04 diciembre 2015

Luz de Barichara

Siento una particular debilidad por aquellos pueblos pequeños, con calles empedradas, casas de adobe de paredes blancas y balcones de madera que se inclinan sobre los transeúntes. Pueblos donde no hay muchos vehículos, donde el placer radica en recorrer a pie las diez o quince calles que se despliegan a partir de la plaza principal, donde suele estar la alcaldía, la iglesia y la casa de la cultura.

Me gusta ver la perspectiva de las calles empinadas, el patio lleno de flores que se adivina detrás de la puerta entreabierta de una casa, una mecedora en el pasillo en sombra, una hamaca entre dos pilares de madera, ventanas que parecen ojos, a veces abiertos y a veces haciendo una siesta.

Hemos perdido muchos de esos pueblos tradicionales en América Latina porque hemos aprendido a apreciar su valor histórico y cultural demasiado tarde. O no aprendemos todavía. En Bolivia, aparte de los pueblos de las misiones jesuitas, cuyas iglesias talladas en madera han sido bellamente restauradas, no quedan otros que estén debidamente conservados, restaurados y cuidados. 

con Miguel Fajardo, en Barichara
Hay otros países que cuidan esos pueblitos coloniales como joyas que son, y mantienen viva su historia y su memoria con orgullo. En Ecuador he visitados algunos.  Por supuesto en México abundan. Y Colombia no se queda atrás.

En años recientes he podido disfrutar la magia de Santa Cruz de Mompós sobre el río Magdalena, la luminosa Villa de Leyva en Boyacá, y a mediados de noviembre pasado la empinada Barichara, en el sur de Santander, otra de las pequeñas ciudades que son patrimonio cultural de la nación. Queda apenas a unos minutos de San Gil, que recorrí en compañía de Miguel Fajardo, conocedor de su región.

Simón Bolívar también pasó por aquí (bueno, ya se sabe que, al igual que Hemingway, estuvo en todas partes), y en su honor tiene un monumento (un zócalo con un busto pequeño), no muy impresionante ni por su tamaño ni por su calidad, pero sí por su significado, porque en los cinco bordes registra los lugares y las fechas de las jornadas triunfantes de la empresa de los ejércitos del Libertador: Colombia, Boyacá 1819; Venezuela, Carabobo 1821; Ecuador, Pichincha 1822; Bolivia, Ayacucho 1824; además de Panamá, 1903, que aparece como “hija bolivariana”.


En Barichara pude constatar el orgullo de sus habitantes por su cuidada ciudad.  Estaba fotografiando una casa cuando la dueña asomó por la ventana y me preguntó: “¿Le está tomando fotos porque está fea o porque le gusta?” Sonrió cuando le dije que me gustaba, que estaba muy bien cuidada y pintada.

Como esa casa fotografié muchas otras, todas igualmente limpias, bien pintadas, exhibiendo lo mejor de sí mismas aún cuando son casas sencillas, sin ningún aspaviento arquitectónico. A diferencia de Mompós y Villa de Leyva, Barichara no era una ciudad de lujo, sino un lugar de descanso para huir del calor de San Gil.

La parte más alta de Barichara exhibe un parque de esculturas y plantas exóticas, con un teatro al aire libre para las representaciones artísticas, pero lo más interesante allí es asomarse al balcón natural que a 1.300 metros de altitud ofrece vistas panorámicas sobrecogedoras sobre cañón del río Suárez, en las estribaciones de la cordillera.

En la plaza principal destaca la catedral, el templo de la Inmaculada Concepción y San Lorenzo Mártir, con sus dos torres de piedra a las que se añadió un reloj, en una, y en otra un megáfono probablemente para amplificar el sonido de las campanas.

Las hormigas culonas son famosas en la región, consideradas una especialidad culinaria local con propiedades afrodisiacas. Luego de sacarles las alas y las patas, y de tostarlas como si fueran maní, las venden en bolsitas de plástico a la salida de San Gil. Pura proteína para quienes se alimentan sin prejuicios. En Barichara las hormigas culonas tienen su monumento en la Casa Municipal, con unos versos picarescos: “Al mirarte caminar / a mis ojos se me asoma / el caminar enervante / de la hormiga culona”, y junto a ellos una dedicatoria bastante explícita sobre sus propiedades: “A la hormiga culona por su contribución a la reciedumbre del pueblo santandereano”. Mi amiga Ivonne Arze me cuenta que también las hay en Bolivia, y que en Camiri las llamaban "cepe culón". 

Otro atractivo son los fósiles. Es curioso que en las alturas de Barichara se hayan encontrado tantos fósiles marinos con más de cien millones de años de antigüedad, conchas y caracoles, algunos gigantescos, restos de lo que alguna vez fue un repliegue de mar que subió hasta los 1.300 metros sobre el nivel medio del mar, en las alturas de la Cordillera Oriental.  

Las fuentes hídricas son escasas en las alturas de Barichara, pero sus habitantes han sabido darle solución al problema organizándose. No olvidemos que San Gil es la cuna del cooperativismo. Desde el año 1991 Barichara se abastece con agua de la represa “El Común” el acueducto comunitario que beneficia además a las poblaciones de Villanueva y Cabrera, administrado por un ente cooperativo denominado Acuascoop.

Con las últimas luces del atardecer se apaga Barichara. La vida se envuelve en sombras, hacia adentro, salvo en algunos restaurantes y hoteles abiertos para los turistas. Es la hora mágica.

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No quiero mi casa amurallada por todos lados ni mis ventanas selladas.
Yo quiero que las culturas de todo el mundo soplen sobre mi casa
tan libremente como sea posible.
Pero me niego a ser barrido por ninguna de ellas. 
Mahatma Gandhi