08 diciembre 2015

Recordando a Tiga

Jean-Claude Garoute, Tiga
Este 9 de diciembre Tiga habría cumplido 80 años de edad pero no pudo porque se le ocurrió morirse antes, el 14 de diciembre de 2006, cuando tenía 71 años de edad. Yo lo conocí y frecuenté en Port-au-Prince cuando era diez más joven, a finales de la década de 1990. Construimos una amistad discreta, con base en nuestras raíces culturales diferentes y en la curiosidad que ambos sentíamos por el trabajo y la experiencia de vida del otro.

No solo me interesaba su arte (le compré seis cuadros) sino el personaje que encarnaba Jean-Claude Garoute, a quien llamaban Tiga porque petit gars (pequeño hombre) se pronuncia en creole p‘ti-ga. Era, en efecto, menudo y delgado, lo que no le impedía expresarse a través de una pintura vigorosa y sugerente.

Cuando empezó su actividad artística no era fácil para un pintor haitiano despegarse de una tradición tan fuerte como la que habían impuesto los pintores ingenuos y hacer una propuesta contemporánea diferente. La pintura de la isla había destacado hasta entonces, desde la década de 1940, a través de artistas genuinamente ingenuos como Wilson Bigaud, Préfète Duffaut, Alexandre Gregoire, André Pierre, Philippe Auguste (entre muchos otros). 

Aquellos que decoraban sus casas con espontaneidad, inspirados en la naturaleza y en sus creencias religiosas, de pronto fueron descubiertos a mediados del siglo pasado por los marchand de arte que les pidieron hacer las mismas obras sobre lienzos, para poder exportarlas. A todos los que acabo de mencionar, ya fallecidos, tuve la suerte de conocerlos en vida, gracias a mi amigo chileno Carlos Jara, siquiatra, coleccionista y marchand de arte que adoptó a Haití como país de residencia para el resto de sus días (falleció el 9 de mayo de 1999).

Filmando a Tiga en su taller
Tanto me interesó Tiga durante los años que viví en Haití, que filmé varias horas con él en su taller. A otros pintores los fotografié, pero a Tiga lo filmé. Lo visitaba con frecuencia, lo filmaba mientras realizaba sus obras, o nos sentábamos sobre su cama a conversar. Algún día tendré que revisar ese material audiovisual y quizás editar esas entrevistas e imágenes en un documental que recupere su figura para las nuevas generaciones de artistas haitianos.

No empezó Tiga su actividad de artista pintando, sino trabajando en cerámica. Quizás por ello los cuadros que tengo parecen pintados con barro, con trazos gruesos. Luego de su paso por el Centro de Cerámica de la Dirección de Educación Nacional, comenzó a dar clases en colegios entre 1956 y 1958, hasta que fue nombrado director del establecimiento donde había estudiado y en 1959 director del Museo de Cerámica. Pero la parte institucional no era lo que más le gustaba, de ahí que en la década de 1960 integró y alentó movimientos de artistas que tenían propuestas innovadoras.

Una de esas fue Poto Mitan, que fundó en 1968 junto al escultor Patrick Vilaire y al pintor Wilfrid Casimir.  El movimiento planteaba la educación por el arte, a partir de un manifiesto titulado “Nueva escuela de arte moderno”, un laboratorio formidable de innovación artística con niños que adoptaban la “rotación artística” de todas las artes para desarrollar su vocación y habilidad creativa.  Este fue el precedente directo de la experiencia de Saint-Soleil.   

Conversaciones sobre la cama de Tiga
Tiga me contaba muchas cosas de la experiencia de Saint-Soleil que animó junto a Maud Gerdes Robard durante varios años desde su fundación el 3 de diciembre de 1972 (otra vez diciembre). El movimiento artístico reunió a pintores cuyas obras pretendían explorar la espiritualidad haitiana y el vudú en lugar de seguir por el camino del arte naif, que si bien fue original y sincero en sus fundadores, se había comercializado y masificado al punto de perder toda legitimidad.

En 1973 la comunidad Saint-Soleil trasladó sus actividades a Soisson-la-Montagne, un terreno amplio y abierto a unos veinte kilómetros de Puerto Príncipe, donde el contacto con obreros y campesinos de la zona enriquecía la obra experimental del grupo. Por eso decía Tiga que había aprendido su arte “en la escuela del pueblo” (“J’ai appris mon art à l’école du peuple”), lejos de la capital republicana, o si no tan lejos, por lo menos en un balcón elevado sobre el Caribe alejado del bullicio de Puerto Príncipe.

Para él, que había pasado su primera infancia en la tranquila Jéremie, en el departamento occidental de Grande’Anse, era una especie de retorno a la naturaleza y a las fuentes de inspiración sobrenaturales: los tambores, los cantos, los mitos y los símbolos del vudú. Todas las expresiones artísticas en convergencia espiritual a través de un proceso de iniciación. En Saint-Soleil no había estudiantes sino adeptos, como en una congregación religiosa, y las obras de arte eran ofrendas.

En los años siguientes los artistas de ese movimiento iniciático se fueron independizando, cada uno con su estilo y su proyecto propio. Louisiane Saint Fleurant, Denis Smith, Dieuseul Paul, Levoy Exil et Prospère Pierre Louis, fundadores de la experiencia, se retiraron y fndaron el grupo “Cinq soleils”.

Alguna vez acompañé a Tiga a Soisson-la-Montagne en las alturas de Petionville cerca de Kenscoff para inaugurar una de sus muestras y para enseñarme ese lugar sobre el que André Malraux había escrito en 1975 en su libro El intemporal (el último que publicó en vida) caracterizándolo con un halo de mística.  Malraux hizo en realidad una visita muy breve a Haití, de modo que buena parte de lo que escribió (como sucede con muchas de sus obras) era más bien producto de su imaginación y tenía impacto por su prosa vigorosa. Tiga me contó que cuando el escritor francés le preguntó a boca de jarro: “Tiga, ¿qué es el arte?”, se había quedado mudo varias horas.

La respuesta de Tiga vino veinte años más tarde en una conferencia que ofreció en Bruselas: “Contrariamente a los otros países colonizados en el pasado, Haití se sobrepone a su fatalidad histórica hecha de imposturas y de luchas permanentes hacia un estado de derecho. Haití vive y se afirma principalmente por la creatividad, o dicho de otro modo, por su expresión cultural casi excepcional en el Caribe”.

Al igual que otros grandes artistas haitianos que conocí, Tiga vivía humildemente. No recuerdo en su casa-taller ningún lujo, todo lo contrario, aquello estrictamente necesario para seguir pintando.

No tenía conciencia de haber estado con Tiga fuera de Haití hasta que revisando unos archivos encontré una carta fechada el 1 de diciembre de 1998 (todo parece suceder en diciembre en la vida de Tiga), donde menciono un encuentro casual en Santiago de Chile. Como me ha sucedido otras veces, me enteré de la muerte de Tiga mucho después, por casualidad, y no había tenido hasta ahora la oportunidad de rendir homenaje a nuestra amistad.  
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Le peintre naïf est appliqué, celui de Saint-Soleil est visité.

—André Malraux.