La literatura es una actividad solitaria,
sobre todo cuando quien escribe desafía convenciones, desbarata catecismos y se
atreve a ir contra la corriente. Cuando el narrador es además historiador, como
en este caso, transita como equilibrista de alturas entre la creatividad literaria
y la referencia histórica
Todo relato histórico despierta la
imaginación. El rigor científico dice que el historiador debe atenerse a los
hechos para poder leerlos de manera crítica, pero el narrador se queda con una
inquietud que rebasa aquello que se puede certificar, porque aún allí, los
“hechos” son relativos. Al final, escribimos libros que se basan en las historias
que otros, que no eran neutros, nos cuentan.
La legitimidad de las novelas históricas
está fuera de duda, de ahí que me parece interesante que uno de nuestros
historiadores más importantes, Carlos D. Mesa, haya dado el salto que lo lleva
con Soliloquio del conquistador
(2014) al terreno de la ficción. La tentación que sienten por igual
historiadores y lectores de hacer literatura a partir de personajes históricos
ha dejado grandes obras literarias. Es más, podemos decir con certeza que hay
novelas que nos dicen más de la Historia con “H” mayúscula que los libros de
historia sin espesor, de cuyas verdades absolutas podemos dudar.
En la novela el narrador tiene la
libertad de recrear a los personajes, de proponer una visión de “carne y
hueso”, relaciones que quizás no existieron, pero que contribuyen a construir a
los personajes. Allí radica el gozo de la literatura, la posibilidad de
inventar un mundo que articula a personajes y episodios para darles una nueva
oportunidad.
Si bien es la primera novela de Carlos D.
Mesa, no es su inicio en la narrativa. Juntos hemos escrito un par de cuentos
sobre fútbol, y ello me permite dar fe de su capacidad como narrador. Claro que
la novela es una apuesta más difícil, sobre todo cuando se trata de dar vida,
desde una mirada actual, a un personaje tan controvertido como Hernán Cortés.
La placa en la iglesia del Hospital de Jesús, México DF |
La historia oficial, que no tiene matices
ni volumen, la historia plana de disfraces y máscaras, ha reducido la
personalidad de Cortés a una caricatura. Octavio Paz dice que “es preciso desconfiar de la
historia” y desenmascararla. Lo hizo recientemente Christian Duverger en Crónica de la eternidad donde rescata
la figura compleja de Cortés al afirmar, documentos en mano, que fue él y no
Bernal Díaz del Castillo quien escribió Historia
verdadera de la conquista de la Nueva España. Mesa hace lo propio desde la
narrativa.
La novela es un diálogo desde la
eternidad entre Hernán Cortés y Marina, su gran amor americano. Octavio Paz
comparó ese amor con el de Marco Antonio y Cleopatra. Estos son diálogos sobre
la vida desde la muerte, porque solo la muerte permite mirar la totalidad y hacer
un balance desapasionado y completo. No es solamente una historia de amor, sino
de la historia de la cultura que heredamos, una historia del mestizaje. La
relación entre Cortés y la Malinche está metida en los genes de todos los
latinoamericanos de una manera inseparable: todos somos hijos de esos amoríos. Todos
somos Martín.
Para la tapa del libro se ha escogido un
bello fragmento de un mural donde Cortés y la Malinche aparecen desnudos,
desprovistos de historia. José Clemente Orozco los pintó sin prejuicios, de
la misma manera que Carlos D. Mesa los
retrata en la novela. Octavio Paz escribió que “son el Adán y Eva de México:
los fundadores”.
“Que nadie dude del destino de mis sangres”
dice Cortés. Aunque quisiéramos negarlo apelando a purezas raciales o
culturales inexistentes, el mestizaje latinoamericano está representado en ese
imaginario que se construye en el discurso del conquistador y de la mujer
indígena. Es natural que el tema fascine a los narradores tanto como a los
historiadores. ¿Qué tanto sabemos de lo que existía entre ambos? En la
especulación está el gusto del que escribe y del que lee. Al final no hay
certezas absolutas pero una visión más rica y menos acartonada.
Carlos D. Mesa durante la presentación del libro en México |
Como en toda obra hay capítulos mejor
construidos que otros. La voz del narrador se pierde un poco en el relato de la
conquista del Perú, donde la descripción histórica prima sobre el estilo
literario. Pero son capítulos necesarios para subrayar las diferencias
históricas entre Cortés y los Pizarro.
La discusión sobre los indígenas está explicitada en el formidable capítulo que reconstruye el debate de Valladolid que enfrentó a Bartolomé de Las Casas con Juan Ginés de Sepúlveda. Y el Epílogo, que tiene sus detractores, es un intento de recordar que el debate del mestizaje no está zanjado hoy, cuando una gran mayoría de la población de Bolivia se reconoce mestiza.
La discusión sobre los indígenas está explicitada en el formidable capítulo que reconstruye el debate de Valladolid que enfrentó a Bartolomé de Las Casas con Juan Ginés de Sepúlveda. Y el Epílogo, que tiene sus detractores, es un intento de recordar que el debate del mestizaje no está zanjado hoy, cuando una gran mayoría de la población de Bolivia se reconoce mestiza.
Que la novela se haya publicado en
México, país donde la huella de Cortés fue definitiva, es indicio de que se
respeta la seriedad de la propuesta de Carlos D. Mesa.
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Quizá la más grande lección de la
historia es
que nadie aprendió las lecciones de
la historia.
—Aldous Huxley