Con motivo del reconocimiento que le otorgó
la Cámara de Senadores de la Asamblea Legislativa Plurinacional, la Cinemateca
Boliviana re-estrenó recientemente La
guerra del Chaco de Luis Bazoberry García, uno de los pocos documentales
realizados durante el conflicto bélico con Paraguay (1932-1935). Esta es una versión completa del artículo
que publiqué hace un par de semanas en el diario Página Siete.
Luis Bazoberry García en la Guerra del Chaco |
Para quienes hemos investigado sobre la
historia del cine boliviano en base a testimonios de sobrevivientes y unas
pocas descripciones que encontramos en la prensa de la época, la oportunidad de
ver el mediometraje es un verdadero privilegio, pues todo lo que uno pueda
haber imaginado no se compara con la experiencia de poder analizar el discurso
fílmico tal como lo organizó el cineasta.
Cuando releo las siete páginas que le
dediqué a la película en mi Historia del
cine en Bolivia (1980), que parecen surgidas de la nada, recuerdo sin
embargo que tuve e dedicarle mucho trabajo para conseguir y procesar la
información. Cada frase y cada párrafo se construyó con base en una labor
detectivesca.
Mi fuente principal fue el testimonio del
propio hijo de Luis Bazoberry García, que a mediados de los años 1970 ejercía
como dentista en la calle Comercio. Para que me contara sobre su padre sin prisas
me sometí voluntariamente a largas sesiones de tortura. Dejé en su consultorio
varias muelas, entre ellas las del juicio, que me tuvo que arrancar con
anestesia general porque no querían desprenderse de mi maxilar.
Valió la pena el padecimiento, no solamente
por la información que obtuve, sino porque sesión tras sesión fui convenciendo al
Dr. Bazoberry que no vendiera la película de su padre a Estados Unidos, como
tenía planeado hacerlo. Le habían ofrecido varios miles de dólares, no recuerdo
bien si 15 mil o 20 mil, que en esa época era una suma atractiva. Nadie en
Bolivia se había interesado en comprarle la copia que tenía en su poder. Lo
convencí de que esperara y cediera a la Cinemateca, creada recién en 1976, esa obra
que su padre le había dejado en herencia.
El Dr. Bazoberry me contaba que su padre
había filmado la película con una cámara “de juguete”, una pequeña Pathé de
cuerda, aunque según un artículo de la época, se trataba de una Kinamo. Lo
importante es que cargaba rollos de apenas 25 metros y en esas condiciones tuvo
Bazoberry que hacer su mediometraje.
A
lo largo del conflicto filmó cerca de 25.000 metros de escenas cotidianas en
los campamentos y en el frente de guerra. La pasión con la que encaró el
proyecto era objeto de burlas de quienes lo rodeaban, pero él persistió a pesar
de las dificultades, que al final no fueron tantas en el momento de filmar como
después. Cuando ya había impresionado una gran
cantidad de rollos, descubrió con tristeza que el calor del Chaco (40 grados),
había inutilizado una buena parte de lo filmado. La película se había convertido
en una masa inservible. A partir de ese momento optó por enviar los rollos a su
familia, a Cochabamba, a medida que filmaba.
No tuvo la suerte de Bazoberry de contar
con el apoyo oficial con que contaron otros cineastas para realizar películas
en el Chaco. A él lo contrataron como fotógrafo de hospitales de campaña y de
aerofotogrametría, de modo que hizo el documental por su cuenta, aprovechando
los vuelos sobre el escenario del Chaco y su prolongada estadía en los
campamentos, y tuvo que luchar contra el pesimismo de sus superiores para
tratar de convencerlos “de que algo saldría”. Sus fotografías trascendieron
como postales y los diarios de entonces publicaron las imágenes del Chaco que él
enviaba.
Esta información está contenida en una
carta redactada por el propio Bazoberry al final de su vida, una carta que
tiene la particularidad de estar certificada por las firmas de David Toro y del
General Enrique Peñaranda, ambos ex – Presidentes de la República con quienes
tuvo cercanía durante la guerra. En su carta afirma que “esta propaganda
gráfica ayudó sobremanera a levantar el espíritu patriótico, cual evidencia la
enorme referencia y propaganda de prensa en todo el país”.
Al concluir la guerra, Bazoberry se
trasladó a España. En Bolivia no había infraestructura cinematográfica
suficiente para hacer el trabajo de posproducción de su película, de manera que
decidió invertir todo lo que tenía para cumplir su objetivo en Barcelona, donde
viajó en octubre de 1935.
Con tres mil metros en buen estado tuvo
Bazoberry que montar La Guerra del Chaco,
en los laboratorios Bosch (Barguño, según su hijo). Para financiar el costo que
representaba el trabajo de laboratorio, trabajó para esa misma empresa filmando
cortos comerciales. Más de un año vivió de manera precaria, mientras la familia
pasaba por una circunstancia no más ventajosa en Bolivia. Sin estos sacrificios
no hubiese logrado nada.
Todo lo que incluí en mi texto de la Historia del cine boliviano constituye una descripción exacta de la película
que podemos volver a ver ahora en la Cinemateca. Pero lo que me impactó es cómo
en 2015 podemos hacer una lectura tan diferente a la que se podía hacer cuando
se estrenó en 1936.
La
guerra del Chaco que vemos hoy es una película
trágica. El tono triunfalista que tenía en 1936 tiene ahora el sabor amargo de
la derrota. Cuando vemos a los militares bolivianos de alto rango pavonearse en
el campo de batalla como si fueran héroes victoriosos, no podemos sino sentir
la amargura de la impostura.
Es cierto que Bazoberry no tenía otra
opción en ese momento: tenía que falsificar la realidad para que el pueblo
boliviano asumiera la derrota con vaselina. Tenía que salvar el cuello de
generales incapaces y de una clase política indolente cuyas equivocaciones
llevaron al desastre. Las risas de Peñaranda (¿de qué se ríe general?), la
“confraternización” con los militares paraguayos, el desfile de los derrotados
frente al balcón del Palacio Quemado y otras escenas “patrióticas” aparecen
ahora con una carga de ironía que entristece.
Bazoberry incluyó fotografía fija para alargar
el film en vista de que el metraje original no era suficiente. Incluso añadió escenas filmadas en España,
como la del cónsul de Bolivia en Barcelona, vestido de soldado, simulando ser
un combatiente que entrega al Comando el parte de una batalla.
El film comienza con una galería de
retratos de los héroes muertos en la contienda, todo ello con el fondo musical
del Himno Nacional, y algunas leyendas que van apareciendo entre los
retratos. A continuación, se ven las
personalidades de la guerra: Salamanca, en su pose característica de “fakir con
sobretodo”, como lo definiera Augusto Céspedes; David Toro ofreciendo un
cigarrillo a un oficial; Germán Busch en medio de las trincheras; Enrique
Peñaranda golpeando su bota con una fusta.
La guerra está representada en los
aviones que evolucionan en el cielo del Chaco, en los soldados que se arrastran
sobre los espinos (los terribles “Karawatas”), en las “chapapas” de observación
y los nidos de ametralladoras, en los heridos transportados en camillas. Con música de Rimsky Korsakov se dramatiza un
combate reconstruido por medio de montaje cinematográfico. En otra escena, el Comando visita el campo de
batalla, entre los cadáveres paraguayos vencidos sobre los alambrados.
La guerra termina, se firma el armisticio
en Buenos Aires, con Tomás Manuel Elío, el Canciller, representando a
Bolivia. Una leyenda dice: “El dios
Marte ha recogido sus flechas en su carcaj de oro, y la Paz despliega sus alas
plateadas sobre los campos de batalla”.
Al parecer este y otros textos del film fueron escritos por el poeta
Capriles. Ha concluido la guerra, los
pañuelos blancos reemplazan a los fusiles en el frente, y los enemigos de antes
se confunden en un abrazo. Se intercambian regalos. Un boliviano entrega a un oficial paraguayo
una bala, y un paraguayo entrega a un boliviano un cenicero hecho por un
proyectil. El film concluye con el desfile de los excombatientes frente al
Palacio de Gobierno, en La Paz.
Armando Montenegro comentó así la obra:
“Todos los hombres que han ido al Chaco, han de sentir nuevamente la tremenda
realidad de la guerra cuando vean esta película. La traidora mañana del bosque, el tronar de
los cañones, el tableteo trágico de las ametralladoras, el fuego, el cansancio,
el heroico satinador, son cuadros que al combinarse entre la fotografía y la
sincronización, dan un resultado sorprendente”.
Luis Bazoberry García vendió dos copias
de La Guerra del Chaco al empresario del Teatro Princesa,
Simón Audino, quién tenía la intención de exportar una de ellas al Perú, y explotar
otra en Bolivia. Con las dos copias
restantes Bazoberry se trasladó a la Argentina, y allí llegó a un acuerdo de
distribución con la firma Paramount. El
gerente de la empresa, el señor Bauer, consiguió de la censura argentina la
autorización para exhibir el film, pero a condición de que Bazoberry cortara la
galería de retratos de los héroes bolivianos.
En esas condiciones el film comenzó a anunciarse en Buenos Aires, se
hicieron afiches, y publicidad en la radio, pero Bauer, a pedido del Presidente
de la República, hizo una proyección privada a la que asistió el Embajador del
Paraguay, y a resultas de la cual el gobierno argentino prohibió
definitivamente la exhibición del film.
Bazoberry regresó a Bolivia angustiado,
habiendo dejado las copias de La Guerra
del Chaco en manos de un amigo suyo apellidado Guardia. Se sumó a la lista de cineastas
desilusionados, cansados de haber gastado energías en obras que no fueron
valoradas en su momento, ni más tarde.
A principios de los años 50 Bazoberry volvió
a presentar su película en el Teatro Achá de Cochabamba y la prensa la acogió
con comentarios favorables. Raúl
Montalvo A., el cineasta que participó en Warawara,
escribió un texto haciendo brevemente la cronología del cine el Bolivia, y
refiriéndose sobre todo al sacrificio con que Bazoberry hizo su película,
“luchando con la imperfección del equipo, es decir, de las cámaras no muy
luminosas como las actuales, película de poca velocidad, que requería mucha
actividad en la luz, trabajo cuidadosos de revelado dadas las circunstancias
tórridas del ambiente..”
Otro artículo junto al de Montalvo afirma
que el público “vivió horas de intensa emoción patriótica” al ver el film, y
propone que éste pase a pertenecer al Estado Mayor General o al Ministerio de Defensa. Por suerte el pedido del articulista no fue
escuchado. De ser así, la película de
Bazoberry se hubiera perdido como las otras.
La misma proposición es reiterada por Samuel Mendoza hacia el año 1962,
cuando La Guerra del Chaco volvió a
estrenarse en el Cine Tesla de La Paz.
Bazoberry vivió hasta sus últimos años
luchando por lograr su desmovilización del ejército, que no fue atendida a
pesar de las recomendaciones que presentó de varios ex Presidentes que habían
sido superiores suyos durante la guerra.
La película que hizo no le aportó ninguna satisfacción, ni
reconocimiento, salvo del Teniente Coronel Germán Busch, Jefe del Comando y más
tarde Presidente de la República, quién le envió una nota de felicitación
firmada con lápiz rojo.
El 3 de agosto de 1964 murió Luis
Bazoberry García, “aquel gran señor de la bondad, el arte y la profunda
simpatía humana de su conducta”, según escribió Armando Montenegro en una
hermosa nota necrológica. Esa crónica
dice también: “Bazoberry supo cuajar en sus fotografías, toda la majestad del
horizonte, de la nube y del color. La
ciudad naciente del alba no le ocultó ningún secreto, ni la agonía de la tarde,
su cósmica serenidad”.
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La guerra es una masacre entre gentes
que no se conocen,
para provecho de gentes que si se
conocen
pero que no se masacran.
—Paul Valéry