los servicios públicos. El agua cristalina que baja de los nevados se convierte en una cloaca al pasar por las ciudades. Ni el lago sagrado se libra de las cloacas que se generan en la ciudad de El Alto.

La apertura de caminos en lugares remotos puede ser una mala señal porque trae amarrado el concepto de “desarrollo” depredador. La integración del país tiene a veces un alto costo, cuando en lugar de beneficiar a la agricultura familiar, sirve de punta de lanza para que penetren empresas mineras y petroleras.

Si bien el primer capítulo de la serie es un repaso general, un estado de situación en síntesis, los otros cuatro profundizan en aspectos centrales e ineludibles. En “Tierra” aprendemos que se deforesta el doble que hace 20 años, pero se produce la misma cantidad de alimentos. El chaqueo acaba con la cobertura vegetal, es el preludio de desiertos y dunas de arena. Desde la superficie hasta el vientre de la tierra, las minas, sale el veneno de los residuos químicos que contamina ríos y ciudades. Con todo, la tierra sigue siendo generosa.

El “Agua” que se desprende de las nubes es un regalo cuando sucede, pues ni los animales ni el hombre pueden prescindir de ella. Sin embargo, aunque Bolivia es uno de los 20 países con  mayores recursos de agua dulce, solo el 20% de su población tiene acceso a agua potable. La desperdiciamos de manera ostentosa: se requieren 26 mil litros de agua cada día para alimentara una familia. En “Cambio climático” también somos campeones, puesto que producimos más CO2 que 172 países. Estamos dejando una huella de carbono nefasta, y en las “Ciudades” pagamos el alto costo de vivir hacinados, con lo que ello conlleva como deterioro de la calidad ambiental: aire, suelo y agua contaminados por las acciones de sus depredadores ciudadanos. Generamos cada día 5 mil toneladas de basura.

Así es como esta bella serie documental puede sensibilizarnos sobre lo que perdemos irremediablemente.
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El futuro del equilibrio medioambiental del país está en riesgo y lo primero que hay que lograr es que los ciudadanos se enteren de que ese riesgo es inminente, que los preconceptos, ideas generales, frecuentemente equivocadas, se contrasten con la realidad.
—Carlos D. Mesa


(Una parte de este artículo se publicó en Página Siete el domingo 6 de noviembre 2016)