Sierra de San Francisco |
Durante tres horas a lomo de mula, descendemos
por el estrecho sendero que lleva de la Sierra de San Francisco al Cañón de
Santa Teresa para visitar uno de los conjuntos de pinturas rupestres más
importantes de México. Munidos del permiso del Instituto Nacional de
Arqueología e Historia (INAH) y acompañados por un guía certificado (de otro
modo no se puede ingresar al sitio), Jorge González, Mónica Carles y yo vamos
ya saboreando el gustito del descubrimiento.
El desierto es todo menos desierto |
Al principio estábamos algo recelosos
porque el camino es muy empinado, pedregoso y deleznable, pero Ángel, nuestro
guía, tiene razón: las mulas no se caen, no resbalan aunque giren inseguras en
curvas estrechas al borde del precipicio. Como tienen cuatro patas, si dos resbalan,
las otras dos frenan. En eso y en otras cosas nos llevan ventaja, salvo que
apareciera una serpiente cascabel reclamando territorio, pero sería de muy mal
gusto. Ángel aconseja reclinarnos hacia atrás sobre la silla de montar para
mantener el equilibrio, mientras sorteamos las espinas de los arbustos y cactus
que aparecen en el camino.
Delante de las mulas van tres borricos cargando
las vituallas, mochilas y carpas. El primero lleva un cencerro cuyo cascabeleo
guía a las demás acémilas por el buen camino. Una vez abajo, podemos acampar en
un espacio abierto junto al lecho del rio casi seco, y al anochecer calentar
algo de comida alrededor de una fogata mientras nos esforzamos por atrapar
estrellas fugaces que resbalan en la bóveda límpida del cielo.
El Cañón de Santa Teresa |
“El desierto es todo menos desierto”,
dice Jorge con justa razón. La riqueza de fauna y flora no se presenta en el
desierto de manera lujuriosa como en la selva, pero enseña a mirar. Las
variedades de cactáceas son numerosas: biznagas, cirios, torotes, nopales,
cardones, pitahayas, choyas y otras cuyas espinas las defienden de la voracidad
de las cabras.
Muy temprano a la mañana siguiente,
caminamos durante varias horas por el lecho pedregoso del rio, sorteando
desniveles y pasos estrechos por donde ni siquiera las mulas podrían aventurarse.
Nos cuenta Ángel que en septiembre 2014 el huracán Odile hizo desaparecer las
islas de palmeras que engalanaban de verde el cañón de Santa Teresa. Las aguas
arrastraron enormes rocas que rodaban hasta encontrar un nuevo lugar, quedando más
de una en delicado equilibrio.
Chamanes y guerreros en "Las flechas" |
Luego de un par de horas llegamos a “Las
flechas”, así llamada porque dos de las figuras humanas pintadas sobre la roca están
atravesadas por flechas, una rara representación de la guerra entre grupos de
cazadores. En el acantilado del frente, distinguimos “La pintada”, uno de los
conjuntos de arte rupestre más emblemáticos de la Reserva de la Biósfera El
Vizcaíno, en Baja California Sur. Con un millar de figuras que no es fácil
descubrir porque algunas se encuentran debajo de la roca, “La pintada”
constituye una de las concentraciones de figuras humanas y de animales más
importantes del mundo, junto a las de la cueva de Lascaux, en Francia, que
tiene cerca de dos mil figuras.
Las pinturas rupestres del cañón de Santa
Teresa, junto a otras 250 de la Sierra de San Francisco y Mulegé, fueron
declaradas Patrimonio de la Humanidad el año 1993. Según el informe de
inscripción de la Unesco, constituye uno de los conjuntos de pinturas rupestres
más amplios y mejor conservados del mundo, gracias a su difícil acceso y a las
condiciones climáticas.
La ballena y otras figuras en "La pintada" |
Además de los animales terrestres que
eran comunes en esa época, como venados, borregos, serpientes, pumas, liebres,
aves, aparece en “La pintada” una gigantesca ballena, quizás el dibujo más
interesante de todo el conjunto. En otros sitios más cercanos a la costa, como
“La trinidad”, habíamos visto peces, pero la representación de la ballena en el
Cañón de Santa Teresa, en medio de la Sierra de San Francisco, hizo volar
nuestra imaginación.
Las figuras humanas en “La pintada”
tienen extraordinaria fuerza porque representan chamanes y guerreros, y dan la
sensación de haber sido pintadas mientras en las cuevas alguna fogata
proyectaba sus sombras sobre la roca. La sensación de movimiento que producen
esas imágenes es extraordinaria. Es como
el cine de la prehistoria, el juego de sombras y colores. Las figuras están
hechas de negro, blanco, marrón y amarillo, en varias gamas y mezclas.
Los chamanes impactan por la
gesticulación de los brazos, por los penachos que cubren sus cabezas. Uno
adivina que tienen los cuerpos pintados y que posan para que las generaciones
futuras sepan de su paso por allí, como si marcaran su territorio de manera
definitiva. Son más misteriosos en la medida en que las cabezas no tienen ojos,
nariz, orejas y otros rasgos. No tienen rostro.
Abigarramiento de figuras en "La pintada" |
¿La superposición de figuras en un mismo
espacio del mural será indicación de que en “La pintada” permanecieron mucho
tiempo? Quizás era un juego de poder que acababa saturando el espacio. Chamanes
y guerreros se disputaban quizás la representación, como los políticos de ahora
que tratan de copar espacios de visibilidad. En aquellos tiempos remotos
probablemente se trataba más de vanidad que de oportunismo.
Según los expertos de Unesco las pinturas
rupestres de la Sierra de San Francisco tienen una antigüedad de mil a dos mil
años, relativamente “jóvenes” si se comparan con las de Quinkan (Australia) que
tienen cerca de 30 mil años o las de Chauvet (Francia), con 35 mil años de
antigüedad (sobre estas hizo Werner Herzog un maravilloso documental: La cueva de los sueños olvidados).
Bip-bip, un correcaminos |
A diferencia de las pinturas rupestres de
Lascaux o Altamira, en Europa, las de la Sierra de San Francisco son menos
conocidas en parte por la dificultad de acceder a algunas de ellas. Eso hace
más interesante la visita y renueva la sensación de un descubrimiento. Según
nuestro guía, Ángel, muy pocos se aventuran a realizar el recorrido por el
cañón de Santa Teresa, y desde que Odile se abatió sobre Baja California Sur en
septiembre, éramos los primeros que guiaba.
No todos los sitios identificados y
registrados por el INAH en la reserva El Vizcaíno se pueden visitar, pero recorrimos
cuatro, uno cerca de Mulegé y tres en la Sierra de San Francisco, dos de las
cuales se encuentran frente a frente a ambos lados del cañón de Santa Teresa, a
una altura de 50 o 60 metros encima del lecho del rio, lo que hace pensar que
quizás el cauce del agua fue mucho mas elevado cuando los cochimís o guachimis
habitaban la sierra.
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Cuando comienzas una pintura es algo
que está fuera de ti.
Al terminarla, parece que te
hubieras instalado dentro de ella.
—Fernando Botero
—Fernando Botero