A medios de enero me invitó Hugo José
Suárez a presentar su nuevo libro. Y esto es lo que dije entonces.
No sé si es una debilidad, un vicio suyo
o un mecanismo de sobrevivencia, pero Hugo José Suarez es un devoto de la
imagen. La palabra “devoto” puede remitirnos a sus investigaciones sobre la
religión y quizás tenga que ver también con esa trayectoria de trabajar con iconografía
y con palabras que sentencian, que crean a su vez imágenes.
En Tomas
y letras (2015) lo hace de dos maneras: con imágenes fotográficas que él
mismo ha producido a lo largo de los años y de los viajes por la vida, y con
imágenes escritas con palabras, que cosecha de otros autores o de su coleto, como diría Jaime Sáenz.
No se trata de instantáneas, aunque capturen
un instante preciso como lo hace siempre la fotografía. La palabra instantánea está demasiado ligada a su
acepción en inglés, snap shot, es
decir una foto tomada casualmente, sin mayor reflexión. En el caso de Hugo José
Suárez hay un antes y un después de cada fotografía, hay un espesor racional,
artístico y emocional que precede el clic fotográfico, y otro espesor
conceptual y analítico que complementa más tarde el proceso de lectura.
Utilizo la palabra proceso con la intención de significar el trabajo de construcción
de una imagen, algo que no es simplemente producto de una casualidad. El
proceso empieza en la experiencia del fotógrafo y se prolonga en la vida misma
de quien mira la fotografía. Sucede lo mismo con un escritor o un pintor: su
obra se prolonga en quien lee y observa.
Hugo José Suárez frente al espejo |
La imagen tiene fuerza de atracción,
puede como un espejo mágico, engullir al fotógrafo o como un espejo de circo,
engañarlo cuando se mira en ella. Por ello no es casual que la imagen y el
texto que abren el libro nos hablen de ese mirarse en el espejo de la realidad,
que para empezar significa mirarse al revés, y también mirarse a través de un
desdoblamiento. Ni siquiera la foto de uno mismo es un autorretrato, y quizás
uno puede retratarse mejor en la mirada de los otros, como sugiere e texto
inicial.
La fotografía de Hugo José Suárez es
contemplativa como la de Henri Cartier-Bresson. Antes que usar la cámara de
manera proactiva, como una punta de lanza, Hugo José Suárez deja que la
realidad lo sorprenda, que lo cotidiano llene su mirada y lo invite a registrar
el detalle de un muro o de un rostro, que puede ser lo mismo según se tenga la
capacidad de interpretarlo.
Las 43 fotos fueron tomadas
entre 1991 y 2004, es decir 13 años de tiempo y espacio para
reflexionar, para crecer, para seleccionar entre muchas otras imágenes aquellas
que tienen un significado y aunque no se relacionen entre sí desde el punto de
vista temático, están unidas por el trabajo del artista que las interviene y
les otorga una personalidad única, que corresponde a ese ir y venir del autor
entre su mirada de artista y su razón de sociólogo.
Los temas son una excusa para el fotógrafo
que añade un soplo de diferencia. No importa que las fotos hayan sido tomadas
en Puebla, el Lago Titicaca, Potosí, Santiago de Chile, Bruselas, Osaka, La
Paz, Londres, Praga, El Vaticano o Buenos Aires. Como dice en uno de los textos
Leonardo Boff: “Todo punto de vista es la vista de un punto”. Es decir, el
cristal con que se mira. Y yo añadiría:
y la luz con que se construye la mirada, porque después del acto de fotografiar
hay un nuevo acto de ver, de observar lo fotografiado, y es allí donde surgen
las decisiones de intervenir la imagen en diálogo con palabras, con frases que
pueden también descomponerse, velarse o transformarse.
La mirada fotográfica no es cualquier
mirada, es una mirada desde un principio contaminada por la cultura, por el
momento, por la emoción, por el azar, y tantas variables que intervienen al
mismo tiempo y hacen que ninguna fotografía sea inocente y neutra. Por el
contrario, cada fotografía está cargada por una parte de aquello que representa
a simple vista, y por otra cargada del mundo que transpira el ojo del
fotógrafo. Detrás de cada imagen hay una historia, pero también delante de
ella.
Cada imagen se construye, y no es solo un
proceso mecánico ni tampoco mágico, aunque podríamos decir que es también ambas
cosas porque a la creatividad del fotógrafo se une la necesidad de detener una
imagen como evidencia, y ahí es donde interviene la mecánica, la tecnología y
cada vez más, la manipulación digital, que en este caso es innecesaria.
La composición es el punto de partida y
de llegada. Mucho más que el tema que es una coartada, la composición revela,
sintetiza, alegoriza, sacraliza, rescata de la banalidad el acto del fotógrafo
que oprime el obturador para traducir lo que su ojo ha captado.
Se hace sociología con la fotografía. Lo
hizo por ejemplo Bourdieu con esa serie de fotos de Argelia, Imágenes del desarraigo, que el propio
Hugo José prologó y publicó en México en 2008. Lo hicieron también otros
sociólogos y por supuesto antropólogos para quienes los procesos de
construcción de la imagen son materia de apasionantes estudios.
No es la primera vez que nuestro sociólogo
mexicano-boliviano nacido en el exilio se interesa en la fotografía como
discurso, en 1977 publicó Destellos del
norte, imagen y palabra del sur, luego Imágenes
para no olvidar (2001), Fotografía
como fuente de sentido (2008), y Ver
y creer. Ensayo de sociología visual en la colonia El Ajusco (2012).
En los libros de texto y fotografía es
muy difícil mantener el equilibro entre un elemento creativo y el otro. Tenemos
libros de fotografía comentados, o por el contrario libros de texto ilustrados.
En ambos casos es legítimo que así sea, pues puede darse que imágenes con mucha
fuerza no requieran de palabras para abundar sobre ellas. Y también sucede lo
contrario, que el texto de un autor puede ser tan rico, que la ilustración sale
sobrando.
En el caso de Tomas y letras, el autor se ha fijado como desafío el equilibrio,
porque ha intentado poner a dialogar las fotografías con los textos, de manera
que ni las unas ni los otros sean subsidiarios o sirvientes de la expresión más
fuerte, aunque no siempre se logra.
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Pensándolo
bien, es muy posible que fotografiar sea
una
artimaña del diablo y cada disparo, un pecado.
—
Gérard Castello