Ya era hora… Finalmente en el
Museo Rufino Tamayo, en Ciudad de México, ampliado recientemente y reabierto a fines de agosto, se puede ver la obra magnífica de Tamayo, y no solamente las
instalaciones arriesgadas de algún joven (o no tan joven) en busca de una
identidad artística pocas veces encontrada.
El nuevo Museo Tamayo amplió su
área de exhibición en un 40%, lo cual permite abrigar esperanzas de que se
mantenga siempre un espacio para ver la obra del artista cuyo nombre ostenta el
museo, porque sería muy triste que el museo continúe con la mala costumbre de
omitir la obra de Tamayo. Sería como si en el Museo van Gogh de Ámsterdam, no se
exhibiera la obra del pintor holandés, o como si los museos Miró, Dalí o
Picasso de Barcelona, Figueres o París, no mostraran la obra de esos pintores.
Lamentablemente, así era el
Museo Rufino Tamayo antes de su ampliación: funcionaba como una galería de arte
moderno en la que se exhibían muestras temporales de artistas de vanguardia,
pero casi nada de Tamayo.
Las galerías sirven para mostrar
propuestas de arte que van y vienen, pero los museos deberían ser espacios en
los que se puede apreciar la obra que trasciende. Era absurdo que quienes se
interesan en la obra de Rufino Tamayo, no pudieran ver reunida una selección
representativa de su obra, generalmente dispersa en varios museos y galerías de
México. Lo mismo sucede con el Museo de Arte Moderno, cuya enorme colección de
pintura permanece invisible en sus bóvedas, mientras sus pocas salas (es un
museo mucho más pequeño que el nombre que ostenta) exhiben muestras temporales.
La
ampliación del Museo Tamayo se hizo guardando el estilo arquitectónico y
cuidando de no alterar el paisaje del bosque de Chapultepec donde se encuentra.
Desde afuera, parecería que la ampliación no ha sido tan importante, pues se ha
logrado conservar la armonía de la construcción con el entorno del bosque. Los arquitectos que diseñaron el museo en 1981 fueron Abraham
Zabludovsky y Teodoro González de León, y este último participó ahora en los
trabajos de remodelación.
Venus saliendo del baño, 1968 |
Para la
reinauguración del museo los curadores Juan Carlos
Pereda y Adriana Domínguez organizaron la muestra Tamayo / Trayectos, una retrospectiva que reúne un centenar de
cuadros de diversas épocas, de varios museos y de colecciones privadas.
Las obras
más antiguas de la retrospectiva datan de cuando el pintor tenía apenas 20
años, y no era aún el innovador y gran colorista que fue a partir de la década
de 1950.
Los “trayectos” aludidos en el
título de la retrospectiva, son los de Tamayo en busca de un estilo propio. En
esa búsqueda, hay episodios en los que coquetea con influencias impresionistas,
cubistas, o surrealistas. Desde un “Paisaje” (1921) puntillista, a la manera de
Seurat, hasta una “Niña” (1929) que recuerda tardíamente el periodo rosa de
Picasso, pasando por un “Pueblo” (1925) que se enmarca en el cubismo.
Los cuadros que más me gustan en
esta retrospectiva de Tamayo, son los que datan de las décadas de 1960 y 1970,
particularmente un grupo de obras dedicadas a representar el desnudo femenino,
entre las que destacan “Venus saliendo del baño” (1968), “Mujer en blanco”
(1976) y “Bailarina” (1981).
Mujer en blanco, 1976 |
Uno de los privilegios que
acompañan a las exposiciones retrospectivas, y esta no es una excepción, es la
posibilidad de conocer obras que están en colecciones privadas y que, por lo
tanto, son prácticamente “invisibles”, pues solamente se puede acceder a ellas
en ocasiones especiales. En esta muestra hay muchas obras que provienen de
colecciones privadas y que probablemente nunca más volveremos a ver, como “El
fonógrafo” (1925), “Cataclismo” (1946), “El hombre de la mirada penetrante”
(1956), “Hombre atacado por un pájaro” (1980), “El hombre del sable” (1980), “Desnudo
de hombre” (1982), “Ofrenda de frutas” (1987), “Sandías” (1989), entre otras.
El Museo Tamayo, fiel a su
tradición de promover el arte de vanguardia, fue reinaugurado con otras cuatro
muestras que ocupan la mayor parte del espacio de exhibición y la totalidad del
área que fue añadida recientemente. “Boing, boing squirt” de Ryan Gander, “El
día del ojo” de Pierre Huyghe, y las colectivas “El mañana ya estuvo aquí” y
“First act” muestran instalaciones curiosas, aunque a veces poco significativas
si no fuera porque los curadores se explayan en “explicar” las obras, ya que en
la mayoría de los casos no hablan por sí mismas.
Anuncio de corsetería, 1934 |
Sin duda las dos muestras
colectivas son de una mayor riqueza. Al margen de las explicaciones sobre el
cuestionamiento del concepto de “museo”,
“First act” vale porque incluye una sala con obras de Vasarely, Tapies,
Rothko, Chillida, y Soto, entre otros.
En cuanto a “El mañana ya estuvo aquí”, representa en su conjunto un
recorrido interesante por la historia, la arquitectura, la arqueología, a
través del arte. Aquí también, obras de grandes artistas consagrados como
Moore, Matta, Vasarely, Le Parc, Pomodoro, y el fantástico documental Double take (2008) de Johan Grimonprez
donde establece un paralelo entre el cine y la personalidad de Alfred Hitchcock
y las relaciones de competencia y diplomacia entre la Unión Soviética y Estados
Unidos durante la guerra fría.
En este tipo de muestras las
obras que tienen capacidad de comunicar por sí mismas (la “alegría estética” de
la que hablaba Sartre) destacan sobre las demás, sobre aquellas que requieren
de la muleta explicatoria de los curadores para justificar su existencia en
tanto que arte efímero. Por eso, la obra pictórica de Tamayo destaca en el recién
reinaugurado museo que lleva su nombre, no necesita mayores comentarios.
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Un pintor es un hombre que pinta lo que vende.
Un artista, en cambio,
es un hombre que vende lo que pinta.
—Pablo Picasso