Las visitas a Raúl Lara, en su casa de Cochabamba, son siempre una manera de ponerme al día con su obra pictórica y con su familia, y de disfrutar durante unas horas ese ambiente de creatividad que cubre los muros.
Esta vez, Lidia, Ernesto y Fidel me mostraban centenares de carpetas con dibujos recientemente recuperados, que se remontan incluso a los ejercicios más precoces de Raúl como pintor, cuando hizo sus primeras armas guiado por la experiencia de su hermano mayor, Gustavo.
Sobre un caballete, un nuevo cuadro de la serie de Van Gogh. El gran pintor holandés no abandona los hilos de la inspiración de Raúl; esta vez ya no está en Oruro, sino de visita en el valle alto de Cochabamba, saboreando una chicha punateña mientras pinta el paisaje.
En los muros, las figuras sensuales que tanto me gustan, y esos azules profundos y mágicos que marcan una de las etapas más importantes de su obra. Azules intensos como los cielos del altiplano boliviano.