La Cinemateca Boliviana, que acaba de
cumplir 37 años de edad, fue creada el 12 de julio de 1976 a través de una
ordenanza municipal del Alcalde de La Paz, Mario Mercado Vaca Guzmán, en los
años finales de la dictadura militar de Hugo Bánzer Suárez. Un gran esfuerzo
colectivo y sostenido hizo posible el sueño que abrigábamos no solamente los
cineastas de entonces y los pocos que nos interesábamos en la historia del
patrimonio fílmico nacional, sino también un sector importante de la población
que aportó con pesos y centavos para que el sueño se hiciera realidad.
Carlos Mesa ha escrito una cronología
imprescindible de la Cinemateca Boliviana desde sus orígenes hasta nuestros
días. Ese texto debería
figurar en la precaria página web de la Cinemateca que hoy por hoy se concentra
en anunciar las películas que muestra en sus pantallas y en comercializar
servicios (incluso tiene una página hackeada), pero relega a último plano los temas de patrimonio fílmico, la
historia de la propia institución, la consulta vía web del archivo de
publicaciones y del acervo fílmico, los grandes trabajos de restauración que
realiza, los perfiles del personal que trabaja allí, enlaces con otras
instituciones, concursos, etc.
Cuando no se tiene capacidad propia, no
cuesta mucho y no es pecado copiar las buenas ideas de otras cinematecas, como
la Cineteca Nacional de México, la Cinemateca Peruana o la Cinémathèque Française. La Cineteca mexicana es
un ejemplo a seguir. Esta institución estatal tiene en su sitio web las
secciones “Quiénes somos” con páginas sobre su historia, sus acervos, la
programación, las investigaciones y publicaciones, etc. Otra pestaña de la
barra de navegación es “Transparencia”, que incluye páginas sobre rendición de
cuentas, participación ciudadana, indicadores de programas presupuestarios,
normatividad, estudios y opiniones, etc.
Pero volvamos al tema central de este
texto. Si bien la historia de la Cinemateca es ampliamente conocida (a pesar de su página web), se sabe
menos de su prehistoria. Aunque la prehistoria pueda parecer anecdótica, la menciono porque tengo que ver con ella y este es el espacio
en que puedo decirlo.
Un hecho clave en esa prehistoria es el artículo que publiqué a mediados del año 1975 en la página editorial del diario
Presencia, titulado “Necesidad de una filmoteca”. En ese texto argumenté a
favor de la creación de un archivo fílmico indicando que Bolivia era uno de los
pocos países en la región que carecía de uno. Al final del texto coloqué una
frase para interpelar directamente a Mario Mercado, Alcalde de La Paz, emplazándolo a
tomar la iniciativa en su calidad de hombre sensible al cine y con experiencia
cinematográfica propia.
Un par de días después Mario me llamó a
su despacho en la Alcaldía y me reclamó en un tono un tanto divertido: “Me
estás metiendo en un lío”. Me preguntó qué se necesitaba para crear la
cinemateca ya que la Alcaldía de La Paz no contaba con recursos. Le dije que lo
importante era tomar la decisión, crear la institución mediante ordenanza
municipal y luego pedir donaciones de películas a embajadas, a los propios
realizadores bolivianos, a las distribuidoras de cine y a cuanta persona tuviera rollos
de película y documentos. Meses después Mario Mercado creó la Cinemateca de
La Paz con el concurso de Amalia de Gallardo del centro de Orientación
Cinematográfica y Renzo Cotta del Cine 16 de Julio. Pedro Susz, Carlos Mesa y
Norma Merlo, fueron nombrados como ejecutivos a cargo de la nueva institución.
Mario Mercado |
El gesto de Mario Mercado merece reconocimiento
hoy y siempre. A pesar de las discrepancias políticas que uno pudiera tener con
él por su militancia en las filas de Bánzer, Mario era un hombre muy abierto,
muy receptivo y muy solidario. Doy fe de ello porque en el marco de una
relación que siempre fue cordial, me ayudó generosamente cuando yo
necesitaba una cámara de 16mm para la filmación de mi película sobre Luis
Espinal. Muchas otras personas, entre ellos don Juan Lechín, recibieron la ayuda desinteresada de Mario.
Si bien mi artículo y la conversación con
Mario Mercado son un antecedente directo en esa prehistoria que derivó en la
creación de la Cinemateca Boliviana, hubo otros hechos que es importante
recordar, porque no es justo que caigan en el olvido.
Tal como escribí más de 30 años atrás en
mi Historia del cine boliviano
(1982), ya en 1971 el Plan Cultural de la Federación de Mineros elaborado por
Liber Forti en su calidad de asesor cultural de la FSTMB y de la COB (a quien
apoyé con algunas iniciativas en el campo del cine y la fotografía), preveía la
creación de una filmoteca, pero esa fue una de las actividades que no pudo
concretarse debido al golpe militar de Bánzer el 21 de agosto de ese año.
Cuatro años más tarde, en febrero de
1975, varios cineastas presentaron al gobierno un proyecto de decreto para
aprobar una ley de cine que también incluía la creación de una cinemateca y de
un archivo fílmico dependiente de la Subsecretaría de Cultura del Ministerio de
Educación y Cultura. A pesar de la importancia de la propuesta, el documento
supeditaba completamente la cinemateca y el archivo fílmico a “los diferentes
organismos del Estado para fines de educación y para la promoción del país en
el exterior”. Una cláusula incluyó la figura del depósito legal obligatorio de
una copia en 16mm de toda película producida en Bolivia.
La Cinemateca Boliviana, casi terminada en 2007 |
En septiembre de ese mismo año, Luis
Espinal por una parte y yo por otra, coincidimos al presentar en el Segundo
Simposio Nacional sobre Ciencia y Tecnología dos ponencias en las que
insistíamos en la necesidad de una filmoteca y archivo fílmico para
salvaguardar la riqueza cinematográfica del país.
Lucho Espinal merece figurar también en
la historia de la Cinemateca Boliviana, porque él escribió varias veces
sobre el tema y fue uno de los que propulsaron la idea original.
Durante 37 años la Cinemateca Boliviana
se ha consolidado gracias al esfuerzo de quienes fueron sus directores y
administradores, sobre todo Pedro Susz, Norma Merlo y Carlos Mesa que han sido
indudablemente pilares sobre los que se ha construido lo que existe ahora. Me
consta que fueron años duros aquellos en que la Cinemateca funcionaba en la
calle Pichincha en la sala de cine del Colegio San Calixto. Desde la empedrada calle
Indaburo yo solía estirar el cuello para ver a través de las ventanas si en las
pequeñas oficinas estaban Pedro o Norma. Y siempre estaban para visitarlos y
conversar.
Muchas instituciones y personas
contribuyeron para que la Cinemateca Boliviana sea la institución que es hoy,
ya sea involucrándose directamente en la gestión, diseño, donaciones de películas y documentos, como aportando con
algo de dinero en la campaña de los ladrillos para construir la nueva sede.
Filmando a Dámaso Eduardo Delgado y a José María Velasco Maidana en 1980 |
En varias etapas de esta aventura
colectiva me ha tocado contribuir. Considero que no es menor mi aporte a través
de la investigación sobre la historia del cine boliviano y el empeño que
invertí hasta encontrar y entrevistar a pioneros del cine nacional como José María
Velasco Maidana (a quien redescubrí en Houston), Donato Olmos Peñaranda, Dámaso
Eduardo Delgado, Mario Camacho, José Jiménez, Raúl Durán, Marina Núñez del
Prado, Raúl Montalvo, Marcos Kavlin, Dorothy Hood y otros.
Hoy es relativamente fácil investigar y
escribir sobre la historia de nuestro cine, pero no lo era a principios de la
década de 1970, cuando empecé mi investigación sin tener precedente alguno,
cuando las únicas fuentes eran los testimonios de quienes aún vivían y los
archivos de periódicos. Como no había fotocopiadoras, usaba mi cámara para
fotografiar todo lo que encontraba en diarios de la Biblioteca Municipal, y pasaba noches enteras revelando rollos y haciendo copias en papel.
La Guerra del Chaco (1936), de Luis Bazoberry García |
Por otro lado, menciono como una
contribución mi gestión para propiciar la recuperación de La guerra del Chaco (1936) de Luis Bazoberry García. El hijo de
Bazoberry, que era mi dentista, me había comentado su intención de vender la
película a alguna institución en Estados Unidos ya que en Bolivia “nadie se
interesaba”. Poco a poco, mientras me sometía a la tortura de arrancarme muelas
en su consultorio en la Calle Comercio, lo convencí de que era mejor ceder ese
patrimonio a la Cinemateca Boliviana.
He contribuido también con la donación de
mis colecciones de revistas de cine de Francia y otros países, y la cesión en
depósito de mis películas (Señores
Generales, Señores Coroneles, en 16mm, entre otras) que ahora están, según
entiendo, bien catalogadas gracias al empeño constante de Elizabeth Carrasco.
Como toda historia, la de la Cinemateca
Boliviana está llena de anécdotas que no siempre quedan registradas en la
historia oficial, ya sea por falta de espacio o de memoria. Son muchos los que
pueden ofrecer su anecdotario personal antes de que se pierda.