13 diciembre 2014

Cámara shuar

Cuando los pueblos indígenas no encuentran espacios para poder expresar sus ideas, sus culturas, sus sentimientos y sus sueños… los crean. He visto esto en tantos países y en tantas comunidades diferentes, que pareciera que existe una conexión telúrica, un cable subterráneo que los vincula con energía que emerge de la organización y de la voluntad de ser escuchados.

Los indígenas usan los procesos de comunicación para tener presencia precisamente allí donde se trata de negarlos, de marginarlos y en muchos casos de eliminarlos físicamente porque representan un muro de contención cristalino pero infranqueable para los proyectos depredadores de la tierra y de los territorios.

Los discursos indigenistas y saludos fervientes a la madre tierra de los líderes políticos que se montaron en el caballo del poder quedan al descubierto como patrañas para cosechar votos cuando se contrasta el discurso con las acciones concretas. Tanto Rafael Correa como Evo Morales son un ejemplo patético de esa discrepancia entre el discurso y sus acciones, y lo único positivo es que ya les queda claro a los indígenas de Ecuador o de Bolivia que no pueden contar con ellos para preservar sus territorios, sus culturas y sus formas de vida.

Mi participación semanas atrás en el Encuentro Internacional de Cine Comunitario que tuvo lugar en Cotacachi, Ecuador, me permitió aprender algo sobre los procesos de comunicación y resistencia que los indígenas ecuatorianos construyen para hacer frente a los falsos discursos y a la realidad extractivista que impulsa su gobierno, protegiendo los intereses de empresas transnacionales chinas o canadienses.

Con más o menos recursos económicos o técnicos pero con claridad meridiana en sus objetivos, las comunidades hacen propuestas de comunicación no solamente para visibilizar sus problemas y sus posiciones, sino a fin de que el proceso mismo de construir colectivamente su discurso sirva para fortalecer su organización en la perspectiva de una acción colectiva.

El concepto de tierra lo entiende bien un latifundista o un campesino aimara del altiplano, que reduce la función de la tierra a la productividad de una parcela y a una perspectiva de propiedad individual, de ideología conservadora (lo cual explica su adhesión a la propuesta del “capitalismo andino”). Sin embargo, el concepto de territorio solamente pueden entenderlo los pueblos y naciones indígenas que conciben la tierra como un espacio de vida armoniosa, no depredadora, en la que la naturaleza es de todos y de la que solamente se presta lo necesario para sobrevivir sin afectar el ecosistema. Un cocalero, por ejemplo, no puede entender esto.

La introducción anterior surge de la oportunidad que tuve de conocer y conversar con Domingo Ankuash, dirigente indígena shuar que me habló del proceso de comunicación audiovisual que llevan adelante con el nombre de “Cámara shuar” (Etsa-Nantu, en su propia lengua).

Los shuar han sido blanco de las manipulaciones mediáticas más extremas, donde todo lo que queda visible es la práctica ancestral de la reducción de cabezas y el mal nombre de “jíbaros” que les colgaron los conquistadores despectivamente.  Hoy, pueden expresarse por si mismos y despojarse de las etiquetas impuestas desde afuera.  

El apoyo brindado por Verenice Benítez y la organización El Churo permitió que arrancara este proceso de preservar pero también recrear su cultura y su imaginario colectivo. Entre las obras producidas hay las que muestran de manera documental los problemas que afectan a la comunidad, como es el caso de Visita inesperada pero también las que narran las historias que son parte de la cultura shuar.

En Visita inesperada se muestra una asamblea de la comunidad shuar San Carlos de Numpaim, en la que se enfrentan dirigentes shuar con funcionarios chinos de la empresa ECSA, que ejecuta el proyecto Mirador de minería a cielo abierto en la Cordillera del Cóndor, en territorio shuar. En cambio, Tsunki Aumatsamu  narra el mito del origen de los shuar: un hombre y su hija sobreviven al diluvio ocasionado por Tsunki, el espíritu del agua, y juntos fundan la generación shuar. Así, varios otros ejemplos.

Los shuar están muy claros sobre los peligros que enfrentan: los gobiernos (así, en general), las compañías petroleras, madereras y mineras, así como las farmacéuticas que patentan sus plantas sagradas. Todo ello constituye una amenaza para su cultura. Por ello, su lucha es un proceso de organización para construir y sistematizar los conceptos del mundo shuar, con un modelo propio que no admite la intromisión de la burocracia estatal.

El camino de su lucha contra las compañías mineras y los invasores de su territorio han sufrido represión, cárcel y asesinatos como el de José Isidro Tendetza Antún, síndico de la Comunidad Shuar de Yanúa, Cantón El Pangui.

“El territorio es nuestra madre y la madre no se puede comprar y vender” dijo Domingo Ankuash en la conversación que sostuvimos en Cotacachi, de la que este corto video es un resumen.



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No me importa el dinero de las petroleras, ni del oro, ni de las madereras, no me importa si me dicen que soy pobre, mi riqueza no se mira, no es materia ni es mentira; mi riqueza es la vida por la vida y la forma natural de ver crecer y vivir. Donde no hay patrón, donde no hay complicaciones ni reloj que te ordene. 
—Tzamarenda Naychapi