03 noviembre 2016

Carrière: cine para leer

Jean-Claude Carrière publicó en 1992 este texto, Contar una historia, para los estudiantes de la FEMIS (Fondation Européenne des Métiers de l’Image et du Son), la escuela donde estudié cinematografía cuando  todavía se llamaba IDHEC (Instituto de Altos Estudios Cinematográficos) y era una de las dos escuelas de cine más prestigiosas de Europa.

Fue también en esos años de estudio, entre 1973 y 1976, que conocí a Jean-Claude Carrière porque no había realizador, guionista o jefe de fotografía importante en Francia que no pasara por el IDHEC para dar alguna conferencia o conversar con los 22 estudiantes que habíamos tenido el privilegio de ser aceptados.

Jean-Claude Carrière es una personalidad reconocida en el cine europeo, porque sus colaboraciones como guionista han dado vida a obras cinematográficas fundamentales de cineastas como Pierre Étaix, Jacques Deray, Louis Malle, Jean-Luc Godard, Volker Schlondorff, Nagisa Oshima, Philip Kaufman, Milos Forman, Fernando Trueba, Andrzej Wajda y Luis Buñuel, entre otros.  

Precisamente fue Luis Buñuel quien me devolvió la memoria del formidable trabajo de Jean-Claude Carrière cuando me regaló uno de los primeros ejemplares en francés de su autobiografía Mon dernier soupir (1982) resultado de sus conversaciones con Carrière. Buñuel, que era un hombre de una sencillez apabullante, sentía por ese libro un especial cariño porque habían sido construido con su gran colaborador y amigo.

Luis Buñuel con Louis Malle, al centro Jean-Claude Carriere
Encuentro una analogía entre este libro y Cómo se cuenta un cuento (1995) de Gabriel García Márquez, publicado por la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV) de San Antonio de los Baños, en Cuba. En ambos casos se expresan escritores amantes del cine, que no destacaron como directores sino como guionistas, aquellos que ponen el cimiento de las palabras sobre las que se construyen las obras cinematográficas.

Jean-Claude Carrière no abandonó del todo la vocación de historiador que tenía en su juventud, porque el hábito de contar historias no es diferente. Igual contiene el proceso de investigación, inspiración y construcción de un relato, porque no hay Historia con gran “H” que sea neutra, siempre hay un punto de vista propio, una mirada sesgada por la creatividad de quien selecciona, interpreta y describe.  

El libro comienza con metáforas como la de aquella ceremonia religiosa que se repetía cada treinta años hasta que el pueblo que la practicaba olvida primero las formas, luego el lugar donde se celebraba y finalmente la motivación inicial.  En otra metáfora que usa Carrière para aleccionarnos, una persona busca un objeto allí donde hay suficiente luz, aunque lo ha extraviado en otro lugar, en las sombras.

Luis Buñuel con Jean-Claude Carriere
Estas son maneras que tiene Carrière de introducirnos en un mundo donde “las grandes historias no pertenecen a nadie”, o, si se quiere, pertenecen a todos, con libertad para transformarlas, enriquecerlas o adaptarlas según sea necesario.

El narrador que en otros tiempos nunca se incluía en el relato porque intentaba disimularse con modestia ha sido remplazado por un narrador en primera persona, a veces innecesariamente narcisista.

Aunque Carrière ha querido mantenerse siempre en un segundo plano, su protagonismo es inevitable en las películas que llevan su impronta sin prepotencia, sin arrogancia, pero siempre al servicio de una historia que merece ser contada aunque el relato visual sea obra de otro, el director. Entre la historia y el cine –nos dice- existe “un vínculo más secreto, más esencial”.

En las páginas de Contar una historia no encontramos un recetario ni un manual, sino muchas preguntas que se hace el autor con la humildad de quien hace pan todos los días pero cada día lo hace como si fuera la primera vez. Este es un libro armado con apuntes, reflexiones y retazos de entrevistas, no es un ensayo propiamente dicho, no tiene el rigor de la investigación pero es una divagación estimulante sobre el oficio de crear y de contar historias.

“Nadie está obligado a implicarse en un relato, pero aquel que lo hace debe ser consciente de las obligaciones que le esperan”, nos dice, y para probar la versatilidad de los narradores en diferentes culturas y épocas nos recuerda aquellos relatos, como los de Nasreddine, capaces de atravesar fronteras culturales y temporales porque están dotados de sabiduría y de humor.

Parábolas de la biblia, historias zen, relatos fantásticos de Scherezade o jocosos de Nasreddine, fábulas de Esopo y otros cuentos filosóficos populares, todos cumplen funciones similares: hacernos pensar en algo a la vez inasible y enriquecedor, que nos trasforma porque a través de sensaciones y sentimientos modifican nuestro conocimiento y nuestros valores.  

Como dice Carrière “cualquier historia, por pequeña que sea, nos cambia un poco” y las historias constituyen “una lucha ancestral contra la soledad”. Es decir, no es lo mismo tenerlas en la cabeza que contarlas a otros, porque al compartirlas establecemos lazos, comprometemos a quienes nos escuchan o nos ven.

Aunque aquí leemos más relatos y referencias de otros que textos del propio Carrière, es su manera de apropiarse de ellos para elaborar un discurso lo que hace interesante este libro breve pero sustancioso.

Carrière sugiere tres maneras de abordar lo fantástico. Por una parte la racionalidad, separando esos relatos de la vida cotidiana como meros productos de la imaginación. Por otra, “buscar la claridad” en las historias para entender el funcionamiento del mundo y de nuestras propias acciones, pero con el riesgo de caer en la simplificación para explicarlos todo.

Y la tercera, para explorar todas las posibilidades de interpretación que esas historias ofrecen. Es obviamente esta tercera posibilidad la que interesa a Carrière: “Lo que transmite una historia, por el mismo hecho de ser una historia, escapa a las categorías ordinarias del pensamiento. La historia es un relato flexible que puede aminorarse o acelerarse, que puede divagar e incluso perderse. Las evocaciones y resonancias  que la acompañan son innumerables y cambian constantemente”.

Aunque la Historia con “H” mayúscula también lo hace, las historias que narra la humanidad se metamorfosean constantemente según la lengua, la cultura o el contexto histórico. Se desplazan y se multiplican, separándose como células que se reproducen produciendo otras distintas. Hay un “oleaje de exploración y reflexión” en cualquier trabajo de invención. Es decir, el rigor no está ausente.

Ciertamente el éxito o el fracaso de una historia bien contada depende también del contexto social. Carrière recuerda a su amigo Buñuel cuando decía: “Cuántos Hemingway nacieron en Paraguay”. Y podríamos decir lo mismo de Bolivia, quizás añadiendo que no basta con nacer. Lo que me lleva a recordar la sorpresa que me dio el propio Buñuel cuando me dijo: “Yo he sido boliviano”, algo que he narrado en otra parte y que no viene al caso aquí, salvo que es también una historia deliciosa.

Hay frases muy profundas en este texto, y uno tiene la tentación de subrayarlas:

“Nadie sabe dónde se esconden las ideas. Están en todos los sitios a un mismo tiempo. Colocamos miles de redes al mismo tiempo para cazarlas, ya que sabemos que son astutas, esquivas, informes, y que solo pasan una sola vez. Nos encontramos en un territorio brumoso, incluso de sueño, un territorio no científico donde las mismas causas no producen nunca los mismos efectos”. 

“Adaptar una novela para hacer una película quiere decir servirse del mismo material, de la misma historia, pero ante todo debe olvidarse el libro para hacer la película”.

En las últimas páginas Carrière hace incluso una generosa autocrítica: “Vemos cómo muchos libros tienen por naturaleza la incapacidad de hablar del tema que han escogido. Es el caso (entre otros) de este libro”.

Al leer las reflexiones de Carrière recordé una experiencia personal que tiene mucho que ver con lo que su texto intenta transmitir. Cierta vez en Turquía visité la ruinas de Troya, la ciudad mítica, y al hacerlo encontré que quedaba muy poco, casi nada frente a mis ojos, pero en cambio en mi imaginario estaban todas las historias que había acumulado sobre Troya desde mi adolescencia. No sobrevivió la ciudad, pero sobrevivieron los relatos magníficos sobre ella.
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Solo podemos escribir sobre la imaginación haciéndola callar un momento,
ya que al hablar sobre ello las frases se confundirían rápidamente
en una extraña mezcla.

—Jean-Claude Carriere


(Publicado inicialmente en Página Siete, el domingo 23 de octubre 2016)