Cuando los pueblos indígenas no
encuentran espacios para poder expresar sus ideas, sus culturas, sus
sentimientos y sus sueños… los crean. He visto esto en tantos países y en
tantas comunidades diferentes, que pareciera que existe una conexión telúrica, un
cable subterráneo que los vincula con energía que emerge de la organización y de
la voluntad de ser escuchados.
Los indígenas usan los procesos de
comunicación para tener presencia precisamente allí donde se trata de negarlos,
de marginarlos y en muchos casos de eliminarlos físicamente porque representan
un muro de contención cristalino pero infranqueable para los proyectos
depredadores de la tierra y de los territorios.
Los discursos indigenistas y saludos fervientes a la madre tierra de los líderes políticos que se montaron en
el caballo del poder quedan al descubierto como patrañas para cosechar votos cuando se
contrasta el discurso con las acciones concretas. Tanto Rafael Correa como Evo
Morales son un ejemplo patético de esa discrepancia entre el discurso y sus
acciones, y lo único positivo es que ya les queda claro a los indígenas de
Ecuador o de Bolivia que no pueden contar con ellos para preservar sus
territorios, sus culturas y sus formas de vida.
Mi participación semanas atrás en el
Encuentro Internacional de Cine Comunitario que tuvo lugar en Cotacachi,
Ecuador, me permitió aprender algo sobre los procesos de comunicación y
resistencia que los indígenas ecuatorianos construyen para hacer frente a los
falsos discursos y a la realidad extractivista que impulsa su gobierno,
protegiendo los intereses de empresas transnacionales chinas o canadienses.
Con más o menos recursos económicos o
técnicos pero con claridad meridiana en sus objetivos, las comunidades hacen
propuestas de comunicación no solamente para visibilizar sus problemas y sus
posiciones, sino a fin de que el proceso mismo de construir colectivamente su
discurso sirva para fortalecer su organización en la perspectiva de una acción
colectiva.
El concepto de tierra lo entiende bien un
latifundista o un campesino aimara del altiplano, que reduce la función de la
tierra a la productividad de una parcela y a una perspectiva de propiedad
individual, de ideología conservadora (lo cual explica su adhesión a la
propuesta del “capitalismo andino”). Sin embargo, el concepto de territorio
solamente pueden entenderlo los pueblos y naciones indígenas que conciben la
tierra como un espacio de vida armoniosa, no depredadora, en la que la
naturaleza es de todos y de la que solamente se presta lo necesario para sobrevivir
sin afectar el ecosistema. Un cocalero, por ejemplo, no puede entender esto.
La introducción anterior surge de la oportunidad que tuve de conocer y conversar con Domingo Ankuash,
dirigente indígena shuar que me habló del proceso de comunicación audiovisual
que llevan adelante con el nombre de “Cámara shuar” (Etsa-Nantu, en su propia
lengua).
Los shuar han sido blanco de las
manipulaciones mediáticas más extremas, donde todo lo que queda visible es la
práctica ancestral de la reducción de cabezas y el mal nombre de “jíbaros” que
les colgaron los conquistadores despectivamente. Hoy, pueden expresarse por si mismos y despojarse
de las etiquetas impuestas desde afuera.
El apoyo brindado por Verenice Benítez y
la organización El Churo permitió que arrancara este proceso de preservar pero
también recrear su cultura y su imaginario
colectivo. Entre las obras producidas hay las que muestran de manera documental
los problemas que afectan a la comunidad, como es el caso de Visita inesperada pero también las
que narran las historias que son parte de la cultura shuar.
En Visita inesperada se muestra una asamblea de la
comunidad shuar San Carlos de Numpaim, en la que se enfrentan dirigentes shuar
con funcionarios chinos de la empresa ECSA, que ejecuta el proyecto Mirador de
minería a cielo abierto en la Cordillera del Cóndor, en territorio shuar. En
cambio, Tsunki Aumatsamu narra el mito del origen de los shuar: un
hombre y su hija sobreviven al diluvio ocasionado por Tsunki, el espíritu del
agua, y juntos fundan la generación shuar. Así, varios otros ejemplos.
Los shuar están muy claros sobre los
peligros que enfrentan: los gobiernos (así, en general), las compañías
petroleras, madereras y mineras, así como las farmacéuticas que patentan sus
plantas sagradas. Todo ello constituye una amenaza para su cultura. Por ello,
su lucha es un proceso de organización para construir y sistematizar los
conceptos del mundo shuar, con un modelo propio que no admite la intromisión de
la burocracia estatal.
El camino de su lucha contra las
compañías mineras y los invasores de su territorio han sufrido represión,
cárcel y asesinatos como el de José Isidro Tendetza Antún, síndico de la Comunidad Shuar de Yanúa, Cantón El Pangui.
“El
territorio es nuestra madre y la madre no se puede comprar y vender” dijo Domingo
Ankuash en la conversación que sostuvimos en Cotacachi, de la que este corto
video es un resumen.
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No me importa el
dinero de las petroleras, ni del oro, ni de las madereras, no me importa si me
dicen que soy pobre, mi riqueza no se mira, no es materia ni es mentira; mi
riqueza es la vida por la vida y la forma natural de ver crecer y vivir. Donde
no hay patrón, donde no hay complicaciones ni reloj que te ordene.
—Tzamarenda Naychapi