30 noviembre 2009

Con John Lennon en La Habana


Tengo una historia de amor con Cuba y su gente. La Habana me ha parecido siempre una ciudad hermosa. Aún con sus casas y edificios descascarados y desvencijados, es la capital más linda de América. Sus parques son magníficos, sobre todo el de Miramar, con esos árboles inmensos cuyos troncos centenarios sostienen generosas sombras. Su extenso malecón es sólo comparable al de Montevideo. He visto a La Habana cambiar de piel a lo largo de los años, rejuvenecer sin necesidad de destruir lo viejo. El gran trabajo de Eusebio Leal, el Historiador de la Ciudad, muestra resultados impresionantes.  Centenares los edificios en La Habana Vieja han vuelto a nacer, por dentro y por fuera, entre ellos el Hotel Ambos Mundos en cuya habitación 511 solía quedarse Ernest Hemingway en los años 1930s, antes de establecer su morada en la Finca Vigía, en 1939.

Desde mediados de los 1980s fui todos los años a La Habana, invitado por el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, donde podía ver en dos semanas toda la producción más reciente de la región, y encontrar a decenas de amigos cineastas de todos los países. Fui también a congresos internacionales y a alguna reunión de Casa de las Américas. Luego dejé de ir durante varios años porque mi trabajo itinerante me llevó a África y Asia, pero regresé en junio de 1999 al Primer Congreso Internacional de Cultura y Desarrollo. Y luego me perdí otros diez años, hasta el mes pasado que fui a Cuba para el congreso de FELAFACS.

Entre las nuevas cosas que vi ahora está la estatua de John Lennon, obra de José Villa, inaugurada por Fidel el año 2000 al cumplirse dos décadas del asesinato del integrante de Los Beatles. Ya nadie se acuerda cual era el nombre de ese parque entre las calles 17 y 8 de El Vedado, pero todos nos hemos sentado en la banca junto a Lennon que parece tomar el sol en una tarde de domingo. No lleva sus famosos lentes redondos porque los coleccionistas se los robaron varias veces, pero basta esperar unos minutos para que aparezca un anciano amable que desde hace años es el custodio de los anteojos, y los coloca el tiempo que duran las fotos, devolviéndole al músico ese rasgo de personalidad.

Una mañana de octubre me senté junto a Lennon mientras esperaba a un amigo cubano, y me puse a pensar en los cambios que he visto en Cuba en estos breves retornos. Sería irresponsable emitir juicios de valor al cabo de visitas tan breves, pero puedo referir ciertas impresiones que me marcaron y que están fundamentadas en lo que me cuentan amigos que viven allá lo cotidiano.

Una de las cosas que llama la atención en Cuba es el empecinamiento por mantener un modelo económico cerrado a la iniciativa privada, algo que ya se ha superado en otras economías socialistas de Asia, como China y Vietnam. Años atrás se abrió un poquito la puerta permitiendo que las familias pudieran legalizar pequeños negocios que antes existían clandestinamente, como los restaurantes familiares con un máximo de 12 sillas (los "paladares") o los alojamientos con una o dos habitaciones. De alguna manera esa apertura de mano durante el "periodo especial" que fue muy duro, permitió que la propia población solventara sus carencias (además de las divisas recibidas de familiares que viven en el exterior).

Pero esa apertura no fue un acto de generosidad, pues las condiciones impuestas son draconianas. El Estado es el principal beneficiario, se queda con una parte de las divisas que los cubanos reciben de sus familiares en el exterior y se lleva la parte del león con lo que les cobra a los pequeños negocios de supervivencia, además de que no les permite crecer. Quienes alquilan habitaciones en sus casas sacrificando la comodidad de la familia, tienen que invertir en arreglos o mantenimiento y pagarle al Estado una suma fija mensual de 200 CUC (unos 250 dólares), equivalente a 10 días de ocupación, hayan o no tenido huéspedes en ese mes.

Un alto dirigente del gobierno dijo en los días en que yo estuve en Cuba: "No esperen que el Estado les resuelva todo"… ¿Entonces quién?, pensé. Me pareció un exabrupto: en un país donde no se permite la iniciativa privada, quién más puede resolver los problemas de la población? El Estado vive del trabajo de la gente pero es mal empleador, pues paga poco y destruye la motivación: "hacen como que me pagan y yo hago como que trabajo" dicen los cubanos. Y lo que se ve es que la mayoría trabaja en cámara lenta, haciendo el mínimo esfuerzo, o no trabaja.

La política económica conservadora y la falta de visión tienden a aislar aún más a la isla. Uno de los temas pendientes, por ejemplo, es internet, cuyo acceso es restringido por el alto costo que tiene. Internet no está prohibido, hay lugares públicos para acceder, pero a un costo que comparado a los bajos salarios, es excesivo. Tiene más banda ancha de internet cualquier universidad de México que toda la isla de Cuba. No se ha entendido todavía que las nuevas TICs son un factor indispensable para el desarrollo económico. No es casual que algunos países europeos están legislando el acceso gratuito a la banda ancha como un derecho ciudadano. Y Uruguay es un ejemplo en nuestra región, con el Plan Ceibal que está transformando la educación en ese país.

Ese mismo Estado que no se abre a mayor iniciativa privada, reduce los subsidios confiado en que las divisas familiares seguirán llegando del exterior. Se habla de eliminar la libreta de abastecimiento, ya se han eliminado los almuerzos gratuitos en varios ministerios. De hecho la libreta de productos subsidiados es restringida, la leche se entrega cuando hay niños menores en la familia, pero si no los hay, no hay derecho a tomar leche.

Lo que preocupa en Cuba es la falta de horizonte. Los cubanos tienen asegurado lo esencial, es decir la salud y la educación (aunque hay problemas serios en ambos servicios) pero no tienen asegurado el horizonte, el futuro, porque no existe un camino de superación individual que vaya más allá del techo que está impuesto por el Estado. Nadie puede soñar su propio camino, porque no hay espacio para ello. Por eso algunos se van, y no me refiero a los contrarrevolucionarios, sino a aquellos que tienen ambiciones profesionales más grandes, y que al salir triunfan porque dan rienda suelta a su talento. 

Una de las cosas que duele es la segregación entre cubanos y visitantes. Me cuesta soportar esos hoteles donde solamente pueden alojarse (e incluso entrar) extranjeros, o esos taxis que solamente pueden tomar cubanos. Aquí se puede, aquí no se puede.  Aquí se paga en moneda convertible, aquí en pesos cubanos. Esta suerte de apartheid es ofensivo. Todavía conservo como un recuerdo del pasado el billete de 3 pesos con la efigie del Ché. ¿Qué diría el Ché ahora?

En una de las avenidas en camino al aeropuerto, una pancarta ostenta dos grandes palabras junto a la bandera cubana "Vamos Bien". Me pongo a pensar que si fuera cierto no habría que anunciarlo en una valla publicitaria. Pienso en mis amigos cubanos, que están allí firmes aunque críticos de lo que sucede. Quiero creer que Fidel no sabe lo que está pasando, y que una burocracia indolente encaramada en el Estado está llevando el país a la deriva. Me voy con cierta tristeza esta vez, recordando la frase que me dijo días antes un amigo que, como todos los cubanos, ama su país: "Nos hacen tanto daño los enemigos de la Revolución como aquellos amigos que la idealizan y no le ven defectos".