(Publicado en Página Siete el domingo 18 de septiembre de 2022)
Irene Papas |
El mismo día que Gabriel García Márquez recibía en Suecia el premio Nobel de Literatura, Irene Papas devoraba en México siete enormes porciones de pastel de chocolate con crema envenenada en el set de filmación de "La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada". Han pasado cuarenta años desde entonces, pero guardo un recuerdo grato de aquella oportunidad que tuve de conocer a la gran actriz griega.
Para filmar esa sola escena en los estudios Churubusco se habían encargado siete tortas idénticas, y para cada repetición de toma, ingresaba al campo visual de la cámara una nueva torta que Irene Papas atacaba con aparente entusiasmo, metiéndose completamente en el personaje de la abuela desalmada de Eréndira. La vi engullir más torta de lo que una persona normal podría comer, así lo requería su papel, y ella era una actriz profesional de las mejores.
Era diciembre de 1982 y yo fungía como asistente en "Del viento y del fuego" (1983, 55 min.), el making off realizado por Adolfo García Videla y por mi querido Humberto "Negro" Ríos (boliviano de nacimiento, argentino por el resto de su vida).
Alfonso Gumucio, Humberto Rios y Ruy Guerra
Estudios Churubusco, diciembre 1982
Irene Papas hablaba en portugués con el realizador Ruy Guerra y con Claudia Ohana, en francés con el director artístico, en inglés y alemán con otros actores, o en castellano con nosotros y con los asistentes y obreros mexicanos que trabajaron en la película. Se manejaba con soltura en seis idiomas. De temperamento jovial, para todos tenía una frase y una sonrisa. De pronto gritaba histriónicamente: “¡El amor es una peste!” o cantaba “Qué bonitos ojos tienes...”
Contrariamente a su papel en la película, Irene Papas era una dulce mujer. Bromeaba con todos nosotros en el set, desde el más solícito electricista hasta el director del largometraje. Le hice un retrato que, modestia aparte, creo que es una de las mejores fotos que le han hecho en su vida, porque revela a la vez su belleza y su aire misterioso. También me tomaron algunas fotos con ella, con su desordenada peluca de abuela envenenada. Se mataba de risa en la escena en la que arrancaba mechones de su peluca. Gracias a ella todos nos divertimos durante esa filmación. Irene Papas era todo lo contrario de una diva, trabajar a su alrededor era un regalo.
Alfonso Gumucio con Irene Papas
en el set de “La cándida Eréndira"
García Márquez, que alguna vez reconoció que era un cineasta frustrado, había escribo la historia de la cándida Eréndira primero como guion para cine, y luego como relato largo (o novela corta). Su respeto por el trabajo de Ruy Guerra fue total, nunca se inmiscuyó durante la filmación en Ciudad de México o en las escenas que se filmaron en Jalapa, Veracruz (donde recuerdo que pasamos mucho frio en las noches). Reconocía que el director de una película tiene el derecho de adaptarla como él la imagina, y no como la imaginó el escritor.
También decía Gabo (en el documental de García Videla y Humberto Ríos) que prefería la literatura porque las palabras permiten a cada lector construir sus propias imágenes de una escena, mientras que el cine ya le daba esas imágenes hechas según la mirada y la interpretación del director. La literatura tiene esa magia que rara vez el cine puede igualar en las adaptaciones de obras narrativas, a menos que se aparten completamente de las palabras y puedan recrear un universo audiovisual propio.
Irene Papas era una actriz de teatro reconocida en Grecia, su país natal. Desde 1948 había participado en series de televisión y en 13 películas de directores griegos, italianos y estadounidenses, pero no fue sino en 1961 que su nombre saltó a la fama con “Los cañones de Navarone” de J. Lee Thompson, junto a actores de renombre mundial como David Niven, Gregory Peck y Anthony Quinn (con quien compartió afiche en otras seis películas). Sus interpretaciones de Antígona y Electra en los dos años siguientes no alcanzaron el éxito mundial que tuvo con “Zorba, el griego” (1964) de Michael Cacoyannis, película que fue nominada a siete Oscar de la Academia de Cine de Estados Unidos.
A partir de allí Papas tuvo una carrera internacional muy importante, con un total de 85 créditos hasta 2014, la mayoría en largometrajes, pero también en miniseries y series de televisión. Entre las películas que más disfruté cuando se estrenaron en París está “Z” (1969) de Costa Gavras, “Las troyanas” (1971) e “Ifigenia” (1971) de Michael Cacoyannis, y “Cristo se detuvo en Éboli” (1977) de Francesco Rosi.
Irene Papas ©Foto Alfonso Gumucio
De modo que cuando Irene Papas llegó a México para trabajar en el largometraje de Ruy Guerra, ya tenía una larga trayectoria como actriz dramática. Y esa no fue su única conexión con América Latina. El propio Cacoyannis la dirigió en “Dulce país” (1987) ambientada en el golpe militar de Pinochet en Chile, y ese mismo año participó en otro largometraje basado en una obra de Gabriel García Márquez: “Crónica de una muerte anunciada” de Francesco Rosi.
La versatilidad de Irene Papas puede verse en la diversidad de personajes que interpretó a lo largo de su carrera de actriz. Además, era cantante, grabó varios discos con canciones compuestas por Vangelis y por Theodorakis.
El mundo se está muriendo todos los días y yo ya no sé si debo seguir escarbando en recuerdos que me gratifican o mejor olvidarme de todo. Pero quizás olvidar no es la mejor manera de seguir viviendo. El cine mundial ha tenido bajas importantes en días pasados: el martes 13 de septiembre decidió irse (por suicidio asistido) Jean-Luc Godard que representó muchísimo para mi durante mis estudios de cine en la década de 1970 en París, y ahora a los 96 años se va Irene Papas a quien debemos también mucho buen cine.