20 noviembre 2016

Ministerio de sobra

Así como celebré años atrás la creación del ministerio de Comunicación, ahora pienso que ese ministerio sobra y debería desaparecer, porque no es más que una institución de propaganda con 50 o 100 veces más presupuesto del que tenía como Secretaría de Informaciones de la Presidencia.

Marianela Paco
Tuve la esperanza de que se convirtiera en un ministerio encargado de formular política pública en el campo de la información y de la comunicación (que no son la misma cosa), pero lamentablemente cumple un papel idéntico al que desempeñaba la Secretaría de Informaciones de la Presidencia: publicitar la mesiánica figura presidencial en una campaña electoral cotidiana que ya dura once años. Y lo hace con recursos públicos que podrían destinarse a la cultura, a la salud o a la justicia, que tiene la tajada ridícula de 0.4% del presupuesto general, en un país donde brilla por su ausencia o sobresale por los escándalos de corrupción.

Cuando Amanda Dávila asumió el cargo de ministra de Comunicación publiqué en Nueva Crónica un artículo donde recogí con beneplácito, aunque a la vez con cierto escepticismo, las declaraciones que hizo la ministra en sentido de que su gestión se caracterizaría por el diálogo con los periodistas y su decisión de convertir al ministerio de Comunicación en promotor de políticas de Estado en el campo de su competencia.

En pocas semanas Dávila se vio arrastrada por la vorágine de producir publicidad diaria para el ensalzar la figura del macho Morales, una pirámide personalista que no solamente opaca a todas las demás instancias del gobierno y del Estado (que tampoco son sinónimos), sino que subraya un culto a la personalidad parecido al de Kim Il-sung y otros longevos dictadores de otras regiones del planeta.

Son vergonzosas las imágenes tamaño natural del presidente, cubierto de medallas como cualquier autócrata asiático o africano, que se exhiben en las ferias de propaganda del ministerio para que la gente se pueda fotografiar a su lado. Y si uno examina las colecciones de libros que publica ese despacho, con abundantes fotos de Evo Morales en las portadas y en todas las páginas, resulta intolerable pues se hace con recursos públicos que tendrían un destino mejor si el gobierno se preocupara por los problemas del país.

Y qué decir del “logo” que ha sido creado con la cara de Morales y que se coloca en todas las obras del Estado, en todas las cabinas del teleférico y en toda publicación del gobierno. Es una “imagen de marca” vergonzosa porque se apropia de obras realizada con fondos públicos.  Algo nunca antes visto, ni en dictaduras militares.

No conozco en ningún otro país de nuestra región una presencia tan abusiva de la imagen presidencial en todas las obras del Estado y en todos los medios de información públicos que deberían manejarse con criterios de servicio a la colectividad y no como amplificadores de la campaña política de una persona que acumula tres cargos: presidente de la república, presidente del MAS y de las seis federaciones de cocaleros del Chapare, las mismas que producen el 94% de la hoja de coca destinada a hacer cocaína. Pregunto una vez más: ¿a quién le vende el cocalero Morales la coca de su qatu?

Ni en Perú, ni en Ecuador, ni en Colombia, ni en México –que son países donde viajo con frecuencia- he observado semejante bombardeo publicitario con la imagen del presidente. Es un culto a la personalidad delirante y abusivo.

Amanda Dávila
Cuando creí que Amanda Dávila corregiría las metidas de pata de Iván Canelas (más tarde convertido en hagiógrafo presidencial y premiado con un puesto invisible en el directorio de Entel y luego con otro visible en la gobernación de Cochabamba), eso no sucedió. Ambos rifaron para siempre su prestigio como periodistas y mostraron la misma actitud de ponerse de cuatro patas reverenciando al líder supremo (y gastando para ello millones del erario). El caso de Dávila fue más triste, pues tuvo que soportar sumisamente la conocida torpeza misógina del primer mandatario que le ordenaba traer café en las reuniones de gabinete, aunque ella, según cuentan no accedía a ese pedido. Hizo también oídos sordos de la copla misógina tan celebrada por el presidente: “las ministras van por los balcones pidiendo dinero para sus calzones”.

Dicen que la propia Amanda Dávila recomendó a Marianela Paco como sucesora. Si es cierto, es una jugada maquiavélica, porque Paco es ineficiente, doblemente rastrera y rabiosa, que desde el día uno de su gestión se ha enfrentado a los medios de información y a los periodistas. Es como si Dávila hubiera recomendado a la peor sucesora posible para que la gente comente, como hace ahora, que con Amanda Dávila el ministerio estaba mejor. Por comparación, Dávila queda mejor pintada en la efímera historia de los que pasan por el poder.

Marianela Paco (que no se saca el sombrero ni delante del papa Francisco), no tiene idea de lo que es la información, menos aún la comunicación. Tampoco sabe de transparencia: esconde las cifras de lo que gasta, cuando es su obligación darlas a conocer. Comenzó su gestión echando a un centenar de funcionarios, multiplicó el presupuesto de propaganda y se trenzó en peleas desgastantes con periodistas de renombre. Basta verla en televisión para darse cuenta de que es una persona ríspida y agresiva, que confunde la militancia partidista con servilismo y obsecuencia.

Hace poco se habló de la enfermedad de Marianela Paco, quizás sea el preludio de su salida en el próximo reajuste de gabinete. Probablemente la premien por haber convertido una cartera tan importante en la agencia de publicidad de una persona.

Sería el momento indicado para que el ministerio de Comunicación desaparezca y vuelva a ser una secretaría en la presidencia, porque nadie que sustituya a Paco podrá cambiar la dinámica de ese ministerio, completamente sometido por los caprichos de un tipo autoritario, soberbio y torpe.
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Los políticos son siempre lo mismo.
Prometen construir un puente aunque no haya río.
—Nikita Jrushchov


(Una versión más corta se publicó en Página Siete el sábado 19 de noviembre 2016)