Lo que sigue es una parte del epílogo que escribí para
“La fotografía, un documento social”, libro coordinado por Beatriz E. Múnera
Barbosa y J. Ignacio “Iñaki” Chaves G., dos buenos amigos de Colombia que me
invitaron a reflexionar con ellos y con otros autores sobre este tema tan
cercano a nuestras sensibilidades.
No se necesita ser fotógrafo para sentir una emoción especial cuando uno recorre con los ojos un antiguo álbum de fotografía. Y no solo con los ojos. Dan ganas de tocar las fotos, no solamente para sentir la textura del papel o apreciar con las yemas de los dedos el contorno, sino porque uno siente que esos rostros que nos miran, esas poses que nos impresionan, tienen volumen y tienen presencia.
La fotografía documental regresa del pasado para inquietar el presente y consolidar el futuro. Una sola foto documental puede cambiar la historia escrita, porque la historia escrita es interpretación que no tiene necesariamente un asidero testimonial tan evidente, tan tajante, como la fotografía.
No cabe duda de que toda fotografía es también interpretación, no es una imagen neutra, pero tiene la capacidad de interpretar no solamente al fotógrafo-autor, sino a los sujetos fotografiados, porque entre ambos se establece un diálogo cercano que no tiene parangón con la interpretación escrita. La fotografía documental tiene más de diario íntimo y de testimonio de la realidad que el reportaje o la crónica.
Sus antecedentes están sin duda en la pintura. ¿No es acaso radicalmente documental un cuadro como “Los fusilamientos del 2 de mayo”, de Goya o “La lección de anatomía”, de Rembrandt? Son cuadros que nos interpelan a través de los siglos no solamente por su maravillosa composición, por su color o por la destreza del artista, sino porque retratan una época, son el testimonio de un hecho irrepetible.
Se puede disfrutar una buena fotografía por su belleza formal, pero si no tiene la capacidad de revelar en la realidad aquello que los ojos comunes no ven, no trasciende en la memoria. No todo clic sobre la realidad es una foto documental, porque para que lo sea no basta el aparato que registra sino el diálogo que establece el fotógrafo con esa realidad que no es definible si no es primero interpretada.
"Napalm girl" ©Nick Ut |
La fotografía documental está cargada de magia como no lo está hoy ninguna fotografía pasada y repasada por los mil procedimientos entretenidos que ofrece Photoshop y cualquier otro editor digital de imágenes. Nuestra vista se ha acostumbrado ya tanto a la manipulación, que no nos sorprenden los colores saturados y las composiciones que llevan la fotografía documental al estatuto de expresión plástica pero la alejan de la sencillez cargada de verosimilitud.
La fotografía documental es relación antes que artificio. Relación humana, relación de respeto con las personas, con los paisajes, con los hechos históricos. Hay en la fotografía documental una honestidad que es su principal característica, su centro esencial y su eje ético. Nada de eso se ve con los ojos, pero la honestidad y la actitud ética se respiran frente a una fotografía que es resultado de esa actitud del fotógrafo.
"Fascisti" ©AlfonsoGumucio |
La confusión entre información y comunicación viene también al caso para hablar de la fotografía documental como para hablar de los medios. Los medios masivos no comunican, informan. La comunicación es un proceso que implica diálogo, dos puntas, un camino de ida y vuelta. Sucede lo propio con la fotografía de reportaje, que es de información, y la fotografía documental, que comunica.
La narrativa de la fotografía documental es la de la memoria. Del mismo modo que una imagen del pasado reconstruye una historia que desborda lo que se ve en la imagen, una fotografía documental del presente tendrá (o no) la capacidad de evocar en el futuro un momento social o histórico que no está limitado por la capacidad de describir.
"El beso" ©Doisneau |
El tejido simbólico de la fotografía documental atrapa no solamente la vista, sino todos los sentidos, porque interpela sobre todo a la memoria, y si no existe esa memoria, interpela la curiosidad científica, el deseo de conocer, de generar conocimiento propio.
Hay la creencia en muchas culturas de que la fotografía le roba al sujeto fotografiado el alma. Esto sucede sobre todo cuando quien toma la fotografía no se involucra, permanece ajeno y distante, escondido detrás de su cámara, utilizando el aparato como un arma de avasallamiento. El robo del alma puede tener una significación diferente en la fotografía documental, cuando de lo que se trata es de producir complicidad antes que reproducir información gráfica. En la complicidad que se lee entre líneas o entre luces y sombras en la fotografía documental, está ese robo del alma legitimado por la memoria.
(Publicado en Página Siete el domingo 29 de septiembre de 2019)
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Hay siempre dos personas en cada cuadro:
el fotógrafo y el espectador”.
—Ansel Adams