Bolivia carece de periodistas que se
especialicen en temas culturales. Eso puede ser bueno o malo, según se mire.
Malo porque es un síntoma de la precaria situación en los medios, donde los
periodistas de oficio tienen que cumplir múltiples tareas al mismo tiempo,
muchas de las cuales se limitan a publicar tal cual boletines de prensa
institucionales. Bueno porque esa carencia de periodistas especializados ha
hecho que gente con mucho talento, escritores, artistas y críticos de cine, ocupe
en los medios el lugar de esos inexistentes periodistas culturales. No es la
mejor situación, pero así es.
Cuando hablamos de “los medios” somos
generosos. Por lo general la televisión no hace periodismo cultural, la radio
un poco y las prensa un poco más. No es que la cultura esté totalmente ausente
de la pequeña pantalla y de la programación de radio, pero su presencia es más
bien a través de programas bien elaborados, de reportajes y documentales. No hay propiamente periodismo cultural en el
sentido de una cobertura cotidiana de la actualidad de las diferentes
manifestaciones culturales. Menos aún una práctica de periodismo cultural que
trascienda lo meramente informativo hacia algo más elaborado y crítico.
Pensé en esto cuando recibí la invitación
hace un par de semanas, para dar una charla sobre la historia del cine
boliviano en el marco de las II Jornadas de Periodismo Cultural organizadas por
el Centro Cultural de España de La Paz, la Fundación para el Periodismo y el Instituto
Goethe. Se trata de un importante esfuerzo para promover la especialización de
periodistas interesados en el tema. Este año las jornadas estuvieron dedicadas
por entero a la actividad cinematográfica, lo cual es estimulante para quienes
trabajamos en ese ámbito.
El primer evento de las jornadas
transcurrió del 24 al 28 de marzo y los dos siguientes, también sobre temas de
cine, tendrán lugar en mayo y en agosto incluyendo en cada caso conferencias
magistrales, talleres, mesas redondas, charlas, proyecciones, etc.
Rocío García, de El País |
Para el primer evento, “La cobertura del
cine”, se contó con la mirada de Rocío García, del diario El País (España),
especialista en crítica cinematográfica que facilitó un taller para periodistas
culturales de La Paz, Cochabamba, Sucre y Oruro. Durante la semana hubo una
mesa de intercambio entre los cineastas Tomás Bascopé, Marcos Loayza y Juan
Carlos Valdivia, y otra sobre crítica con Santiago Espinoza, Marcelo Cordero,
Sergio Zapata y Pedro Susz. Además una presentación de Diego Mondaca sobre la
muestra de cine “Cielo abierto” que tendrá lugar en Cochabamba en agosto y una
conferencia de Victoria Guerrero sobre la nueva Ley de Cine.
A mi me tocó hablar de “Mi historia del
cine boliviano”. Titulé de esa manera la
conferencia porque no quería repetir aquello que ya está en mi libro, publicado
hace 42 años, sino más bien contar la historia de la investigación y del
proceso que desarrollé para llegar al resultado final, el libro que se publicó
casi simultáneamente en México y en Bolivia.
Conté por ejemplo cómo revisé durante
años las colecciones de periódicos de principios del siglo pasado para rastrear
breves anuncios de la llegada de los primeros “biógrafos”, “kinetoscopios” y
“cinematógrafos” a Bolivia, así como notas sobre las primeras filmaciones que
se hicieron en territorio nacional. No solamente no había internet en aquellos
tiempos, sino que tampoco había en la Biblioteca Municipal una fotocopiadora,
de manera que para guardar la información me veía obligado a fotografiar los
periódicos en rollos de celuloide –no existía la fotografía digital- que en las
noches revelaba en casa y ampliaba pacientemente.
Narré la investigación detectivesca que
me permitió encontrar la única foto conocida entonces de Luis Castillo, pionero
del cine boliviano y poco después hallar en Houston el paradero de don José
María Velasco Maidana, pionero cineasta boliviano, a quien visité varias veces
hasta convencerlo de que regresara de visita a Bolivia por última vez.
Entre otras anécdotas, describí los
avatares de la edición boliviana que estaba lista para entrar a imprenta a
fines de 1980 (corregí las pruebas de galera cuando me encontraba asilado en la
residencia del embajador mexicano), que sin embargo no fue publicada hasta 1982
porque la editorial Los Amigos del Libro temía represalias de la dictadura por
las menciones que hacía en el libro a Marcelo Quiroga Santa Cruz y a Luis
Espinal.
Uno se siente a gusto hablando frente a
un grupo selecto como el que participó en las jornadas organizadas por el
Centro Cultural de España, porque quienes están allí es porque quieren y porque
el tema les interesa. Me ha sucedido otras veces dar conferencias para
universitarios estudiantes de la carrera de comunicación que son incapaces de
decirme quien fue Luis Espinal o que en su vida han visto una película de Jorge
Sanjinés. En esos casos, me molesta y me deprime.
Hace 30 años éramos apenas cuatro o cinco
los que ejercíamos la crítica de cine en Bolivia: Julio de la Vega, Luis
Espinal, Amalia de Gallardo, Pedro Susz, Carlos D. Mesa, Alfonso Gumucio y
algún otro. En años recientes ha crecido el número de críticos de cine a la par
que ha aumentado la producción y los mecanismos de apoyo a la actividad cinematográfica
nacional. Hay más oportunidades y más interés.
Lo que no hay es mercado porque la gente ya no valora la producción nacional
y prefiere ir al cine para ver la décima secuela de Terminator o de Rápido y
furioso, películas tan fundamentales como las palomitas de maíz con que acompañan esas sesiones.
No tenemos un público educado para el
cine y las artes, pero quizás más periodistas culturales y más espacios en los
medios de información, produzcan en el mediano plazo algunos cambios
alentadores.
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La
televisión es el espejo donde se refleja
la
derrota de todo nuestro sistema cultural.
—Federico
Fellini