20 octubre 2019

Érase una vez…

 Ya que el silencio electoral obligatorio impide referirse a los candidatos en las elecciones de este domingo, decidí escribir un cuento para niños. Y va así… 


Érase una vez un país donde todo andaba al revés. Las manecillas del reloj en la plaza principal giraban en sentido contrario, por ello en vez de avanzar, el país retrocedía cada hora más. 

Todos caminaban hacia atrás y tropezaban. En lugar de extender la mano para estrechar la de un amigo, la retiraban involuntariamente y por eso surgieron muchas enemistades y malentendidos. Los que habían sido amigos, cruzaban la calle para no saludarse. 


Los frondosos bosques de ese país tan hermoso sufrían un proceso de regresión incontenible. Los árboles se volvían chiquitos: desaparecían las altas copas, las ramas que antes regalaban grandes abrazos se quebraban y los troncos terminaban al ras del suelo calcinados en una mezcla de polvo y ceniza. Allí donde antes se erguían bosques densamente poblados, quedaba apenas una tierra yerma donde solo crecía pasto para el ganado. 

Las vacas caminaban también hacia atrás, pero los cangrejos hacia adelante. En verdad, los cangrejos eran los únicos que se beneficiaban porque mientras todos los demás retrocedían, ellos podían adelantarse con sus pinzas bien abiertas para agarrar todo lo que encontraban en el camino. Su voracidad era mayor puesto que nadie podía detenerlos. 


Las hormiguitas y las abejas obreras, que son las que mejor organizan su sociedad para trabajar por el bien común, estaban desorientadas porque todo funcionaba al revés. Las abejas volaban hacia atrás, y las hormiguitas en lugar de abrir túneles dentro de sus nidos, los llenaban de tierra para que nadie pudiera salir ni entrar. Antes habían trabajado armoniosamente, pero por el anacronismo en el que vivían comenzaron a disputarse espacios. Las hormigas negras despreciaban a las coloradas y con la ventaja de su tamaño les impedían hacer filas para transportar alimento a sus familias. 

Algo similar ocurría con las abejas y las avispas. Habían convivido muchos años, pero ahora se maltrataban mutuamente porque el tiempo iba hacia atrás. Las abejas ya no podían construir los hexágonos de cera en sus panales porque ya no había flores. Grandes industrias mineras se habían instalado en esos campos donde antes podían libar. Las abejas obreras vieron quebrar su industriosa labor y aprovechando esa situación las avispas organizaron el contrabando de flores y frutos de países vecinos, que vendían a las propias abejas y a otras especies que ya no producían nada propio. Y mientras más importaban de otros países, menos se producía localmente. 


Lo que sí abundaba era un arbusto que acabó reemplazando a todas las flores y frutos, cuya hoja tenía poderes especiales. Los cangrejos vieron la alta rentabilidad de esas hojas y se dedicaron a su producción intensiva. Eso les permitió controlar la sociedad y hacer otros negocios que empobrecían a los demás. El cangrejo mayor, a quien los cangrejos enanos obedecían ciegamente porque tenía la boca más grande, construyó un lujoso palacio donde se encerraba para mirar el país desde arriba y sentirse superior. Esto inspiraba miedo a todos, que le hacían reverencias por donde pasaba. Y cuando alguna ardilla inquieta o una altiva llama se negaban a hacer la reverencia, las expulsaban de sus trabajos. Un ejército de ratas se encargaba de ejecutar las órdenes que venían desde el piso 28 del palacio. Así pasaron muchos años, tantos que las nuevas generaciones ya no tenían memoria de cuándo había comenzado el desastre, ni cómo eran las cosas antes de que los cangrejos tomaran el poder. El cangrejo mayor, que discurseaba todos los días desde su torre, les había borrado la memoria. 


El país se quedaba aislado porque mientras retrocedía, los otros avanzaban. “Tenemos que hacer algo para que juntos podamos caminar hacia adelante”, dijeron los perros y gatos, librados a su suerte. Vivían de la generosidad de quienes les daban agua y comida, pero no estaban organizados para enfrentar a los cangrejos. Necesitaban alianzas, por ello convocaron a un cabildo de animales al que acudieron perros, gatos, osos, caballos, llamas y alpacas, abejas, hormigas, cóndores y todo tipo de aves. 


Y ahí resolvieron una medida secreta para el domingo siguiente: en medio de la noche, en la plaza principal, hicieron una pirámide, los más fuertes abajo y los más pequeños arriba, y el que logró subir hasta la cúspide pudo darle la vuelta a las manecillas del reloj para que volvieran a avanzar en el sentido de la historia. Y eso tuvo un efecto insospechado en el vecino palacio del cangrejo mayor: el edificio se desplomó con todos los cangrejos adentro, y de la nube de polvo surgieron miles de mariposas de todos los colores. 


(Publicado en Página Siete el sábado 19 de octubre 2019)
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En nuestra época no existe tal cosa como ‘mantenerse fuera de la política’. Todas las cuestiones son cuestiones políticas, y la política misma es una masa de mentiras, evasivas, tonterías, odio y esquizofrenia. —George Orwell